Confesión australiana: El silencio sí tiene sonido en Afganistán
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Fuerzas especiales australianas monitorean una zona montañosa durante una operación en el sur de Afganistán.
Sólo han pasado unas pocas horas desde que el colega Jorge Legañoa comentara en la televisión nacional cubana acerca de la confesión castrense de Australia sobre los asesinatos cometidos por sus tropas, cuando apoyaron durante años la agresión y ocupación de Estados Unidos en Afganistán.
Apenas confesaron 39 crímenes, pero no importa el número, porque, aunque sea sólo uno, lo es.
Confesión tardía, aunque significativa, porque no recuerdo que otro elemento de apoyo a EE.UU. lo haya hecho, mientras sólo los medios de divulgación se limitaban a reportar de forma triunfalista sobre la agresión de hace 19 años, cuando Bush esgrimía los triunfos militares contra una de las naciones más pobres del planeta, sin recurso alguno para emprender actos terroristas contra el Imperio y sin participación alguna en los atentados contra las Torres Gemelas neoyorquinas y el Pentágono.
Esto de los asesinatos australianos en Afganistán no pueden compararse con los que cometieron los soldados de la isla continente cuando acompañaron a EE.UU. en la agresión a Corea, donde hacían alarde de crueldad contra los prisioneros, muchos de los cuales fueron decapitados para que los hijos de Canberra pudieran exhibir sus cabezas de trofeo.
De esto no hay confesión oficial australiana, ni de los miles de aborígenes que exterminaron en el periplo de colonización local.
EL NUNCA ACABAR
Si nos remitiéramos a la historia de antes, sería el de nunca acabar con la descripción de los crímenes imperiales, directos o inducidos por el invasor.
Como más del 90% de la información internacional es manejada por los medios imperiales, la mayor parte del mundo no conoce la verdad del sistemático genocidio que se ha efectuado contra los “pueblos rebeldes”.
Interminable sería comentar sobre los crímenes atómicos de EE.UU. contra Hiroshima y Nagasaki, tan grave como la muerte de cientos de millones de personas, sobre todo en el mundo subdesarrollado, bajo las bombas atómicas del hambre, la miseria y las enfermedades; el arsenal nuclear se moderniza y se hace más eficiente, a la par con el desarrollo científico y tecnológico
Cada una de estas agresiones, del genocidio que se aplica contra sus pueblos, es algo corriente y, a excepción de la guerra perdida en Vietnam, es poco conocido y tergiversado para las sociedades de consumo.
Antes y después de la agresión e invasión por Estados Unidos y sus aliados se ha tratado de denigrar a los habitantes de una de las empobrecidas regiones del mundo, tratándolos como animales y utilizándolos como conejillos de indias para experimentar sofisticado armamento y prácticas mercenarias, todo un caldo de cultivo que hace confundir acciones heroicas y terroristas.
No obstante, los orgullosos afganos no han depuesto las armas ni se han rendido ante un enemigo que se aprovechó inicialmente de ellos en la lucha contra los soviéticos y de la disposición de los pashtunes de recuperar el poder ante las otras muchas etnias.
EMPATANAMIENTO IMPERIAL
La guerra cayó en el olvido mediático, mientras las tropas ocupantes se empantanaron en el lugar y EE.UU. propiciaba la corrupción, sobre todo con el cultivo y tráfico de droga, a lo que se agregó prácticas torpes del anterior gobierno de Bush que hicieron olvidar que la principal meta era Iraq.
Fue entonces que, con fines electorales, el presidente norteamericano, Barack Obama, anunció en su primer período, y reafirmó después, que las tropas norteamericanas se retirarían completamente de Afganistán para el 2014, argumentando el éxito militar ocupante y la fortaleza de las tropas locales, aunque pensaba dejar una importante presencia en sus bases y mantener las semillas de otra invasión, la cultural, que también daña a los pueblos.
Trump hizo lo mismo, entablando conversaciones con los talibanes, realmente inútiles, por utilizar métodos terroristas para denigrar a los combatientes, mientras libraba su propia guerra electoral para tratar de reelegirse, en tanto casi un cuarto de millón de norteamericanos perecía por su chapucería en tratar la pandemia de la COVD-19.
Si evocamos épocas ancestrales, comprobamos que Afganistán es una de las tierras más antiguas del mundo y uno de los países donde más acontecimientos se han registrado.
Por estar ubicado en la Ruta de la Seda, que conectaba el Este con el Oeste de Asia, ha sido un punto en el que han convergido las grandes civilizaciones del mundo y, durante siglos, se han forjado la cultura y la identidad de esta tierra.
Pero esto, que consolida el orgullo de la heterogénea nación, no lo tuvo en cuenta el invasor.
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Carlos de New York City
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