Amparo muere sin la rumba

Amparo muere sin la rumba
Fecha de publicación: 
8 Junio 2019
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En México la bautizaron la Emperatriz de la rumba en 1958. Benny Moré la llamaba La chiquitica, en el habanero cabaret Alí Bar, donde compartieron cartelera nocturna. Su mirada conserva destellos del brillo que debió tener cuando era un bombón de los cabarets de La Habana de aquellos años. Tiene el ímpetu anclado en sus tiempos de codicia rumbera.

Pero es una desconocida para varias generaciones, sobre todo para las de hace tres décadas, cuando comenzó a ser más difícil disfrutar la vida nocturna cubana a partir de la profunda crisis económica de los años 90, una crisis que amenaza con regresar.

Aunque trabajó en televisión, incluso con el recordado Enrique Arredondo, con cuyo hijo, de igual nombre, estuvo casada, Amparito Valencia ha sido una mujer de cabarets y folclor. Rumba y más rumba es lo que ha bailado desde que cumplió 15 años y se entregó con devoción a esa esencia musical cubana.

Se inició en la Corte suprema de Alonso, que estaba en Prado. Estudiaba música para complacer a su familia, opuesta a que ella bailara. Pero llevaba dentro el baile y sabía que no podía renunciar a una vocación sagrada.

«Me presento en la corte en 1954 y gano el segundo premio. Quedo como estrella naciente», cuenta Amparito, sentada, una tarde calurosa, en una de las sencillas mesas de El batazo en La Habana, el sitio que la está devolviendo al público que la conoció y se la está entregando al que nunca antes la vio.

Las ideas que maneja la descubren: es ambiciosa, imparable. Tanto, que logra entrar a la compañía que estaba formando la actriz Zulema Casals y no está conforme. «Quedé como bailarina, como una más, pero yo quería seguir».

«Como Zulema inaugura el Canal Dos y yo estaba en su compañía, me quedo fija entonces en la televisión. No sé ahora quien me ve bailando y me pregunta: ¿por qué no haces una pareja con un muchacho que baila en el ballet de Luis Trápaga?», recuerda.

Mientras rememora, Amparito revive sus días más intensos. Es imposible saber si se emociona porque no se quita las gafas durante la entrevista.  

Acepta la propuesta de la pareja de baile y es el comienzo de su estrellato. El muchacho era muy técnico y ella toda vocación sin técnica, que fue aprendiendo. Él era Roberto Álvarez, hermano del famoso bolerista Fernando Álvarez, que también integraba la cartelera del Alí Bar. Hicieron una audición para el cabaret Montmatre, donde bailaba la primera pareja cubana del momento, Ana Gloria y Rolando. Amparito y Roberto la desplazaron, entre otras cosas porque la gerencia del cabaret quería deshacerse de una pareja envuelta en demasiada controversia con la prensa. Por esa influencia del inglés, Roberto se convirtió en Robert, y quedaron como la pareja del Monmatre.

«Yo, todos los días salía en algún periódico. Si no era en Ataja era en Bohemia, o en Revolución. La prensa hablaba muy bien de nosotros».

El resto de la historia artística de Amparito es como en carrusel: cierran el Montmatre cuando en su elevador ajustician al jefe de la policía de Batista, y consigue pasar al Alí Bar, donde comparte programa además con Blanca Rosa Gil, Orlando Contreras y Roberto Faz. Cuando mejor le va, se ve obligada a salir de Cuba porque su familia teme que termine en lo peor su negativa a entregarse a los brazos de un coronel de Batista que la presiona en un camerino.

Le consiguen un contrato en México, donde, de nuevo, entra en el éxito: nada más y nada menos que en el conjunto del clarinetista Mariano Mercerón.

«Mariano tenía un espectáculo muy cubano, con dos parejas de baile mexicanas, a las que me uní», precisa. La bautizan como la Emperatriz de la rumba.

«Cuando triunfa la Revolución estaba trabajando en el cabaret El burro, con Juan Lejido y Bienvenido Granda. Le pido a Mariano viajar a Cuba unos días para gozar el triunfo y ver a los barbudos. Y cuando llego me encuentro con el ensayo de la producción Cuba sí, yanquis no. Me piden que me una. Acepto y debuta la producción conmigo y con Roberto, que me esperó. Pero él muere de un infarto».

Amparito entonces pasa al cuarteto de Facundo Rivero como solista y comienza a cantar.
Trabaja con Rosita Fornés, comparte escenas humorísticas con Enrique Arredondo y su hijo, con quien estuvo casada ocho años, y gracias a quienes aprendió a hacer comicidad como contrafigura. Integra el cuerpo de baile de Tropicana, con el que regresa a México de visita. También es parte del cuerpo de baile del habanero hotel Capri.

«Ahora es cuando yo estoy un poco achantada», admite con pesar, como si no fuera normal a las puertas de los 80 años.

Arma un grupo folclórico a principios de los años 70. Lo evalúa el Conjunto Folclórico Nacional y le dan la excelencia.  

«Yo hablo esto y me da sentimiento. No he tenido todo lo que he merecido. Yo lo ponía todo. El grupo que me hiciera una prueba me aceptaba. Porque yo le daba todo lo que usted quería: la música, el físico, mi forma de ser. Daba lo que se buscaba. Todo el mundo quería tener a Amparo. Quizás es feo decirlo, pero así era. Eso se ha perdido. No me retiro. Muchos creen que debiera estar en casa descansando. Pero veo a las nuevas generaciones que no hacen nada cuando se ven hermosas…

Los cabarets de provincias cubanas también conocieron el fuego rumbero de Amparito. Un recorte del periódico de Pinar del Río de los años 80 la celebra con adjetivos elocuentes y le agradece su presencia en los cabarets Rumayor y Criollo.

Perdió a su único hijo hace poco, y vive sola, en la zona antigua de La Habana. De tarde en tarde, baila en El batazo, en el municipio de Centrohabana, en una peña vespertina de domingo a cargo de Rosalía Arnaez. No le importa que ya no tiene 30 años y no puede mostrar su esplendor. No le interesa que el público que la aplaudió conserve la imagen de cuando los hombres la codiciaban con aquella figura de criollita y aquel rostro de mirada profunda.

   Lo que quiere Amparito Valencia es bailar rumba.

Comentarios

Bravo por Amapro Valencia, EPD.
artistaangelmanueartista@gmail.com

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