EEUU entre la bendición y la confianza divina: religión, identidad nacional y cultura política

EEUU entre la bendición y la confianza divina: religión, identidad nacional y cultura política
Fecha de publicación: 
3 Agosto 2024
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A través de la historia se ha puesto de manifiesto el uso político de la religión para legitimar acciones de Estados y gobiernos. Existen elocuentes experiencias, mucho más acá de la barbarie europea de los tiempos antiguos del Imperio Romano, cuando los cristianos eran arrojados a los leones o, cuando después, durante la época medieval eran ellos quienes actuaban como inquisidores, llevando a la hoguera a los herejes.  Y del período de conquista y colonización del Nuevo Mundo, cuando junto a la espada venía la cruz, como instrumento germinal de un sistema de opresión y genocidio no menos bárbaro, que implicó el exterminio y sometimiento de los pueblos originarios.

La religión operaba entonces, como se sabe, no solamente como un factor funcional en el plano ideológico, un anticipando un ejercicio despectivo y discriminatorio que se extendería luego a otras experiencias y latitudes, basado en la convicción de la inferioridad de los pueblos originarios, sino que materializaba su rol en la práctica brutal que a diario establecía, consolidaba y reproducía las relaciones esclavistas de dominación. La cruz trascendía la condición de acompañamiento subjetivo, intelectual, complementario. Actuaba como fuerza material, objetiva, participante, ejecutora, junto a la espada.  Naturalmente, nada de eso tenía que ver --no es necesario aclararlo--, con la auténtica fe e identificación religiosa, con la consiguiente prédica honesta y práctica social basada en sentimientos de humanismo, generosidad, altruismo, generosidad.  

Miguel de Unamuno advertiría sobre la relación aludida, entre religión y política, en el contexto de la naciente Guerra Fría, confrontando posiciones intelectuales portadoras de confusión y visiones simplistas en la realidad española, que presentaban al factor religioso cual representación espiritual autónoma, como conciencia de una divinidad, de la relación del hombre con Dios. En un brevísimo escrito titulado “Los Antipoliticistas”, publicado en 1947, señalaba que “querer separar la religión de la política es una locura tan grande o mayor que la de querer separar la economía de la política”.  Cuánta razón le asistía. Si se mira a la historia y a la actualidad de Estados Unidos, se corrobora a plenitud tal aseveración, que es una premisa del conocimiento científico que genera el pensamiento crítico en las ciencias sociales.

El discurso pronunciado por Donald Trump al terminar la Convención Nacional del Partido Republicano, aceptando su nominación formal u oficial como candidato presidencial, trae a colación las presentes notas, referidas a lo anterior, toda vez que en su emotivo relato de lo sucedido --al recibir el disparo en una oreja en el reciente atentado de que fuera objeto--, afirmó, en medio del dramatismo al que apeló, con su habitual estilo excéntrico y teatral, que aún ensangrentado, se sintió “muy seguro”,  porque “Dios estaba de su lado”.

En espacios precedentes, Cubasí ha proporcionado a los lectores oportunos análisis sobre la contienda electoral en curso en Estados Unidos, aportando suficientes elementos para comprender la compleja dinámica en que se ha desenvuelto. Y a raíz del citado atentado, ha publicado detallados, profundos y matizados artículos, que han pasado revista a lo más significativo, valorando contextos, repercusiones y eventuales perspectivas. Es el caso de “Las elecciones norteamericanas en el mundo multipolar naciente”, de Mauricio Escuela, y de “¿Creer en Trump?” y “Kamala, nada confiable”, ambos de Arnaldo Musa.

Sobre esa base, este artículo no examina ni la coyuntura electoral ni el atentado. Se parte de considerar que, por el momento, se cuenta con la información y las interpretaciones que posibilitan, retomando otros trabajos previos, aparecidos en dicho portal, que permitirán a los interesados que siguen el tema sacar, como sugiere un popular comentarista televisivo en un programa nocturno, sus propias conclusiones, prestando atención a los sucesos que tendrán lugar en los próximos meses, como la Convención Nacional del Partido Demócrata y los debates entre los candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia. Sobrarán, en ese camino, las noticias, las encuestas acerca de las preferencias electorales, los análisis periodísticos y académicos, en los que será inevitable la mezcla de objetividad y especulación.

De ahí que el autor de estas notas prefiera reflexionar, siquiera brevemente, sobre el telón de fondo de lo que se ha referido: la presencia de la religión en Estados Unidos, su importancia en la definición de la identidad nacional, su lugar en la cultura y papel en la vida política. reteniendo apenas algunos aspectos fundamentales, a manera de marco que ubique el alcance de las palabras de Trump que se han mencionado. La complejidad del tema aconseja regresar a él en una aproximación ulterior. A continuación, sólo unos apuntes, que parten de esas palabras, dejando a un lado el proceso electoral. Se utilizan solo como referencia para exponer un escrutinio sumamente panorámico.  Con esta intención, se focaliza un par de cuestiones, que resultan muy ilustrativas.   

De seguro resultan familiares, a través de noticieros, documentales o películas, las frases con que los presidentes norteamericanos suelen terminar sus discursos, dirigiéndose a sus audiencias: “God bless you and God bless America” (“Dios les bendiga” y “Dios bendiga a Estados Unidos”). Y a quienes hayan puesto atención al observar detenidamente los billetes y monedas de ese país, le vendrán a la mente las palabras enunciadas en el lado anverso de los dólares: “In God we trust” (“En Dios Confiamos”). Es decir, ambas referencias testimonian la significación de la religiosidad para la vida cotidiana estadounidense.

“God bless America” tiene un alto sentido simbólico. Recuérdese la tradición del llamado “Destino Manifiesto”, referido a la condición de Estados Unidos, como nación indispensable y pueblo bendecido, elegido por Dios, nacido ideológicamente del puritanismo religioso protestante, dotado de una vocación misionera, evangelizadora, de alcance universal. Se trata de una convicción implantada en el imaginario popular, cual componente de la cultura nacional, de la conducta ciudadana y base de la política exterior.

Se ubica la aparición, como frase, a partir de la popularidad que adquiere una canción patriótica compuesta en 1918, bajo el clima bélico de la Primera Guerra Mundial, por un inmigrante siberiano nombrado Irving Berlín, en las afueras de Nueva York.  Se comenta en muchos textos que una versión modificada se trasmitió en un programa radial en 1938, previo al estallido de la Segunda gran Guerra, causando un impacto sensacionalista en la sociedad norteamericana.

Desde entonces, la canción --y de modo sobresaliente, su letra y la frase que le da título-- sirvió como una suerte de consigna nacionalista, impregnada, claro está, del aliento chovinista patriotero en ese país, que se repetiría en los momentos de orgullo, rabia, alegría o tristeza del pueblo norteamericano. Ha estado presente en las conmemoraciones históricas, en el tributo a los héroes, en la celebración de victorias militares, pero también en situaciones en las que Estados Unidos se sintió herido,  como la del ataque japonés contra Pearl Harbor en 1941, que determinó su entrada en la Segunda Guerra Mundial; o el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001; o la explosión en el aire de la nave espacial Columbia con siete tripulantes a bordo en 2003, que sobrecogió de pena a los estadounidenses. En estos y otros episodios de tragedia nacional, se apelaría al “God bless America”, “Dios bendiga a Estados Unidos”, en homenaje a sus héroes o a sus víctimas. La frase lleva consigo, en un país cuya identidad fundacional se forja a partir de valores, mitos y otros insumos ideológicos --entre los cuales la fe religiosa se halla entre los componentes básicos del ADN cultural de Estados Unidos--, una reafirmación de connotaciones políticas, al recordarle a los norteamericanos que “somos una nación, a pesar de las diferencias”.

Numerosos presidentes, demócratas y republicanos, liberales y conservadores, construyeron sus narrativas apelando a ello. Algunos apelaron explícitamente en sus alocuciones y agendas a la articulación, en determinadas coyunturas, de un consenso bipartidista, de una unidad nacional, por encima de las divergencias ante asuntos como el de las amenazas a la seguridad y a la identidad. Entre otros antecedentes, se distinguen dos. El primero:  en 1973, el presidente republicano Richard Nixon, durante el escándalo Watergate, anunció las renuncias de tres funcionarios de su Administración con estas palabras: “Les pido sus oraciones para ayudarme en todo lo que haga en mi presidencia”, concluyendo con la frase “Dios bendiga a Estados Unidos y Dios bendiga a todos”. El segundo: otro jefe de Estado, con similar afiliación partidista, Ronald Reagan, convirtió “Dios bendiga a Estados Unidos” en el eslogan político convencional que es hoy, al usar la expresión para finalizar su discurso de aceptación de la nominación en la convención del Partido Republicano, en 1980. La mayoría de los textos que tratan el tema sitúan ese punto como inicio de la práctica actual, ya hecha tradición.

Por otra parte, la frase “En Dios confiamos", fue adoptada como una especie de consigna oficial de Estados Unidos en 1956, como alternativa y reemplazo del entonces lema que, si bien no en términos oficiales, pero sí oficiosos, se utilizaba como pieza identitaria. La frase “E pluribus unum” (“De muchos, uno”), era la expresión que resumía simbólicamente la integración de la nación hasta que, en el contexto de la Guerra Civil, en 1864, aparece impresa la actual consigna en la moneda del país. Aunque no se ponga una atención consciente por el ciudadano común y corriente, lo cierto es que, al operar cotidianamente, aunque las tarjetas magnéticas hayan sustituido al efectivo al efectuar los pagos, en las compras de alimentos, medicinas, al asistir al cine, el teatro o espectáculos deportivos, cuando se emplea el dólar, ahí se hace visible la frase.

En resumen, y hasta ahí llegan las presentes reflexiones, que serán retomadas y ampliadas más adelante, se trata de que en Estados Unidos, de un modo u otro, las invocaciones a la divinidad han estado ahí, desde la etapa colonial que precedió a la formación de la nación, y que desde la Revolución de Independencia, han desempeñado un papel decisivo, a pesar de la formal separación entre Iglesia y Estado, que se consagra en los textos fundacionales. La sociedad norteamericana, contrariamente a la imagen que le presenta como paradigma del liberalismo y la modernidad (y de que en determinado sentido ha sido o es así), se caracteriza por ser profundamente conservadora y tradicionalista desde el punto de vista político-religioso. En ella existe uno de los índices más bajos de agnosticismo y de ateísmo. Estados Unidos nace como nación de un vientre protestante y es bautizado con una impronta de puritanismo de matices fundamentalistas, incluso fanáticos. Nunca ha tenido un presidente agnóstico ni ateo. En las campañas electorales se suele expresar un alto grado de compromiso de los candidatos, demócratas y republicanos, con Dios y con la fe protestante. Son conocidas las dificultades por las que tuvo que atravesar John F. Kennedy en los años de 1960, por su condición católica. El fundamentalismo protestante se ha agudizado en las últimas cuatro décadas, a través de las posiciones de la derecha religiosa evangélica, que respalda las posturas políticas más conservadoras. En los tiempos de Reagan se activaron y con George W. Bush se reavivaron. Recuérdese que ese presidente afirmaba que hablaba con Dios, o que Dios hablaba con él.

La influencia del fundamentalismo evangélico representó y sigue representando un baluarte del pensamiento político conservador, imbricado con el “trumpismo”, que ha puesto mucho énfasis en los actos de fe, en la práctica religiosa, en la integridad de la familia patriarcal, en la santidad del matrimonio, en la proscripción del divorcio, el adulterio y el aborto, en la persecución del feminismo, en el machismo. Durante el único período de gobierno de Trump esas expresiones fueron muy palpables y en la actualidad, reaparecen con fuerza, retroalimentando posiciones elitistas, que se extienden y hasta cierto punto, se integran en una cultura política de masas. Son portadoras de tendencias regresivas, decadentes, agresivas, que alientan la violencia, los elementos de superioridad racial (el supremacismo blanco), la discriminación en sentido amplio y la intolerancia (no solo ante el color oscuro de la piel, sino ante ideologías políticas, pertenencias religiosas y movimientos sociales considerados antinorteamericanos), la xenofobia, el nativismo y las teorías de la conspiración. Siguiendo a Unamuno, se trata de toda una ensambladura y fusión entre religiosidad y política, que adultera los auténticos sentimientos religiosos, alimentando una visión estrecha, dogmática, reduccionista, de la identidad nacional.  Se desprecia, así, a musulmanes, a latinoamericanos y comunistas. Se manipula mediante diversos factores, incluido el religioso, la cultura política, la sociedad civil, la literatura y el arte, así como la opinión pública, en función de un proyecto de dominación mundial que confunde mediante los llamados a restaurar la grandeza de Estados Unidos, eufemismo que canaliza el hegemonismo imperialista descarnado, dispuesto a usar la fuerza, la militar incluida, en su política internacional.  La retórica política que se utiliza acude a las frases examinadas. Estados Unidos (sus gobernantes), proclama su confianza en Dios y la certeza de que recibe la bendición divina. Las frases examinadas conllevan un simbolismo que opera en la subjetividad y en la realidad objetiva cual funcional nutriente del sistema de dominación norteamericano, ayer y hoy.

Al principio del artículo se hablaba del uso político de la religión con fines de legitimación de acciones de Estados y gobiernos. Una vieja canción que popularizó Tina Turner, titulada “¿Qué tiene que ver el amor con esto?”, sugiere una interrogante similar, al escuchar a Trump, con la oreja vendada, diciendo que Dios “estuvo de su lado”. Ahí cabe preguntarse: ¿Qué tiene que ver la religión con eso?

* Investigador y profesor universitario.

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