Body horror en una sola dosis
especiales
Hubo un tiempo en que la madrastra de Blancanieves interrogaba al espejo, recibía su aprobación y dormía en paz. Sin embargo, el día que fue superada en belleza por su hijastra, su martirio ya no tuvo fin. Sin la posibilidad de acudir al bótox, ni al peeling químico, ni a la mesoterapia, ni a la liposucción, ni al lifting, ni siquiera a unas miserables inyecciones de ácido hialurónico, su única alternativa sería matarla. Liquidar a aquella que era más joven y bella.
La madrastra de Blancanieves no era una artista famosa, ni celebrity, ni modelo, ni influencer. A lo sumo una reina cuya riqueza no le servía para echar el tiempo atrás ni borrar arrugas y tejidos fofos. Tampoco fue bombardeada por ningún tipo de anuncio publicitario ni su cerebro había sido moldeado por el consumo de telenovelas y espectáculos mediáticos concebidos desde la male gaze. Incluso para triunfar en sus predios lo importante era tener una buena dote y estar en edad fértil. La bonitura era irrelevante.
Esta señora tenía un claro problema de autoestima. Su confianza en sí misma y su autopercepción dependían a tal punto de la valoración de sus cualidades externas, corporales, que ni siquiera era capaz de constatarlo por sí misma, sino que esperaba ser evaluada y validada por la mirada del otro, del espejo, como metáfora del juicio social.
En un espejo similar se mira la protagonista de La sustancia (The Substance, 2024), Elisabeth, un buen día después de su rutina de aeróbicos en un programa de televisión. Su audiencia se desinfla repugnada por el deterioro progresivo de su imagen. Ya la diva no impacta con su atractivo físico. Las huellas del tiempo la traicionan y su estrellato declina sin remedio. Hasta que es despedida del canal por su jefe, un émulo de Harvey Weinstein interpretado por Dennis Quaid.
Bajo la dirección de Coralie Fargeat, esta ciencia ficción terrorífica y sarcástica juega con cierto sesgo autobiográfico al encargarle a Demi Moore el rol protagónico. Elisabeth Sparkle, una artista decadente, decide utilizar una droga experimental para clonarse a sí misma y vivir a través de otro cuerpo una versión joven y perfecta, a la cual llama Sue (Margaret Qualley). El suministrador anónimo le advierte que ella y su versión deben alternarse cada siete días, y que no existe otro ser que la suplanta, sino que ambas están sujetas a una misma identidad.
Por desgracia, Elisabeth Sparkle rechaza tanto su yo original que empieza a atentar contra ella desde la potestad de Sue.
A ojos vista, se trata de una película centrada en ventilar el tema de la autoaceptación; no sin añadirle un ingrediente perverso: la rivalidad entre féminas. Ambos temas fueron adelantados en Death Becomes Her (Robert Zemeckis, 1992). En realidad, entre The Substance y otros muchos filmes existe un largo pliego de coincidencias que los críticos han identificado aleatoriamente. Una desaforada intertextualidad rica en apropiaciones, alusiones, citas y paráfrasis caracteriza temática y en términos de visualidad la película, permitiendo que se le adjudique parentesco e inspiración en una amplia lista en la que figuran, entre otros, autores como David Cronenberg, Julia Ducournau y Stanley Kubrick, y títulos como Rejuvenatrix, Dr. Jekyll & Mr. Hyde, El retrato de Dorian Gray, Carrie, The shining, The Thing, The Perfection, Kill Bill, Barbie y El hombre elefante.
Lo único que demuestra semejante compendio es el buen gusto y el fino instinto de Coralie Fargeat. Desde su filme anterior, Revenge (2017), se ha permitido pasear su talento entre opciones, estilos y estéticas muy precisas para escoger y construir un discurso moral, visual y dramático tan provocativo como sugerente, incluso si se le adjudicara una falsa originalidad. Cosa que, a una audiencia que ha sobrevivido al estanco posmoderno, ya le resulta intrascendente.
Coproducida entre el Reino Unido, los Estados Unidos y Francia, The Substance se decanta por la estética del absurdo y la hiperbolización. Tiende a sobredimensionar el escarnio, la enorme sutura quirúrgica, la piel necrosada, los miembros colgantes y tumorosos, el desparrame sangriento, los fluidos fermentados, la putrefacción de los tejidos, etcétera. La película, no lo voy a negar, es grotesca, tiene escenas que revuelven el estómago. Por otro lado, también apela a situaciones de humor negro que ayudan a bajar la carga intimidante de la trama. Para mí es una alegoría del síndrome de dismorfia corporal. Nada más común en nuestros días que esa inconformidad y sufrimiento con el cuerpo, a partir de una preocupación desmesurada por algún defecto físico, real o imaginado, cuya percepción se convierte en un trastorno obsesivo.
En ese sentido, The Substante es algo más que una advertencia siniestra y burlona.
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