Cuba en crisis: ¿romantización o resiliencia?

Estoy segura de que lo de mi gente es pura resiliencia, pero si se le quiere dar otro nombre, lo asumo desde la primera línea: en este texto voy a "romantizar" el desastre. Lo haré con el derecho que me otorgan largas horas sin corriente y sin agua, vividas y sufridas, no contadas por algún youtuber o influencer. También con el deber de agradecer a quienes no durmieron para que yo pudiera encender la luz eléctrica, a quienes me permitieron mantener la batería de mi lamparita recargable y a la vida, que me ha enseñado a valorar otras luces. 

Ya lo sabía, pero estos días duros me lo están confirmando: hay peores oscuridades que las del apagón: el egoísmo, la mezquindad, el desarraigo. ¿Desear, desde una cómoda distancia, hambre, miseria y hasta guerra civil para la patria que te vio nacer? Justamente son esos los que hablan, peyorativamente, de nuestra supuesta tendencia a "romantizar". Es que vernos de pie, compartiendo lo poco, lo casi nada, alumbrando las noches con alguna sonrisa, no les sirve, entonces esa capacidad de reinventarnos intentan minimizarla llamándole "romantización".

Una amiga de Facebook lo conceptualizó en términos muy claros: "Romantización" le llaman algunos a la resiliencia del pueblo de Cuba, a la solidaridad que crece siempre en momentos difíciles y más en los terriblemente difíciles. Romantización le llaman los que nos deseaban lo peor, los que deseaban que el SEN nunca arrancará, que nos quedáramos sin comida, que nos ahogáramos de calor y nos masacraran los mosquitos. Así le llaman a nuestras ganas de salir adelante aquellos que en La Isla no fueron capaces de tirar un chícharo pero a 90 millas se dicen ser los más valientes, los más guapos y enchuchadores.

"Pues no! Una vez más: NO!! Tendrán que intentarlo con más fuerza, quizás, si se atreven, aunque sea con un chícharo!"

Pero puedo seguir el juego, pues para romantizar me sobran historias: la alegría de mi hija cuando andábamos por Centro Habana, muy lejos de nuestro circuito, vimos encenderse las luces de las casas y gritamos igual que los vecinos (que no son nuestros vecinos); su frase cuando llegó a la casa después de toda la mañana cargando nuestros teléfonos y prestando las extenciones y hasta los cargadores para que algunos desconocidos también lo hicieran: "mamá, me partió el alma tener que irme antes de que la señora que estaba usando el cable de mi hermano llegara a 100 por ciento".

Mientras alguien que decía quererme mucho, en medio de tanto, solo se le ocurría acusarme de "cómplice de la dictadura" y desearme los peores castigos y penurias por el pecado de confiar y no perder la calma, un amigo desde el otro lado del mundo me escribió para saber cómo estábamos, en algún punto le recuerdo que mi equipo es el de los que vamos a mantener encendido el Morro y él me contesta: "tú estás en el equipo de los vencedores, que sus tiempos mejores les están por llegar". Románticos contrastes que afloran en tiempos duros.

Qué puedo hacer si así de "romantizable" se me pone la vida. ¿Agradecer a los obreros que dejaron en sus casas, igualmente apagadas, esposas, hijos, madres, para hacer lo indescriptible por devolvernos la luz a todos es romantizar? ¿Celebrar cada pedacito de esperanza, alentarnos unos a otros, poner en las bocinas los temas de moda y plantar el dominó en la esquina, organizarle pijamadas a nuestros niños o contarles de los apagones de los 90, cuando los jóvenes o niños éramos nosotros, es romantizar?

Pues que nos dure para siempre esta romantización altruista y curandera, que nos salve del odio y las oscuridades irreversibles: las del alma.