Para un joven del siglo XXI
especiales
Giraldo Córdova Cardín, Héroe del Moncada.
Como profesor en la Universidad de las Ciencias de la Cultura física Comandante Manuel Fajardo, me tocaba impartir la clase sobre los Juegos Olímpicos de la antigüedad. Pero antes de entrar en el certamen heleno, -después romano ya en la decadencia mayor-, dada la fecha cercana al asalto del Moncada necesité y era imprescindible hablar del boxeador que cayó en aquel combate: Giraldo Córdova Cardín. Después de mi breve exposición, a pesar de los aplausos, una joven valerosa expresó una opinión sobre el asunto. Vale expresar lo que uno piensa.
Profesor, usted me perdone ¿por qué ese boxeador se metió a redentor? Lo que debía hacer era firmar un contrato como profesional como hacen ahora. Era un deportista, ¿por qué escogió un camino que no era el suyo?
La sorpresa me dejó perplejo, aunque salí del golpe y me decidí a contestarle. Con inteligencia, sin ofensa, sin dejarme ganar por el descontento ante lo que sentí bofetada. Me dije: le voy a leer el poema Para un joven del siglo XXI que integra mi libro Como un violento juego de pelota. Y lo hice. Aquí están esos versos.
Mis compañeros, además, no están olvidados ni muertos: viven hoy más que nunca y sus matadores han de ver aterrorizados como surge de sus cadáveres heroicos el espectro victorioso de sus ideas. Fidel en La historia me absolverá.
No voy a decirte que me agrada ser mártir.
La vida me desbordaba,
cascada, río, mar embravecidos:
el frío especial de la cerveza, la mesa bien servida
en la modestia familiar,
el incendio por un cuerpo rodeado de luz
el sol al avanzar
o en la rojura de la tarde,
el jab lanzado entre las cuerdas,
conectar el batazo decisivo/ para el equipo del barrio,
bailar del son al bolero,
decir el poema,
ir con la novia al cine,
imitar al orador preferido,
leer alguna obra maravillosa
y soñar, soñar, soñar…
No, no voy a decirte
que me agrada ser mártir:
el dolor de las torturas,
el hedor de la maldad,
presenciar el triunfo de la bestia
y sufrirlo en carne propia.
No actué en busca de la gloria
ni para ocupar espacio en libros y folletos,
al frente de un colegio o una fábrica. Traté de rescatar a Martí
para todos los tiempos.
A eso fui al Moncada.
Éramos el futuro peleando en el presente:
poetas, pugilistas, músicos, maestros,
médicos, campesinos,
fotógrafos, vendedores,
obreros, periodistas, abogados…
Me destrozaron el cuerpo
y el alma siguió luchando:
disparé,
construí,
cultivé, doblegué montañas,
elevé llanuras.
Repartí letras, números,
lápices, libretas, canciones.
Amé espléndidamente. Me transformé: bailarín, diplomático,
escritor, técnico, funcionario,
científico, atleta, guerrero…
Existo porque el pueblo
no ha permitido que nos maten:
monto a caballo con Céspedes y Agramonte,
Maceo y Gómez;
creo y batallo con Mella y Guiteras,
Pablo y Martínez Villena;
boxeo como Rodolfo, Giraldo y Quesada,
crezco con Camilo y Che. Volví a batirme:
Girón, El Congo, Bolivia, Nicaragua, Etiopía, Angola…;
y la resistencia frente a derrumbes y cobardías
en un mundo enfermo
que contagia cada rincón. La indignidad trata de imponernos las garras.
¿Quieres más injusticia
que ser ultimado tan joven
por luchar contra la injusticia
y no ser comprendido? Todavía hay quien me asesina cotidianamente:
con mi sangre se mancha las manos/ porque el lodo le recorre el pecho.
No voy a decirte
que me agrada ser mártir.
Dentro de ti están los cuarteles principales
que debes conquistar
Converso contigo
cuando ocupas un puesto en tus asaltos,
hablas desde el nosotros,
no te dejas ganar por la desesperanza
ni por la furia de las privaciones
vences la tentación y las flaquezas.
No puedes dejarme morir:
quiero continuar peleando.
La muchacha palideció. Brillo de lágrimas en sus ojos y más allá. Con voz tierna me dijo: gracias, profe…
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José Ramón Alvarez Herrrera
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