Historias de Coronavirus: Madres, luces imprescindibles
especiales
Mi esposa Madelaine jugando con nuestro pequeño Enzo.
A veces no se dimensiona el valor o valía real de una madre. Soy de los que piensan que no se necesitan periodos de crisis para sopesar plenamente la valía de aquellas que nos trajeron a la vida. Como tampoco esperar al segundo domingo de mayo para profesarles nuestro amor constante y tener un detalle o gesto fuera de lo normal.
Si algo he aprendido en estos casi 50 días de aislamiento doméstico es a valorar y extrañar la presencia de mi mamá, a agradecer el tener a Madelaine a mi lado y detallar su rol de mamá para con nuestro pequeño Enzo Samuel, y a calibrar el peso de ese vocablo más allá de distancias, individualidades y caracteres.
Hay un torrente de amor, comprensión, preocupación y responsabilidad invaluables en ellas, esa que desarrollan a la par del “sexto sentido” que se dice poseen, desde el mismo instante en el que se saben portadoras de una criatura en su vientre.
Ejemplos hay muchos: pudiera afirmar, sin pecar de grandilocuente que cada una de las mujeres de mi familia han vestido la casaca de madre para mí en algún momento de mi vida:
I Sara, mi mami
Mi abuela Sara de forma perenne, al punto de decirle a ella mami. Ella ayudó a su hija Ileana para que pudiera terminar con sus estudios en la extinta Unión Soviética, y se encargó de los primeros años de mi crianza y educación, en una jugada atrevida de destino y circunstancias me concibieron en Azerbaiyán y nací en esa república, como fruto de una pareja joven, primeriza y totalmente inexperta.
Esa misma abuela que fue capaz, sin más formación que un diploma de bachillerato ganado a sangre y fuego, pero con un doctorado en la escuela de la vida, de guiar a sus seis hijos por el buen camino, verlos materializar estudios superiores, y lo más importante, convertirse en hombres y mujeres de bien.
Siempre portadores del estandarte de la unión de la familia pese a los diferentes caminos tomados por cada uno.
Con ese sentimiento de unidad perenne, sostenido hasta el fin de sus días, crecí, partícipe de cada almuerzo dominical, inviolable cual misa, esperando con ansias cada encuentro en fechas señaladas, acompañándola y deshaciéndonos en esfuerzos para extender al máximo la luz de sus días…
II Ileana, mama escudera
Mi madre, Ileana, desde mi perspectiva de hijo único merece un Nobel a la maternidad. Sin ser muy exhaustivo digamos que incondicionalmente ha estado ahí para mí, en las buenas, y en las malas, que no han sido pocas. Siempre presta a dar un consejo, a persuadirme para que mis decisiones, sobre todo aquellas medulares, transiten por un cauce correcto…
Confieso que la nostalgia me ha embargado hasta la médula, máxime sabiendo que este domingo razones de fuerza mayor, de prevención y salud, pasadas por distancia y transporte, nos imposibilitarán estar juntos, sorprenderla con un detalle o presente, y lo más importante, disfrutar de cada minuto, premiado por su felicidad y sonrisa.
Secundaria, los años de la Lenin, las peripecias para ir a visitarme en la previa a Vaca Muerta, con un bulto que ni el propio camarón encantado le hubiese podido llenar al morral de Loppi. La Universidad y mi paso intempestivo por ella. El molde posterior de profesional consecuente. En fin, su huella está en cada etapa de mi vida, firme, indeleble, y estoy convencido de que con su velo sobreprotector me seguirá acompañando a cada paso…
III Made, mi dicha
La vida me puso en el camino, y me siento bendecido por ello, a mi esposa Madelaine. Cinco años después de haber iniciado esta travesía, y con Enzo Samuel como mayor fruto y expresión de nuestro amor, no importan los minutos, (en el orden de los cientos de miles), dedicados a su conquista.
Disciplinada hasta frisar el extremo con cada indicación durante su embarazo, insomne ante el más mínimo asomo de malestar o padecimiento de nuestro pequeño, guardiana fiel de su salud y bienestar…
Todavía recuerdo la única vez que lo ingresaron, y cómo la angustia se apoderó de ella, con lágrimas que denotaban pesar, pues la causa no respondía a alguna enfermedad en sí, sino que era derivada de una mordida que le propinara otra niña en su cuido.
Previsora, con los mecanismos de defensa activados en todo momento, creo que le di el tiro de gracia a la vida, no solo por la mujer que tengo a mi lado, sino especialmente por la madre que me acompaña en esta carrera perenne.
Hay muchas otras madres que han marcado mi vida por una u otra razón. En primer orden cada una de mis tías: Lourdes, Lissette, Ivón, Mayra, Yiliam, mi prima Susana, mi hermana Darielys, mi madrastra Marielena; en el camino aparecieron Tamara y su bondad sin límites, mi suegra Lily, mis amigas de la Lenin sin distinción, comenzando por Yaneisy, mi casi hermana desde preescolar, y la doctora Nadiezhna, a la cual ustedes ya conocen.
Las del grupo de periodismo de FCOM, que a diario se comunican para estar al tanto unos de otros; mis compañeras de trabajo, Giusette, mamá todoterreno; Aday, la preocupación personificada, Odalys, incapaz de desprenderse de Robin, Vladia, con el Gaby presente en todo momento…
El camino sería eterno de transitar, hay tantas madres admirables en mi entorno, que me siento doblemente dichoso por esa razón.
Así, sin haber reparado en el tiempo y las líneas dedicados a ellas, siempre insuficientes, desembocamos en la situación que nos compete, pues la pandemia del Coronavirus ha sacado lo mejor de la fibra sensible y ese gen único que poseen las madres.
El aislamiento las ha llevado a reinventarse a diario para hacer los días de sus hijos más llevaderos, sin importar edad. Clonadas en casa las vemos recortando, modelando con plastilina, higienizando hasta la última hendija de las entre-losas, picaportes o cuanta cosa merezca ser bautizado por la solución clorada.
Encaran los horarios de teleclases al más puro estilo de Carmela, la estricta e intachable maestra de Chala en Conducta, luego relajan el rigor supremo para vestir de Nitza Villapol en las cocinas…
Simplemente señores, que maravillas son esas mamás.
Cantos, jardinería con manguera y experimentos de frijoles en algodón, manualidades, productos y dictados, ciencias naturales y lecciones de historia terrenalizadas…
Pareciera que el día para ellas tiene mucho más de 24 horas, a juzgar por todo lo que realizan y con el tino que lo asumen, lógicamente.
Vuelvo a donde todo comenzó. El Coronavirus ha sido como una especie de examen para todos, pero especialmente para las madres cubanas y del mundo, pendientes además de insumos tan vitales como el pollo, el picadillo, aceite, detergente o puré de tomate…
Nada que su cerebro tiene la capacidad de procesar todo eso y más. Entonces amigos míos, hombres que desde sus hogares acompañan a sus esposas, madres, hermanas, meditemos mejor a diario, démosles su real valor, y no cometamos el error de esperar al segundo domingo de mayo para provocar su sonrisa, tener un gesto o detalle, llenarle los ojos de brillo y felicidad.
Día X de la cuarentena. Si algo hubiese deseado este domingo sería uno de esos encuentros familiares en Mulgoba, donde el apartamento de microbrigada en el quinto piso semejaba un hormiguero. Desde su sillón al centro de la sala mi abuela Sara monitoreando todo, como cabeza de familia. Dirijo mi mirada al cielo, y sé que desde donde quiera que se encuentre, me guiña un ojo en señal de aprobación.
A todas, sencillamente a todas las madres del mundo y en especial las cubanas… F-E-L-I-C-I-D-A-D-E-S!!!!!
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