Ignacio Agramonte: el líder que se perdió en Jimaguayú

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Ignacio Agramonte: el líder que se perdió en Jimaguayú
Fecha de publicación: 
10 Mayo 2025
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Hoy no pienso combatir, dijo Ignacio Agramonte, según el filme “El Mayor”, el 11 de mayo de 1873. Sin embargo, ese día las armas enemigas se llevaron la vida de uno de los líderes independentistas más prominentes de Cuba.
 
Cinematografía aparte, lo cierto es que el joven mambí había expuesto su vida en innumerables ocasiones desde que se sumó a la Guerra de los Diez Años, en temprana fecha de noviembre de 1868. Tenía 32 años al momento de morir. La historiografía recoge que había participado en más de 100 combates.

Esta última acción militar se desarrolló en los potreros de Jimaguayú, un lugar de Camagüey. Agramonte se separó por un momento del grueso de sus fuerzas. Sin percatarse, se puso a tiro de una avanzada española que se encontraba oculta. Tras los disparos, resultó herido en la sien derecha. El cuerpo se desplomó entre la hierba alta.

La caída de El Mayor supuso el desconcierto de la tropa insurrecta bajo su mando. Henry Reeve ordenó la retirada de Jimaguayú y el rescate del cadáver. Lo último no se logró, pues los peninsulares se lo llevaron a la ciudad de Puerto Príncipe, donde fue incinerado con leña y petróleo, por orden del gobernador.

El independentismo perdía a uno de sus principales voces políticas y éticas, y a un enérgico cabecilla militar. Con él al frente, las huestes camagüeyanas llegaron a ser de las más cohesionadas y disciplinadas de su tiempo. Fue uno de los dirigentes revolucionarios que comprendió la necesidad de romper con la costumbre de combatir por comarcas y trabajó para que se peleara trascendiendo las tácticas de operaciones locales: “Vamos a defender las familias con empeño, no permaneciendo a su lado, sino peleando valerosamente. Organizar y disciplinar al ejército, es prepararlo para la victoria”. Poco después de su caída, Máximo Gómez dijo, en julio de 1873, que Agramonte estaba llamado a ser el “futuro Sucre cubano”.

La prematura muerte de El Mayor tuvo consecuencias para el devenir de la guerra, más allá de los campos de batallas de Camagüey. Se ha planteado que, con él vivo, la línea más honesta y radical del independentismo se hubiera visto fortalecida en momentos de crisis, como los que hubo en los últimos años de la contienda. Incluso había señales de un paulatino entendimiento entre Carlos Manuel de Céspedes y el líder camagüeyano, a pesar de las discrepancias que habían caracterizado su relación desde los inicios de la guerra. Es conocida la anécdota de cuando Agramonte se mostró enérgico al prohibir a sus subordinados hablar mal del Padre de la Patria.

El “diamante con alma de beso”, como lo llamó José Martí en 1888, había nacido en un ambiente alejado de carencias materiales. La posición socioeconómica de su familia le permitió estudiar en la Universidad de La Habana y en Barcelona, y acceder a los privilegios propios de su clase. Pero, una vez enrolado en la causa de la independencia, no vaciló, ni cedió ante proposiciones de reconciliación con el poder colonial. Escogió la manigua y el sacrificio. 

Fue consecuente con los ideales que abrazó y murió empuñando las armas contra el régimen opresor. La caída de Agramonte en el combate de Jimaguayú marcó un golpe sensible para la insurrección. Su ausencia dejó un vacío en el liderazgo de la Guerra de los Diez Años. 
 

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