EN FOTOS: Otro adiós a Lolek y Bolek

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EN FOTOS: Otro adiós a Lolek y Bolek
Fecha de publicación: 
2 Marzo 2022
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Imagen principal: 

Foto: V.R.

En otras latitudes de este mundo, solo hubiera sido un televisor viejo, muy viejo, casi risible con su enorme panza y sus botoncitos para cambiar de canales, para el volumen y el brillo. Pero para muchos cubanos era un montón de recuerdos lo que estaba junto al basurero.

Para esos que ahora necesitamos espejuelos graduados y prolija atención estomatológica, para los que nos duele algún pedazo del cuerpo cada amanecer y todavía usamos palabras como fogón, cocimiento, recato o fanguito —en referencia a la leche condensada cocinada al baño de María—, aquel televisor Caribe era, más que un equipo inservible, la evocación de un pedazo de vida.


Bolek y Lolek, los muñequitos polacos.

Y por su abombada pantalla, que nunca supo de colores, pasaron en rápida sucesión de cuadros, también en blanco y negro, aquellas escuelas al campo donde dejábamos de tomar agua a partir de las 6:00 de la tarde para no tener que ir a la letrina por la madrugada, donde entrar al amanecer a aquellos surcos de tabaco tapado era como lanzarse a un estanque de agua helada, pero divertida, después de todo.

Entre los cuadros que pasaban, podía verse a la abuela tejiendo a crochet las medias blancas para ir a la escuela, los zapatos de correíta, la ansiedad por saber qué día te tocaba comprar los juguetes —el básico y los dos adicionales—, y después, la ilusión por saber que alcanzarías el juego de damas chinas.

Posicionarte cada domingo frente a una pantalla igualita a esa para ver La comedia silente y morirte de la risa con lo que ahora los muchachos se burlan, con «esas boberías» sin Spiderman ni Batman; y después imaginarte que estabas junto a la jaula de los leones o saltando con los malabaristas en el programa del Circo Nacional, que ponían cada domingo.

Un perchero de alambre o una bandeja metálica de comedor obrero o escolar eran los encargados de capturar la señal que daba vida a aquellos televisores, y cuando se iba, en medio de lo mejor de las «Aventuras» o de San Nicolás del Peladero, le dabas unos buenos pescozones por arriba o por los lados de la caja de baquelita, y vuelta a sentarte tranquilamente en tu sillón para tratar de reconstruir qué le había pasado en ese instante a Enrique de Lagardere o al Capitán Tormenta.

Las niñas o adolescentes de entonces queríamos ser como la estrella del carnaval, o, más adelante, la novia del Brigadista, y nos fabricábamos sombras de ojos con tizas de colores y desodorante de latica, nos echábamos en los labios aceite de ricino para que brillaran y, a escondidas, nos sacábamos algún que otro pelo de las cejas, porque hasta los quince no había permiso ni para eso, ni para afeitarse las piernas.

Aquellos labios no podían decir malas palabras, tampoco cantar las canciones de los Beatles. Pero a veces las escuchábamos bien bajito, soñando con que las patas del pantalón campana fueran tan anchas como las que habías visto que llevaba Lennon en una foto.

La hija de Diana, la vecina, trabajaba con computadoras IBM en un centro de cálculo, y era como si tuviéramos a una cosmonauta en la cuadra, que la seguía con la vista desde las ventanas cuando salía rumbo al trabajo exhibiendo su medieval —el corte de pelo y peinado—, con su reluciente comando —la carterita—, y dejando un envidiable rastro de perfume Imágenes, Moscú Rojo o Gato Negro. 

Esta evocación ni es burla ni es anhelo, simplemente un flashazo a una parte de lo que fuimos y que también condiciona lo que hoy somos.

Por eso fue inevitable que la hija de Diana, Enrique de Lagardere, el campamento pioneril de Tarará, Julio Iglesias y Tiburón sangriento, el medio de la guagua, el radiecito Siboney, los zapatos Primor, el carrito de los helados con su musiquita que avisaba al barrio, los muñequitos rusos y también polacos, con Bolek y Lolek, se asomaran todos a la pantalla de aquel televisor Caribe junto al basurero.

Y todavía los veía a todos diciendo adiós cuando me tropecé a la vecina, desesperada porque se le había roto el mando del televisor.

Comentarios

que falta de visión empresarial , esos televisores tienen bien valor de reventa para la decoración de negocios
lramayo@quantec.com.ar
Ay, Vladia, yo también recordé lo mismo... y no es nostalgia, es que fue un tiempo diferente y los muchachos ahora no te entienden cuando les cuentas... aunque no digo eso de que "cualquier tiempo pasado fue mejor", pero aquellos fueron tiempos buenos...
jdeptosv@dlg.hab.minag.gob.cu
Creo que ninguno de los que vivimos esa época logramos desprendernos de ella, por mucho que hayamos avanzado y por muy modernos que nos sintamos, con nuestros celulares y nuestros mandos a distancia. Pienso que todos conservamos un deje de añoranza por aquellos tiempos, tan limpios, tan sutiles, con esa belleza que no le vimos y que ahora le sabemos. Fueron años en los que fuimos infantes, con todo lo que la palabra implica, pudimos disfrutar de esa infancia que ahora arrancamos a cuajo a las nuevas generaciones. Ojalá siempre quede un recuerdo, y un recuento, de Bolek y Lolek... con toda aquella época a cuestas.
shere33@nauta.cu

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