El filme Baraguá y el ocaso de la Guerra de los Diez Años
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La cinta Baraguá es uno de los filmes cubanos más aclamados por los consumidores de audiovisuales históricos. Estrenada en 1986 por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), esta película fue escrita y liderada por el reconocido director de cine y televisión José Massip.
El audiovisual propone un repaso de los últimos meses de la Guerra de los Diez años, a la vez que enuncia conflictos que llevaron a su fracaso y a la Protesta de Baraguá el 15 de marzo de 1878.
Para la producción, su realizador desplegó una profunda investigación. De acuerdo con Miguel Torres, también director de cine y televisión, Massip era, además, “un historiador notable, analizaba cada detalle con la minuciosidad de un especialista para después volcarlo en el lenguaje del cine”.
En esa capacidad influyó su formación intelectual: estudió Sociología en Harvard, Estados Unidos, y se licenció en Filosofía y Letras, en la Universidad de La Habana; trabajó, además, en la Oficina del Historiador de La Habana entre 1949 y 1951, junto a Emilio Roig de Leuchsenring.
La experiencia teórica y práctica reunida por Massip le facilitó la creación de escenas tan expresivas como las de La Habana colonial, en las que se percibe el contraste entre la vida del blanco y la del negro. De modo general, Baraguá ilustra la perseverancia de los criollos por resistir las dificultades de la guerra, con el afán de obtener la independencia y, en el caso de los ex esclavos, la reafirmación de su libertad.
El filme no evade lo que debió haber ocurrido tal cual. Me refiero ahora a la bravura con que las huestes insurrectas cargaban contra las formaciones españolas. No hay clemencia hacia el militar ibérico: al momento del combate, el macheteo mambí se ilustra demoledor, letal.
Para la continuación de la guerra, además de líderes de extracción popular, se comprometieron blancos ilustres. Por ello, la escena de la entrevista entre el Titán de Bronce y Arsenio Martínez incluye mambises blancos; encarnan a hombres como Manuel de Jesús Calvar, terrateniente alzado junto a Carlos Manuel de Céspedes, o el doctor Félix Figueredo.
Mediante su excelente fotografía, a cargo de Julio Simoneau, la película recrea días y noches del paisaje rural, devenido campo de batalla que casi siempre ofrece ventajas a los insurrectos. A pesar de la superioridad numérica y logística de las tropas españolas, son los hijos del Caribe quienes obtienen en la naturaleza una aliada leal.
En tal sentido, notable es la representación de un escolta de Maceo —gravemente herido—, en diálogo con su entorno habitual. En concentración casi mística, predice la dirección del ataque enemigo; mueve la hojarasca del suelo para despistar a los captores; reconoce que un perro tiene de rancheador porque ladra solo a los negros...
Otro valor destacable de Baraguá como filme histórico es que, sin ser su eje principal, no omite la intención de Estados Unidos de apoderarse de Cuba. En él se expone cómo el gobierno norteamericano tantea a las autoridades españolas —a través de un emisario que posteriormente arriba a la manigua a intercambiar con líderes insurrectos— sobre una posible compra.
Transcurridos más de 35 años de su estreno, esta película conserva vigencia. Si bien la crítica le ha realizado algunos señalamientos, es un producto de apreciables valores estéticos e intelectuales. Logra exponer no solo el ocaso de la Guerra de los Diez Años, sino, además, la energía patriótica que llevó a los cubanos a levantarse, una y otra vez, para conquistar su independencia.
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