Adolfo Roval: «La danza se reinventa todos los días»
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Podría parecer que Adolfo Roval (Cruces, 1929) ha recibido tarde el Premio Nacional de Danza, si asumimos que desde hace un buen tiempo tenía credenciales suficientes para merecerlo. Pero el bailarín y maestro, una de las figuras esenciales del ballet cubano, nunca desesperó. Está y estaba más que satisfecho con su larguísima hoja de servicios. Y cree que todavía es temprano para cerrarla.
En efecto, Roval es uno de los más inquietos y agudos “observadores” del panorama de la danza nacional… un ámbito donde alcanzó grandes reconocimientos por sus interpretaciones de célebres personajes de carácter del ballet (especialmente el Doctor Coppélius) y por su labor pedagógica en salones de ensayo y salas de conferencia.
Nos fuimos a hablar con el maestro sobre su vida y su obra, pero él, con la modestia que le saben sus amigos y admiradores, prefirió reflexionar sobre el arte al que ha consagrado buena parte de su vida, “y al que seguiré consagrado mientras me queden fuerzas”.
—Algunos creen que el ballet es un arte de museo.
—Eso no tiene el menor de los sentidos. Y la prueba es precisamente la historia de la danza. A lo largo de tantos años se ha hecho evidente que el ballet ha evolucionado, desde todos los puntos de vista. Y no se puede separar el concepto de la tradición con el de la modernidad o la contemporaneidad, porque esa misma evolución no niega jamás el antecedente.
«¿Quieres un ejemplo bien concreto? Cuando el ballet más académico estaba en su plenitud, a principios del siglo XX, desde el mismo seno del ballet comenzó probablemente la más grande renovación de este arte: los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev.
«Eso fue una verdadera revolución. Se utilizaba la música de los compositores más irreverentes, el gran Vaslav Nijinsky “violentaba” genialmente determinados pasos y secuencias. Su hermana Bronislava fue incluso más allá… Era una época en la que mucha gente no podía comprender aquello y abandonaba los teatros, mientras otros aplaudían.
«Pero si uno se detiene a pensarlo, no fue algo excepcional, porque desde el principio el ballet ha tratado de adaptarse a su tiempo».
—¿Y cómo se expresó esa evolución en Cuba?
—Tengo que remitirme a los años en que yo comenzaba, que fueron, de alguna manera, años de fundaciones. En aquella época el repertorio era eminentemente clásico. Se estaba tratando de crear un público… y al público, al principio, conviene ofrecerle la idea más convencional del ballet. Los grandes clásicos, por ejemplo: El lago de los cisnes, Giselle.
«Pero Alicia Alonso quería más, desde el principio. Claro, ella se formó en los Estados Unidos, y allí comenzó la renovación de la danza en América, con aquel movimiento de estupendos creadores. Se incursionaba en temas poco habituales para el ballet tradicional, con énfasis en otra gestualidad… Alicia, Fernando, Alberto Alonso quisieron hacer algo así en Cuba.
«Y no solamente ellos. Hay algo que no se divulga mucho, pero a mediados de los años cincuenta Ramiro Guerra montó un ballet con música de José Ardévol, música difícil, música casi “imposible” para la danza.
«Toque se llamaba aquel ballet si mal no recuerdo. Y a las muchachas de la escuela les costaba mucho bailar aquellas secuencias, no estaban acostumbradas a esas sonoridades. Y el propio Ramiro abordó otra arista, con tema costumbrista y música de Lecuona: Habana 1830.
«También se hicieron intentos neoclásicos, como los de José Parés, el maestro puertorriqueño que tanto hizo por la danza cubana. Él montó uno de los clásicos de la coreografía nacional: Concierto en blanco y negro, que estrenó Alicia y que se mantuvo mucho tiempo en el repertorio activo del Ballet Nacional de Cuba.
«O sea, se notaba un interés en ampliar el espectro».
—¿Y cuándo se consolidó esa renovación?
—Es difícil establecer una fecha. Mucho influyó la refundación del Ballet Nacional de Cuba (antes Ballet Alicia Alonso y Ballet de Cuba) en 1959, con el triunfo de la Revolución. Ahí comenzó el proceso verdaderamente.
«Por expreso interés de Alicia y Fernando, se comenzó a incitar a los bailarines, a los que tuvieran el deseo y la capacidad, para que crearan sus propias coreografías. Y de ese impulso surgieron interesantes generaciones de coreógrafos. Y, se sabe, los principales garantes de la modernidad en el ballet son precisamente los coreógrafos.
«Iván Tenorio, Gustavo Herrera, Alberto Méndez… no voy a seguir mencionando nombres porque corro el riesgo de dejar fuera a muchos.
«Un hito fue la presencia en Cuba del francés Maurice Béjart y su Ballet del Siglo XX, en la década de los sesenta. Eso les abrió a esos jóvenes coreógrafos un panorama extraordinario, fue una verdadera revelación, que tendría maravillosos resultados…
«Y de ahí en adelante se puede hablar con certeza de un ballet cubano… y al mismo tiempo universal.
«Ahora mismo contamos con un panorama muy variado, en todas las expresiones de la danza escénica. Pero eso tiene una semilla, y tuve el privilegio de ser testigo de muchos hechos relevantes de ese camino».
—Ha sido testigo y también protagonista…
—Sí, hice mi pequeñísimo aporte, desde el Ballet Nacional de Cuba. Creo que de alguna manera soy parte de la historia del ballet en Cuba. Pero yo te diría que a estas alturas la danza es una sola, independientemente de sus particularidades. Fíjate que el jurado que me ha dado este premio estuvo integrado íntegramente por figuras de la llamada danza contemporánea.
—En su pretensión de ir con los tiempos, ¿puede el ballet darle la espalda al pasado?
—De ninguna manera. En el ballet no ha habido nunca rupturas absolutas. Y el pasado se reedita en el presente, constantemente, como un ciclo eterno… Hay que mirar atrás para poder seguir avanzando, aunque la danza, de alguna manera, se reinvente todos los días.
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