La culpa es del mamut
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Fotografía tomada de https://www.trendencias.com
Un poco más que voluntad. Es lo que queremos para mucho en la vida, pues hay cuestiones que, aunque sepamos que nos hacen bien, a veces necesitan más que impulso, más conciencia. Una de ellas es hacer ejercicios.
En mi caso particular me urge por prescripción médica. Mis rodillas están desastrosas y fortalecer los cuádriceps es casi mi salvación de entrar a un quirófano. No obstante, con semejante susto, también he flaqueado. Me he inventado justificaciones para faltar al gimnasio, o peor, he ido y por querer marcharme rápido he hecho muy mal los ejercicios.
¿Quién no ha empezado mil veces y mil veces ha desistido? ¿Quién no ha dejado de ir al gimnasio, al terreno de la esquina, al patio o la sala de la casa y ha evitado alguna rutina solo porque el día está nublado o porque apareció otro plan presuntamente más interesante?
No siempre se es fuerte porque —vamos— duele, cansa, nos suda, lleva tiempo ver resultados. Sin embargo, luego comprobamos que nos hace bien, incrementa nuestra capacidad respiratoria, nos sentimos ágiles, fuertes, con energía. Lejos de agotados, nuestro cuerpo pareciera que lo requiere y ya aquellos efectos de un inicio se revierten en bienestar.
Entonces, ¿qué nos sucede, por qué en ocasiones nos cuesta tanto romper la inercia del sedentarismo y nos montamos cualquier excusa, aunque ridícula, para creernos que otra tarea es más importante que esta de mantenernos activos, por nuestra salud física y mental?
No culpo a nadie, la vida pasiva tiene sus encantos. Es cómoda, nos mantiene en lo que creemos nuestra zona de confort. Pensamos que ejercitarnos puede ser monótono, que conlleva mucho esfuerzo, pero no tiene por qué ser así, todo plan es personalizable, y siempre siempre, a corto plazo, será todo ganancias. Valdrá la pena.
¿Por qué es tan difícil ir de lo que pensamos a la acción? ¿Por qué nos ponemos tantas trampas mentales para burlar lo que a veces ya teníamos decidido? Es cierto que no todos los días tenemos la misma determinación, nos falta esa fuerza de voluntad. Y esto tiene un sentido, incluso biológico, tiene que ver con la evolución de nuestra especie.
Así mismo. He leído que llevamos intrínseco el “ahorro” de energía, y que es una cuestión de supervivencia que tenemos grabado en nuestros genes, debido a que antes, hace siglos cuando la vida era más que primitiva, precisábamos el máximo de ella para poder cumplir acciones duras, de mayor demanda como cazar un mamut para alimentar sino a nuestra familia, a toda una tribu, por ejemplo.
Aunque el mundo ha evolucionado, en oportunidades nuestra mente nos envía la información de evitar el exceso de esfuerzo, o lo que considera como tal. Es instintivo. De acuerdo con esta hipótesis, por eso nos da “flojera” aunque hacer ejercicio sea una actividad que queremos mucho.
¿Qué podemos hacer si la fuerza de voluntad es ilimitada y bastante vaga? Dicen quienes saben que todo depende de la motivación, del interés que tengamos en hacerlo, en el placer y los beneficios que nos dé y que gracias a todos esos factores nos procuren querer repetir aunque nos agote. Es decir, el hábito que finalmente nos cree será el impacto primordial en nuestras vidas para mantenernos, más intenso que cualquier pereza prehistórica o contemporánea.
Ya sabemos. En este caso la costumbre es clave, pero lleva tiempo y estará siempre condicionada por los estímulos, diferentes en cada quien. Por lo pronto, conviene ser planificados, pensar mucho en lo que queremos, y si de verdad lo deseamos no será tan fácil el saboteo mental.
Esta teoría pudiera explicar porqué es difícil para tantas personas deshacerse del sedentarismo a pesar de sus intenciones.
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