El poder está en los medios
especiales
Fotografía tomada de Internet
El poder de los medios de comunicación es increíble. Su papel como formador de opinión y su alcance masivo es una combinación peligrosa porque incide tanto en la gestión política de un país como en el imaginario colectivo, y en todos los demás procesos de la sociedad.
Pensemos un momento en casos puntuales como Venezuela, Ucrania-Rusia, y Cuba, entre tantos otros, tan presentes con campañas muy directas e insistentes de los conglomerados más importantes por alcance global y credibilidad. ¿Cuántas veces hemos advertido la manipulación mediática para establecer determinado proyecto? Más común es que este fenómeno pase inadvertido, sobre todo para las mayorías.
Desde hace mucho tiempo los medios dejaron de ser simples emisores, mucho menos asépticos —si acaso alguna vez lo fueron. Ahora mismo no se pueden desconocer sus cualidades porque las consecuencias tienen un costo elevado difícil de resarcir. Como actores políticos, incluso, económicos, los medios poseen amplia capacidad de influencia en la toma de decisiones, en el establecimiento de valores.
Equivocado está quien no entienda que nunca detrás de un medio se encontrará un objetivo casual. Cada publicación siempre responderá a los intereses del dueño, a la política editorial de su canal, emisora, periódico, o web, y su matiz estará mediado, en gran medida, por la percepción del periodista, por su motivación ante lo que informa. En cuenta debemos tener su trasfondo financiero.
Asimismo, el vilipendiado término «libertad de expresión» es subjetivo y manipulado porque, contrario a lo que tanto se vocifera como pecado, la censura es necesaria para determinar los límites; sin embargo, otro tema es faltar a la ética periodística, no contrastar fuentes, esconder información, e inventar para concebir discursos disuasivos y contrarios. Porque luego puede ser desastroso, como demuestra la historia.
Ejemplo de ello fue la obsesión, a todas luces malsana, con Venezuela, cuando siendo el centro del foco mediático en 2017, apuñalaron y quemaron vivo a Orlando Figuera. Antes y durante el incidente, todos los medios más seguidos en el mundo trataban la cuestión de las guarimbas con duros ejercicios de satanización al gobierno oficial y constitucional, a su programa y aliados. Fueron especialistas en exacerbar la confrontación política y social entre venezolanos, no pocas veces emplearon contextos fabricados, alimentaron la radicalización, y el saldo fue una sociedad totalmente polarizada, con un odio que se respiraba en todos los entornos. Figuera no fue el único en morir linchado; en su caso, por negro y chavista, aunque no militaba en partido político alguno. La misma campaña que envalentonó a la turba derechista que lo masacró, luego silenció el suceso; ponderó los que le convenían.
El 20 de mayo de 2017, en medio de una protesta en la Plaza Francia (o Altamira), en Caracas, un grupo numeroso de manifestantes opositores al gobierno del presidente Nicolás Maduro hirió con armas blancas y prendió fuego a Orlando Figuera, de 22 años de edad, quien pasaba por allí. Murió justo 15 días después.
De igual forma ocurrió —y ocurre constantemente— con otros procesos de izquierda en la región, como en Bolivia, año 2019, cuando los medios de prensa hicieron su aporte certero a la crisis política que resultó en golpe de Estado contra Evo Morales. Es interminable la lista de eventos de esta naturaleza promovidos con la participación de la prensa. Sucede tanto en Latinoamérica como en Europa, y Oriente Medio, en todo el planeta.
Por eso, volvemos: no hay dudas, la censura es directamente proporcional a la disposición del empleador, y esto funciona así tanto para posturas derechistas como izquierdistas. Incluso, en la academia se trata el asunto como valioso para establecer un medio de cualquier índole. Es lógico que, si a la junta directiva no le concierne determinado conflicto, pues no lo menciona o lo maneja por arribita; como tampoco lo hará el periodista independiente, sin jefe, si no le motiva o le afecta el hecho. Y viceversa.
¿Cómo funciona en el mundo? Por lo general, los medios actúan a conveniencia y presionan la opinión pública con marcado contraste entre lo que acompañan y lo que atacan, y lo hacen desacreditando, armando una perorata incisiva que, por supuesto, cala en el desarrollo de los acontecimientos. Es muy difícil escapar a esas narrativas bien entramadas, detrás existe talento y empeño en profundizar grietas, en crear distracción para posicionar la ecuación elegida, distorsionada o no, que ofrezca solidez a sus argumentos.
En tal empeño, ya casi no hace falta tener pruebas para demostrar una tesis; a veces basta con tener un nombre sólido o parecer creíble, o, simplemente, ser reiterativo hasta el cansancio, como dice el refrán «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad».
Por tanto, no se puede mirar el fenómeno de manera ingenua porque está muy lejos de serlo, y no por gusto ostenta la categoría de cuarto poder y de eso se aprovecha para establecer las agendas informativas, legitimar contenidos, así como educar, persuadir, e hipnotizar a las masas. Tampoco podemos demonizar siempre sus propósitos, pero, viendo lo visto, está claro que ya es muy difícil creer en un medio sagaz y transparente. Es casi una utopía.
Resumiendo, el poder de los medios es muy eficaz como herramienta política gracias al manejo de los símbolos, de las realidades, del clima social. En su versión más cruel no solo suelen posicionar contenidos, sino atacar ideas contrarias o ningunearlas, aunque sean razonables. Y como son expertos en comunicación, no les es indispensable el abordaje agresivo; muchas veces —si no estamos atentos— ni siquiera nos percatamos de la manipulación mediática, y sencillamente nos inoculan las ideas hasta que, poco a poco, nuestro pensamiento se redirija hacia donde quieren.
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