Yo vi boxear a Giraldo Córdova Cardín

Yo vi boxear a Giraldo Córdova Cardín
Fecha de publicación: 
22 Agosto 2024
0
Imagen principal: 

Tomado de la novela testimonio El látigo del jab sobre los rostros (Editora Abril, 1986), de la autoría de Víctor Joaquín Ortega, donde el protagonista de ficción, el púgil Black Kid, entre las realidades conquistadas por la investigación, asume la amistad y ser testigo de varias acciones de este joven caído en el combate por la libertad de Cuba el 26 de julio de 1953.

Giraldo Córdova, / candidato al título/ por sus rápidas manos, / por su punch que podía/ dejar una leyenda/ de huesos rotos, / por el ansioso baile/ de sus piernas, / por el destacado juego de sus hombros, / sólo tuvo una derrota/ en el récord/ - por no presentación-. por lo demás, / su brazo siempre le tiró/ un jab final al techo/. En su última pelea/ la afición se quedó esperando/ y chifló y pateó con ganas / por aquella falta de respeto. / Mientras, Giraldo lanzaba uppercuts / a la muerte/ en un cuerpo a cuerpo/ en el cuartel Moncada/.

“Conocí a Giraldo por Marianao, donde él vivía. Buena gente, socio mío, aunque más joven que yo. Lo llegué a estimar, Era muy serio, tranquilo, callado. Y te digo que era bueno no sólo porque asaltó el Moncada y cayera allí peleando contra los batistianos; lo digo porque lo traté y le vi acciones en la calle que lo hacían crecer mucho más ante mí- Por eso no me extrañó su elección ni su muerte.

Yo era amigo de Lázaro, el padre de Giraldo; le dicen Chacho. Él había tirado sus puñetazos en el ring y hasta fue semipro. Chacho llevaba, a veces, a Giraldo de chiquitico a los entrenamientos. Me acuerdo muy bien de aquel muchachito tan simpático, tratando de imitar al padre en los ejercicios. Giraldo crece y le da por meterse a boxeador, aunque no pasó del amateurismo; no le interesaba pasar, me parece. Le hacía falta plata, pero no quiso saltar. Estaba en otra cosa: linda cosa, ¿eh?

Bueno, siempre fue un recto y ¡cómo le dolían las injusticias! Dan el golpe del diez de marzo y Giraldo, un vejigo que no era estudiante ni na de eso, se fue para la Universidad: había un montón de jóvenes allí y decían que iban a repartir armas pa fajarse con Batista. Las armas no llegaron; sin embargo, ya tú ves cómo Giraldo mostró pronto su repudio a la tiranía. Más tarde, lo supimos después de su muerte, entró en la célula de Chenard, fotógrafo que cayó también en el Moncada.

Ya estaba metido en la Revolución y yo, buen amigo de él. no sabía nada. Era muy reservado ese muchacho... Lo vi pelear en tres ocasiones. Echo seis combates y nunca perdió; el último, por no presentación, porque estaba en el Moncada. Vamos por parte: de eso te hablo luego. Chacho era guagüero y trabajaba en el turno de noche; no podía ver pelear al hijo, que por cierto estaba de mecánico en la ruta 20. No podía verlo porque si no iba a la pìncha no cobraba. Me llamó y me dijo que yo fuera a ver batirse al hijo y que le dijera si Giraldo servía para eso. Hasta allá me fui: no le iba a fallar a mi amigo.
 
Se enfrentó en su debut- ocurrió en la Arena Trejo- a un rival de más alcance y alguna maldad en el asunto; por lo menos, mayor que la del hijo de Chacho que iba palante guapísimo; las piernas y las manos rápidas. Ah, era un welter Tenía para llegar. Pran, pran, pran y se echó al tipo. Como no era cine, la cara del vencedor se fue con sus hinchazones. Oye, que en el boxeo uno ganando, pierde también; dime tú el perdedor.

La gente del trabajo, loca con su boxeador. Abrazos, palmadas en la espalda, un par de fría, el bocadito…No me carezca de nada, campeón…Na, que no hay como estar arriba, compadre. Si uno va pabajo, si uno pierde, ¡cómo cambian las cosas! Los alborotadores se fueron.; lo acompañé hasta su casa. Luego, en cuanto vi al padre le dije: “Sirve, Chacho, lo que está verde todavía. Es guapo y no tiene un pelo de bobo, Debe mejorar la defensa, eso sí.

Lo vi pelear dos veces más. Avanzaba con cada salida. Más rápido, más fuerte, estaba más hecho. Lo observé entrenar. Le metía duro, aunque a veces le notaba en los ojos que su cerebro andaba por otros sitios. Le entraba una rabia así de pronto y la cara te lo decía; le pegaba más duro al saco o bailaba la suiza desesperado. Yo no sabía qué le pasaba, pero sabía que algo pasaba. Nunca me atreví a hablarle de eso; si bien era mucho más joven que yo, lo respetaba un mundo. A lo mejor está enamorado, pensé... Pero sabía que odiaba a los batistianos... Sólo supe después de su muerte en lo que él estaba. Ni una palabra se le fue conmigo.

Mira, si era valiente entre las cuerdas, aquí abajo era igualito. En cierta ocasión luego de su entrenamiento, íbamos por Marianao y quién te dice que cuando llegamos a Menocal y Calle Real, sale un teniente de una barrita que había allí: está curda, se tambalea, se saca el tareco y comienza a mear en la acera.  Pasaban dos mujeres. A una se le fue un grito que todavía guardo en mis orejas. A pesar del susto le soltaron dos o tres cosas al guardia. El tipejo le respondió:” ¡Qué tanta finura1 Seguro que no es la primera que ven… Y si no las han visto lo que se están perdiendo…” Y las mandó a callarse.

Giraldo se le acercó. “Se ha vuelto loco, usted es un irresponsable. ¿No le da pena hacer lo que ha hecho? El individuo lo insultó. “¡Vete pal carajo! ¿Quién eres tú, negro de mierda, para darme lecciones”? Y sacó la pistola. Me quedé frío. No supe qué hacer. Giraldo sí: se abrió la camisa, le mostró el pecho…”. “Lo requiero por una inmoralidad y responde así... Pues a mí no me asusta… ¡Tire aquí si tiene valor; tire aquí...!” Por suerte, otro teniente, menos sinvergüenza, o con algo más de honor e inteligencia y menos tragos, se llevó al borracho y la sangre no llegó al río.

Me acuerdo de otro hecho. Un guardia había amenazado a un viejo que era chofer de la 20. Vaya, le cobraba al barato. Giraldo se enteró. Buscó al abusador... ¡Le dio una clase de trompada que sonó en todo Marianao! El policía no pudo sacar la pistola, y se arratonó tanto que no intento vengarse y se perdió de por allá. Lo había puesto a dormir con aquella patá de mulo y le hubieran podido contar cien. Ese fue el mejor cao que propinó Córdova Cardin.

El último día que lo vi... A ver, sí...  no lo recuerdo exactamente Ah, fue en el gimnasio. Se preparaba para un combate importante programado para julio. Le dije “Te veo entero, campeón. Me comentó sonriente: “Y tú no lo sabes bien”. Fue esperado en vano en el Trejo y hubo protestas ruidosas y todo. Sus amigos estábamos tristes: le habíamos comprado una bata y un par de zapatillas. Centavo a centavo llegamos a unos cuantos pesos y queríamos que estrenara esas prendas. Oye, la verdad nos sentimos frustrados, algunos se pusieron bravos. Y él combatiendo por nosotros, por nuestros hijos, allá en el Moncada.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.