Geopolítica: Soros y el viejo mundo que se niega a morir
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El magnate financiero George Soros. Foto tomada de Internet
Soros dijo que va a reducir el presupuesto de su mega organización global Open Society Foundations con la finalidad de hacer más eficiente el impacto en las regiones donde ya existe un trabajo sostenido y firme. El gasto inmenso en cuanto a la creación de líderes y la manipulación de la política no tuvo siempre el resultado que el millonario esperaba y ahora apuesta por acciones más modestas y concentradas. Quizás la guerra de Ucrania haya tenido que ver con esta decisión, ya que a Occidente se le gastan las reservas en un conflicto alargado en el cual cada ofensiva choca contra los muros rusos y naufraga. El papel de Soros en Kiev data del 2014 cuando concibió a Ucrania como una especie de base antirrusa para establecer una avanzadilla de la OTAN en las mismas narices de Moscú. Los círculos de poder occidentales no aceptan el resurgir de la superpotencia euroasiática y ello da paso a una tensión geopolítica a escala planetaria que amenaza con males mayores y definitivos. Por un lado, los llamados de Kissinger a que la OTAN acepte a Kiev como miembro pleno, por otro, el dinero y el armamento a raudales que provienen de los arsenales europeos. Tanto el poder duro como el blando actúan en estos momentos en el campo de operaciones, sin que sean del todo efectivos. Los recursos no son infinitos y Soros posee mentalidad de empresario, moverá sus activos hacia otro pico de mercado.
La traición del Grupo Wagner era el último cartucho en una serie de operaciones de inteligencia que han tratado de resquebrajar la moral de los rusos y sobre todo dañar la imagen de Putin. Pero la firmeza de los círculos de poder de Moscú ha frenado todos los intentos y la facción sediciosa tuvo que refugiarse en Bielorrusia donde el arte de las alianzas del Kremlin tejió otro capítulo más de una brillante política exterior. Occidente actúa de manera burda y se le notan las costuras. No bien ocurrió la traición de Wagner, los medios comprados emitieron su propaganda para limpiar la imagen de dicho grupo armado. Ya no eran los mercenarios, sino los rebeldes rusos.
En realidad, si algo ha mostrado esta guerra, además de que las armas de Moscú son mucho más avanzadas que las de Estados Unidos, es la debilidad de la lucha cultural de Occidente en un momento en el cual cae su hegemonía ideológica y surge un nuevo mundo. En este frente de batalla, Soros tuvo un papel primordial, ya que con sus millones fomentó la creación de las condiciones esenciales para el uso de Ucrania desde el punto de vista de la identidad y la política. El amo y señor de la cultura de la cancelación, de las fake news y del control social en las redes ha sido este hombre. Su estilo puede rastrearse detrás de los periodistas y los medios que han apoyado a Occidente. Pero al parecer no todo es cuestión de dinero, sino de hechos, así que la realidad le ha pasado factura a la estrategia de dominación del magnate. ¿Qué hará ahora? Todo apunta a que George Soros aprovechará las metas ya logradas, los líderes ya hechos, para realizar un ordenamiento de sus fuerzas y pasar a la ofensiva global. Porque la Open Society no solo posee como objetivo a Ucrania, sino que se trata de una guerra total por el control del planeta y el establecimiento de un orden internacional dictado por las élites financieras especulativas que se ven amenazadas por la creación de un sistema diferente y alejado del dólar como divisa central.
En Ucrania están perdiendo y la salida honrosa para Occidente es cada vez más difícil. Probablemente la guerra le cueste a Biden el puesto de la presidencia y haya que lidiar con los pesos pesados del ala más reaccionaria del Partido Republicano, lo cual le imprime otra vuelta de tuerca a la crisis de la Roma decadente. Se introdujeron en un callejón sin retorno a partir de los errores de cálculo de un líder político que aún vivía en la era del auge del neoliberalismo de Fukuyama de los años noventa, cuando hace rato que el mundo cambió y Estados Unidos no está en la centralidad del poder económico. Ello quiere decir que las contraofensivas de Occidente no pueden contar con todos los recursos, sino que se concentran en aquello en lo que aún son líderes o sea la especulación de la bolsa y los medios que difunden ideología a escala planetaria. Pero incluso en ese plano la credibilidad no es infinita y la realidad se impone con fuerza ya que en el caso de la guerra nada de lo que se ha dicho sobre Rusia ha sido real en términos militares. Incluso muchas de las matrices han sido irrisorias, como que Moscú no tenía tanques debido a que sacó uno solo en el Desfile de la Victoria o que las autoridades del Kremlin estarían ocultando una enfermedad terminal y fulminante de Putin. Todo eso ha sido obra de Soros y de su amplia red de difusión mediática con los líderes, agentes y agencias que forman parte de la estrategia de poder. Nada ha funcionado, sino que la gente busca la manera de informarse y como mismo las sanciones han rebotado en contra de los occidentales, la cultura de la cancelación se les ha volteado y hoy afecta a grandes capitales empresariales. La guerra no solo ha desglobalizado el mundo y nos muestra la posibilidad multipolar, sino representa la antesala de la caída de los valores que parecían pétreos y eternos en las iniciales del poder de Occidente.
Con su reorganización Soros aspira a que los golpes sean más efectivos y menos generalizados. Se ha de actuar allí donde haya posibilidades de triunfo seguro y no se echará por la borda el dinero en todo tipo de proyectos. Eso pudiera generar que baje el impacto planetario de la mega organización que él preside. Ni siquiera los amos del dólar pueden permitirse el gasto de una política desordenada en la cual hay menos resultados y cada vez más demanda de recursos. Es cierto que, en el pasado, cuando la guerra de Irak, por ejemplo, la lucha cultural era mucho más efectiva, pero se contaba entonces con la hegemonía de las grandes agencias de información y los capitales occidentales campeaban de manera absoluta. No había la simetría de poder que hoy se evidencia entre China y los Estados Unidos, ni la deriva hacia un nuevo sistema financiero con aquellas naciones emergentes que se quieren salir de la égida de la bolsa y sus implicaciones nefastas para los valores y los activos de cualquier estado nación.
El viraje de Wagner pudo ser el último capítulo para trabajar ideológicamente a la cúpula de Rusia y hacerla débil frente a la agenda occidental. Las manos occidentales fueron evidentes en esa operación, pero más allá de un dia de tensión, todo fue recuperado por Moscú. Incluso en esa jugada es visible la estrategia de golpe blando esgrimida por la Open Society para “abrir sociedades”. Tal y como es la ideología de esta organización, lo importante para ellos no solo está en lo militar sino en la parte de lo civil, en las ideas, en el tipo de consumo y en el comportamiento de las entidades que generan poder e imagen a escala global. Soros está consciente de que incluso el capital ficticio del que él es defensor tiene su fecha de caducidad. Hasta ahora lo que ha hecho Occidente es retrasar lo que es evidente que va a suceder, para que los intereses de facto no se vean amenazados. Pero en la verdadera guerra global, ni Ucrania ni ninguna otra nación son importantes para la Open Society, sino piezas sacrificables. Por eso ha subido el precio de la vida en Europa y se han encarecido los combustibles: para favorecer las ventas corporativas de los Estados Unidos. Lo nacional, lo colectivo, quedan en un segundo plano cuando la propiedad privada, las grandes familias e intereses dictan las políticas de las potencias occidentales. Pero por ese camino el monstruo se va a terminar devorando él mismo y no quedará nada de su poder real. Soros no solo ha luchado del lado perdedor, sino que lo sabe y ello le genera desespero. Después de todo, solo es la cara visible de un proyecto de poder que resulta mucho más grande.
La reducción de dinero no será una manera de retirarse, sino de reorganizar las fuerzas. El panorama electoral apunta a una modificación de la Casa Blanca y quizás sea más necesario hacer golpes blandos en Estados Unidos que en el extranjero. El Partido Republicano, si bien es un proyecto de la burguesía industrial y nostálgica norteamericana unida a las ideas más reaccionarias de la ultraderecha, no entra directamente en la estrategia del Foro de Davos de reconvertir la civilización occidental desde la cultura y reeditar de esa forma una nueva hegemonía a partir de la cancelación y el totalitarismo del pensamiento. Son agendas fascistas, pero con un proceder diferente y con distintos actores a nivel planetario. Ambas maneras proceden desde el odio y la violencia, pero tienen profundas diferencias domésticas que les impiden una unidad de acción. En esto también se ve la decadencia de Occidente como proyecto que no logra una concreción única y exitosa, frente a los retadores de Oriente y sus alianzas cada vez más pujantes.
Si Soros reduce el capital, no será para eliminar su agenda. Al contrario. Estados Unidos históricamente ha estado entre el aislacionismo y la política globalista. Ambos extremos se tocan porque responden por un lado a la lógica egoísta de creerse por encima del mundo y por otro a la necesidad del imperio del saqueo de los recursos y del control mediante las armas o la influencia directa e indirecta. En esas doctrinas se está definiendo lo que será de la agenda de Soros en los próximos años. Lo que sí es seguro es que la caída de Occidente no se dará sin que haya violencia y choques. No habrá una transición como la que sucedió de Inglaterra a Estados Unidos, sino que el proceso se antoja complejo, duro, con costos para la humanidad. Y si bien un traspaso de hegemón no implica el fin del sistema mundo del capital, sí habría modificaciones en la política exterior y en los polos de poder que hasta el momento fueron determinantes en los últimos cinco siglos de Historia.
Eso y no otra cosa es lo que hoy se define en los dineros de Soros y en los campos de Ucrania. Verlo de otra manera es reducir las contradicciones y no poderlas seguir en su verdadera dimensión e impacto en nuestras vidas. La metáfora del nuevo mundo que nace y del viejo que se niega a morir, no por manida deja de ser necesaria como punto de análisis. No es que Occidente vaya a caer mañana, sino que su lógica de poder está enferma de muerte y su agonía no se puede detener. Solo es posible que se tomen medidas que demoren el deceso o que lo hagan menos doloroso. La preocupación de la humanidad debería ser que en su desaparición el tigre enfermo suelte un zarpazo terminal que elimine la paz y que dé lugar a un choque de magnitudes impensables.
Crucemos los dedos…
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