¡Ponme la mano aquí, Macorina!

¡Ponme la mano aquí, Macorina!
Fecha de publicación: 
28 Noviembre 2022
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Alguien que la admiró dijo que tenía una belleza infinita: ¿Qué no hubiera dado él por aquellos labios de perenne fuego? ¿Y por esos senos, palomas inquietas, cansadas de tanta caricia deshojada? Sabía que a nada podía aspirar: sus bolsillos no brillaban con el relámpago del oro. Era un pobre diablo y debía conformarse con contemplar de lejos a la Macorina. Quienes la poseían pagaban buenas sumas por flotar aunque fuera una noche en el vértigo de su lecho de suaves sábanas de holán.

En ocasiones, en el más oscuro rincón de su cuarto de estudiante, se preguntaba: ¿Es la Macorina una mujer sin alma? Hembra soñada por tantos. ¿Amó aunque solo fuera una vez? ¿Cuál sería en realidad la historia de la inspiradora del rico danzón bailado por todos?

Muchos años después, con iguales interrogantes, salió mi curiosidad en busca de lo cierto, y en ese indagar encontré a un hombre viejo y ajado que me contó:

«Me sentía un rey a su lado… Esa mujer sabía amar hasta con la respiración. Ha sido una de las prostitutas más célebres de Cuba; además, la primera mujer en manejar un fotuto en esta Habana, convertida en una etapa en la capital del pecado por sus matones de rompe y raja, sus tortuosas calles, donde el amor tarifado se compraba al doblar de cada esquina, la guerra a sangre y fuego entre los chulos cubanos y los franceses.

«¡Si la hubiera visto usted! Conducía con garbo su automóvil muy despacito para que los hombres la contemplaran y las mujeres se murieran de envidia. Tenía un cuerpo escultural, aunque cojeaba un poco debido a un accidente, pero quién se iba a fijar en ese detalle, si era una Venus criolla. Fue la preferida de senadores y ricos hacendados, e incluso se dice que fue amante del mayor general José Miguel Gómez, presidente de la República. A ella le gustaba como a nadie el lujo, los autos —tuvo varios—, los trajes elegantes, los perfumes franceses.

«Nos conocimos a la salida del cine y me invitó a su casa, fue al principio de establecerse en La Habana, cuando aún no tenía las ínfulas de más adelante. Y sí, tuvimos una relación. Me volví como loco, solo anhelaba tenerla a mi lado. Por entonces, yo tenía un comercio de frutas y me iba muy bien, pero por complacerla me fui metiendo en deudas hasta quedar sin nada. Todo lo perdí, todo…»

De Macorina, inspiradora del sabroso danzón cubano, se han tejido múltiples historias; lo real es que el mito se engrandece con el tiempo. Ante el asombro de los más pacatos, a principios del siglo XX, rompió la tradición al manejar su fotuto blanco por La Habana; se trataba de un Hispano Suizo, que conducía con garbo despertando admiración.

Según contara la propia Macorina, había nacido en Guanajay, en 1892, y se llamaba María Constancia Caraza Valdés, aunque todos la conocían por Macorina, sobrenombre surgido a partir de un simpático incidente. Paseaba la joven su belleza de gacela tropical por la Acera del Louvre, en el tramo de Los Parados, cuando un tipo pasado de copas la confundió con Consuelo Bello, La Fornarina, una cupletista española que en su época estuvo muy de moda. El borracho, al tratar de despertar su atención con grandes voces, la llamó Macorina. A partir de ese momento, fue conocida por ese apodo dictado por la equivocación y del que ella llegó a renegar.

Es cierto que muchos hombres pasaron por la vida de Macorina; parece que entre ellos estuvo el general José Miguel Gómez. Un episodio la vincula a él. Ella misma se encargó de relatar ese suceso en la entrevista que le realizara el periodista Guillermo Villarronda, en Bohemia, el 26 de octubre de 1958.

«Los acontecimientos políticos conocidos por La Chambelona encontraron en mí a la sincera admiradora que siempre fui de José Miguel Gómez. Él era mi amigo y, cuando se vio envuelto en aquel suceso, yo le ofrecí todo mi apoyo trasladando a sus partidarios de un lado a otro en mis automóviles. Eso me valió ser arrestada y permanecer presa, durante 25 días, en la Cárcel de La Habana, de la que era alcalde Andrés Hernández, quien, al llegar yo a la prisión, se hizo cargo de mis prendas, habilitó un local especialmente para mí y me trató como una reina, a pesar de que el presidente Menocal le había ordenado que fuera severo conmigo. El doctor Herrera Sotolongo se hizo cargo de mi defensa, pero no evitó que L.P. tuviera que poner una fianza de 5 000 para que yo pudiera gozar de libertad. La causa quedó interrumpida indefinidamente hasta el día de hoy».  

Una musa inolvidable

De Macorina se discute desde el lugar en que nació, la fecha de su nacimiento, el color de su piel y hasta quién fue en realidad el autor de la pieza que la inmortalizó.

Existe el danzón para piano de A. Torroella titulado Macorina pon, pon, con partitura del editor Anselmo López, en 1919. Dice el estribillo:

Brillaba con la luna más hermosa que un clavel,
Brillaba con la luna más hermosa que un clavel,
Los ojos de mi mulata se llama Merced,
Los ojos de mi mulata se llama Merced.
Pon, pon, ponme la mano aquí, Macorina
Pon, pon, ponme la mano aquí, Macorina.

Está el danzón Ma Corina, de A. Romeu, editado por J. Giralt e hijo. Otros consideran que la pieza pertenece al compositor Tomás Corman, quien aparece en la etiqueta del disco grabado por la orquesta Almendra, de Abelardito Valdés, e interpretado por Dominica Verges. Por igual lo llevó a los surcos la orquesta de Cheo Belén Puig.

En la discografía de la orquesta Herrera aparece Macorina, y en la de Jaime Prats, el número grabado con el título de Macorina pon, pon.

Se ha dicho que la internacionalizó Chavela Vargas, quien supo de la canción durante su estancia habanera; la sumó a su repertorio como una de sus favoritas y se encargó de propagarla por el mundo en sus distintas giras. La llamada Dama del poncho rojo aseguraba haber conocido en La Habana a Macorina, cuya piel era como la hoja del tabaco. La voz de la intérprete con la pieza está en el disco Chavela Vargas. Voz sentimiento, del sello Orfeón. La actriz cubana Myriam Acevedo, rodeada de un público obsequioso, gustaba cantarla en su estilo en el Gato Tuerto, en el Vedado habanero.

Nuestro Abelardo Barroso, acompañado de la orquesta Sensación, la popularizó por los años 50. En esta historia está Alfonso Camín, considerado el Poeta Nacional de Asturias, quien vivió distintos períodos de su agitada vida en Cuba y trabajó en varias publicaciones, como el Diario de la Marina. En su libro Carey (1953) incorporó el estribillo a unas décimas dedicadas a esta singular mujer, uno de cuyos fragmentos dice:

Veinte años entre palmeras,
Los cuerpos como banderas.
Noche. Guateque. Danzón.
La orquesta marcaba un son
De selva ardiente y caprina.
El cielo, un gran frenesí:
Pon,
ponme la mano aquí,
Macorina…

En La rumba y otros poemas está la grabación del poema de Camín en la voz de ese extraordinario declamador Luis Carbonell.

Según datos de Miguel Ojeda en su libro La Macorina, el pianista y compositor Luis Martínez Griñán compuso una obra con el nombre de esa beldad.

Sobre ella se inspiró el músico Edesio Alejandro, en una pieza cantada por el barítono Adriano Rodríguez; la producción de 1997 está incluida en la placa CoraSon DeSon.

El tema de La Macorina ha sido también grabado por la Original de Manzanillo, la Charanga de Rubalcaba, y por la orquesta Aragón, aunque no íntegramente.

El conocido pintor cubano Cundo Bermúdez la recreó en un óleo.

Aquella mujer adinerada, quien logró tener varios carros, cuatro casas palaciegas, una cuadra con caballos, y regenteó prostíbulos; la que viajó por España y Francia y retrataron los pinceles de varios artistas, incluso se dice que posó desnuda, a los 40 años había perdido toda su juventud y, claro, empezó a decaer. Los hombres que reverenciaban su belleza, ahora no volvían como antes el rostro para mirarla. Llegaba la hora del declive y ella lo había comprendido. Se abría una nueva etapa en la que reinó la soledad.

En sus últimos años, adoptó el nombre de María Calvo Nodarse. De que La Macorina existió realmente dan pruebas las entrevistas que, al final de su vida, le hicieron periodistas como Alberto Pavía y Guillermo Villarronda. En sus postrimerías rechazó la mujer que fue.

Con ojos nostálgicos, en su diálogo con Villarronda, en la revista Bohemia, le reveló que su ilusión de siempre había sido llenar un avión de muñecas para «repartirlas entre todas las niñas de Cuba».

Su imagen evanescente aparece de vez en cuando en obras de teatro como Réquiem por Yarini, de Carlos Felipe, o algún reportaje que la trae a la actualidad. Además, conoció que se había convertido en un personaje propio de las Charangas de Bejucal. En 1912 se exhibe por primera vez un hombre disfrazado de mujer con grandes glúteos que la imitó. Se llamaba Lorenzo Romero Miñoso y hace muchísimos años falleció.

Desterrada al olvido, La Macorina dejó de existir el 15 de junio de 1977, en la calle de Apodaca 356, en La Habana, donde sobrevivía humildemente. A una de las vecinas de la barriada le suplicó que el día de su muerte le pusiera un vestido amarillo y le recalcó que no dijera que era La Macorina. La allegada no solo cumplió su promesa, sino que no dejó de llevarle a su tumba las flores que tanto le gustaban.

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