Dos canciones a ambos lados de las trincheras: En defensa de Ucrania (III y –tal vez– última parte…)
especiales
La guerra en Ucrania
Llegaron a La Habana en el 2013. A Oleg (“Fagot”) Mijailiuta y Oleksandr Fozzi Sidorenko los conocí porque un amigo común desde Kiev me pidió que los ayudara en su empeño de filmar dos videos clips en Cuba para su grupo THMK (Baile en la Plaza del Congo), uno de los más populares del rock y el pop ucranianos. Oleg y este otro Oleksandr-Sasha han sido por años las voces líderes de la famosa banda. Por aquellos días eran un par de jóvenes que frisaban los 35 años. Alegres, jodedores, abiertos, pero también muy serios y profesionales en su trabajo.
Pasamos unas jornadas espectaculares en La Habana. De la noche a la mañana recorríamos locaciones, hacíamos los contactos necesarios y comenzamos a filmar los clips, varias veces mojados por las olas inmensas del malecón capitalino en aquel invierno cubano. No perdimos un segundo de tiempo. Tanto ellos, como el resto de su pequeño equipo de filmación, hablaban en ucraniano, pero conmigo siempre se comunicaron en ruso. Era nuestra lengua de trabajo y de común entendimiento.
Después de cada dura jornada disfrutábamos un poco las tardes y las noches habaneras, pero al otro día estábamos listos para filmar aquellas lindísimas escenas, matizadas por la salida del sol desde el fondo de la bahía capitalina. Uno de los clips, que estrenarían poco después en Kiev, era para una canción cuyo estribillo daba razón a su viaje a Cuba: “Mientras Fidel siga vivo, yo seguiré siendo un chiquillo”. En el clip Sasha juega futbol con un grupo de muchachos en la calle. Alguien me dijo que era también un excelente deportista.
Con Sasha y Oleg conversamos de todo, de música y de política. Se confesaron seguidores muy cercanos de Yulia Timoshenko, una de sus fans más leales. Timoshenko (yo no lo sabía entonces) fue apodada por los medios de comunicación como la “Juana de Arco de la Revolución Naranja” de 2004; fue primera ministra de Ucrania en el 2005 y en el 2007. La busco en Google ahora: sigue aún en la política y es considerada una ferviente precursora de los sentimientos antirrusos, en primer lugar contra aquellos que habitan al este de su país.
Sinceramente, diez años atrás no percibí con claridad algún sentimiento demasiado nacionalista en aquellos buenos muchachones, con quienes mantuve comunicación por internet durante varios años. Oleg regresó a La Habana en el 2016, para el concierto de los Rolling Stones. Solo nos saludamos efusivamente una tarde, cuando me regaló los últimos discos del grupo y aquellos dos clip que produjimos juntos. Esa misma noche yo debía salir por trabajo a provincias y me perdí la posibilidad de disfrutar juntos aquel gran acontecimiento musical que le dio la vuelta al mundo.
Pasaron los años y fuimos perdiendo la comunicación. Por aquellos días de marzo de este año, al intensificarse la guerra muy cerca de Kiev, corrí a Facebook para saber nuevamente de Sasha y Oleg. Fue fácil y triste encontrarlos: son los mismos y son otros. El compositor, cantante y jugador de futbol se ha convertido en voluntario y se dedica a hacer publicidad para que la gente compre cascos, pecheras y otros pertrechos militares para repeler a las “tropas de ocupación” rusas.
Por su parte, Oleg-Fagot publica diariamente imágenes en video donde se le ve en uniforme de camuflaje, en un jeep muy moderno, como patrullando las calles de su ciudad, o posando junto a un vehículo destruido del ejército ruso. Al inicio de la guerra portaba un sencillo AKM soviético, en las escenas más actuales anda con un uniforme nuevo, impecable, y porta un fusil de asalto estrambótico, casi de su tamaño. Me recuerda a un soldado de La guerra de las Galaxias.
Ambos, ante las cámaras, conminan a sus seguidores a enfrentar al invasor. Oleg suele cantar, conversar y transmitir sus imágenes en vivo y directo mientras pasea con el jeep de camuflaje por Kiev. Es fácil darse cuenta, a tres meses de iniciada la contienda, que todavía no han visto muy de cerca el primer proyectil enemigo.
El grupo THMK ha puesto en el tope de la popularidad hoy en Ucrania su canción “Mamo” (Mamá) y un video clip que hace llorar:
Mamá, mamá
No te preocupes, que voy a escribirte
(…)
A papá dile que su hijo fue allá donde la luz se divide en blanco y negro
(…)
Allá donde la tierra se tornó roja
No, no llores, que nadie ha hecho nada
(…)
Hace rato que allá no jugamos a los héroes
Ellos no existen en absoluto si los comparamos contigo
Mamá, mamá
No te preocupes que voy a escribirte
Mamá, mamá
Allí donde estaré, es mejor callar
(…)
En la guerra es mejor callar…
En algunas ocasiones, para que Oleg, Sasha y sus amigos de THMK sepan que los sigo y me preocupo desde aquí, he puesto bajo sus publicaciones en Facebook mis simbolitos de “emociones”, principalmente “me interesa”, “me asombra” o “me entristece”. La mayor parte de las veces me mantengo al margen, entre la perplejidad y la incertidumbre. Nunca comento. Pero ni Sasha ni Oleg –puedo asegurarlo- son fascistas, ni ultra nacionalistas… Sé que los animan los más sinceros sentimientos patrióticos, aquellas pasiones bajo las cuales crecieron y han vivido por más de tres décadas. Son apenas unos niños cuarentones atrapados en un limbo de grandes y pequeñas emociones.
¡Pobre Ucrania!
No sé cómo ser neutral. Cómo estar en contra de mi Ucrania, si allí vine al mundo por segunda vez. No puedo desear al mal a mis queridos hermanos y sobrinos que sufren allí, bajo las bombas cruzadas y las mentiras corrompidas por el odio. No puedo dejar de preocuparme por mis amigos y mis “locos” rockeros de THMK.
Pero no puedo estar ni estaré nunca en contra de Rusia –mejor o peor heredera de la URSS–, porque a pesar de los pesares jamás podré conculcar mis más profundos sentimientos soviéticos (alegres y tristes fantasmas que aún revolotean, perdidos y sin regreso, sobre aquellas tierras euroasiáticas). Y porque allí también tengo hermanos, a mis profesores amados, y a mis tantos y fieles amigos de siempre.
Cuando con toda intención agregué al título el epígrafe “En defensa de Ucrania” no pretendí engañar a nadie, mucho menos a mis amigas ucranianas, aquellas bellas muchachas de entonces, las más bellas abuelas de hoy, que se casaron con mis compañeros y mis hermanos de estudio, y que aún viven en Cuba con su amor infinito por nuestro país y por la tierra que les vio nacer. Así han educado a sus hijos y nietos, y hoy todos sufren por esta guerra sin epítetos vacuos.
En el año 2014, cuando nuestra escuela militar de políticos del Lvov cumplió su 75 aniversario, dos graduados cubanos fuimos invitados a las celebraciones que se efectuaron con toda solemnidad en el teatro del ejército ruso en Moscú. Supimos que alguien pagó, de forma anónima hasta hoy, nuestros caros boletos de ida y vuelta en avión Habana-Moscú-Habana.
Del encuentro con quienes no nos habíamos visto en 31 años, tendría que escribir demasiado largo. Solo quiero recordar el momento más emocionante, cuando por los altavoces del teatro abarrotado en su mayoría por oficiales rusos, entre ellos varios generales, se escuchó decir: “Démosle la bienvenida especialmente a nuestros graduados del ejército ucraniano, que han recorrido un largo camino para estar hoy con nosotros”. Todos de pie, aplaudimos y ovacionamos a aquellos valientes. Ese mismo año comenzaría la guerra en el Donbás.
He aquí mis vivencias personales, es lo único que puedo brindar a esos dos pueblos hermanos. Escribo desde el fondo de un corazón herido. En Cuba hay miles así. Recientemente, un padre y abuelo de una de esas familias cubano-ucranianas, parafraseando un conocido adagio, me dijo: “¡Pobre Ucrania, tan lejos de Europa y tan cerca de los Estados Unidos!”.
Defender hoy a Ucrania significa desterrar para siempre de allí el germen del fascismo y del falso nacionalismo. Significa que los llamados países "occidentales", que por más de treinta años inocularon en el noble pueblo ucraniano el veneno del desarraigo y del odio anti ruso, le ayuden ahora con recursos económicos y con sinceridad, con el mismo entusiasmo con el que en este mismo instante pasan armas de muerte a través de sus fronteras.
Significa que Ucrania deje de ser laboratorio de armas químicas y biológicas de los más oscuros poderes hegemónicos mundiales, y ponga a producir para su propio bienestar –nuevamente– el granero de Europa. La Rusia hermana sabría cómo lograrlo, y bien podría colaborar en la tarea.
Significa que el gran pueblo ucraniano sacuda sus raíces y logre sembrar gobernantes honestos, que representen a todos y garanticen el futuro luminoso que merecen.
Significa que desde Kiev dejen de mirar con recelo hacia el Este y con alma de mendigos al Oeste.
Prefiero terminar como en aquellas películas soviéticas sobre la Gran Guerra Patria, que cada jueves veíamos en el teatro de la Escuela en el Lvov, los cadetes cubanos, rusos, ucranianos... Siempre había alguien con un acordeón en la trinchera.
Por estos días se escucha también en Rusia una dura y bella canción de guerra: “En el campo con el hermano Kolya”.
(…) ¿Qué olvidaste hermanito Kolya, olvidaste que soy tu hermano?
¿Has olvidado todo lo que leímos juntos
Que con los mismos pañales nos soplamos los mocos?
(…)
Estamos los dos, hermano Kolya, a orillas del Dniper.
Tú a la izquierda, yo a la derecha. ¿Por qué así?
(…)
Discúlpame, pequeño Kolya, pero no pude mantenerme al margen.
Esta es también mi tierra, hermano, aquí yacen mi abuelo y mi madre.
(…)
¿Qué hemos hecho, hermanito,
Que ahora estamos en lados diferentes?
(…)
Estamos tendidos en el campo, hermano Kolya: cuerpos desgarrados,
(…)
Tanques devastados, arrancada la nuez de Adán
Y una pala de zapador sobresale en mi pecho.
(…)
Ay madre-Ucrania, ¿cómo puede ser así?
Por mucho tiempo vamos a lamernos esta herida,
(…)
Y en el cielo azul, hermano, dos palomas blancas,
Son nuestras almas amargamente apresuradas.
¿Qué hemos hecho, hermanito?
Tal vez el Señor nos deje ir y nos perdone…
Leer Más: ¡¡¡SOS MUNDO!!!: En defensa de Ucrania (II)
Leer Más: Recuerdos más claros que oscuros: En defensa de Ucrania (I)
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Comentarios
Roberto Bory
Carlos de New York City
Sa
ffff
Tim Garret
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