Borinquen entristecido: Falso progreso y pobreza generalizada

Borinquen entristecido: Falso progreso y pobreza generalizada
Fecha de publicación: 
3 Abril 2024
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Manifestantes frente a la residencia de los gobernadores, la Fortaleza, en San Juan, Puerto Rico. Foto: Ricardo Arduengo / Reuters

En una época el Imperio presentó a su colonia de Puerto Rico como el espejo de bienestar en que se debían de ver todos, y no como la Cuba castrista, tratando inútilmente de tapar la solidaridad hermana a pesar de ser perseguida con un criminal bloqueo que la trata de asfixiar.

Pero, como dice la canción de Pascasio Alonso, la torrecita se tambalea, sin saber por qué.

Si miramos más allá de esas circunstancias, comprendemos que las consecuencias de las prácticas del capitalismo han llevado a la miseria a la mayoría de la población del llamado eufemísticamente Estado Libre Asociado.

Algunos pensaban festinadamente que por estar a la sombra de la principal potencia mundial esto la haría brillar, pero no ha sido así.

Las estadísticas recopiladas demuestran que en Puerto Rico el 44,5% de la población y el 40,9% de las familias viven en situación de pobreza y que la media de ingreso en el hogar decreció en 50 municipios significativamente en un 4.9%. Todo esto en medio de una vorágine provocada por la pandemia de la COVID y ciclones destructivos.

Además de la mencionada pobreza hay pobladores entristecidos, no obstante que puedan llevar una vida acomodada con varios vehículos, ropa de última moda, colegios privados y los más recientes equipos electrónicos.

Y lo aparentemente bueno con lo malo y peor se explica por el fracaso de todos los gobiernos con la cuestión de la estatidad, porque buscan la solución pegándose aún más al amo, sin tener en cuenta nada que huela a independencia, siempre presentada como el ogro al que hay que temer.

Ese fracaso estaba camuflado bajo un falso progreso que solo sirvió para unos pocos a los que enriquecía, mientras el resto se rompen el pecho trabajando y hasta pueden perder la vida por el cansancio físico y mental.

Así lo subrayaba la activista puertorriqueña Elwood Cruz: “… todos los gobiernos nos endilgaban estribillos como ¡el Estado Libre Asociado es el progreso que se ve; lo mejor de dos mundos; estadidad ahora para recibir millones en fondos!, y otras soluciones mágicas que nos llenaban los ojos y barría la pobreza debajo de la alfombra”.

HAY QUIENES RIEN Y GOZAN

Aunque seamos “justos” : en Puerto Rico sí hay personas a las que la vida les sonríe y gozan de enormes ventajas fiscales: los inversionistas extranjeros. Lo cierto es que la población autóctona sufre desahucios, cierres de escuelas, privatización de zonas públicas y un sinfín de injusticias, mientras la corrupción y la especulación campean a sus anchas.

Y aunque el Comité de Descolonización de la ONU reafirma anualmente el derecho de ese territorio a su libre autodeterminación e independencia, nada se hace al respecto.

Es en ese marco jurídico en que los boricuas viven o sobreviven.

En tan solo dos décadas, el gobierno puertorriqueño ha eliminado unas 100 000 viviendas públicas destinadas para familias pobres, mientras ricos de todo el mundo —especialmente estadounidenses— están acaparando con voracidad propiedades y especulando con ellas.

En el centro de lo que está sucediendo está la llamada Ley 20/22, ahora parte de la Ley 60, que tiene como objetivo atraer inversiones a la isla. Gracias a esa norma, los extranjeros que se instalan en Puerto Rico durante al menos seis meses del año están exentos de pagar impuestos. Los lugareños, sin embargo, tienen que tributar al 33%. Las desventajas también golpean a los negocios.

Por un lado, familiares y allegados de los políticos acaban administrando las viviendas de esos inversores. Por el otro, esos mismos beneficiarios dan dinero a los partidos políticos que están en el poder para que no retiren ese tipo de leyes.

Los puertorriqueños denuncian que, incluso cuando hay leyes que les protegen, estas no se aplican. Es por ello que la población local se ve obligada a luchar pese a, teóricamente, tener la ley de su lado. Hay mucho que decir, pero más por hacer.

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