Maestros: ¡Para quitarse el sombrero! (+ VIDEO)

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Maestros: ¡Para quitarse el sombrero! (+ VIDEO)
Fecha de publicación: 
22 Diciembre 2018
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¿Usted me creería si yo le dijera que un maestro vive entre montañas, incluso en un sitio donde no llega la señal de radio y televisión; que una adulta mayor de 92 años se mantiene activa como docente —por si fuera poco en un preuniversitario— y que una profesora de un politécnico en edad de jubilación ni piensa en eso y lleva 40 años en el mismo centro?

Sin duda, son historias fabulosas que, únicamente, se sostienen en cimientos de amor al magisterio.

Alexis Graverán Varela llegó a Machuca, un lugarcito escondido del municipio de San Cristóbal, en la provincia de Artemisa, cuando era más joven y no tenía hijos. Abandonó la comodidad de su casa, del pueblo y el calor de su familia para adentrarse en aquel sitio casi inhóspito, donde hoy solo se escucha el cantar de los pajaritos y la música que pone en un audio que él compró para aliviar la soledad.  

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La escuelita de Machuca y Alexis, un maestro que necesita honrarse todos los dias.

Foto: Alina M. Lotti

Un camino pedregoso conduce a Machuca, ubicado a 15 kilómetros de una carretera. Se llega mejor a pie que en transporte, porque las montañas son de tantas pendientes que el peligro no es cosa de juego.
 
Y ya allí, luego de un viaje agotador, cuando una espera encontrar lo que se dice un pueblo, pues nada de eso. A primera vista se abre un pequeño batey, con la escuelita en primer plano, una casita del médico de la familia, una sala para ver televisión —en desuso porque no llega la señal— y una panadería, que solo oferta el pan diario de la cuota.

Por eso quienes hace unos meses visitamos el lugar nos fuimos con la impresión de que, además de maestro multígrado —en este curso tiene cinco alumnos, uno de ellos es su hijo Alex, e imparte varios grados: primero, cuarto y sexto— Alexis es un héroe de la Educación Cubana, que ante la interrogante de cuánto tiempo le queda allí expresó: “Cuando llegué vi la tristeza de los niños y noté que me necesitaban. Por ellos estoy aquí y estaré hasta que sea necesario. ¡Mis hijos nacieron aquí y, por tanto, no quieren marcharse!”.

Rina Peñalver, la maestra nonagenaria

Por su sostenida y meritoria labor en el sector, Riña Peñalver se ha convertido en una figura mediática en los últimos años. Y es que no resulta fácil encontrar en las aulas una mujer de 92 años que imparte asignaturas del área de Humanidades, ya sea alguna rama de la Historia o Cultura Política.

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Junto a sus alumnos, Rina es la mujer más feliz del mundo. En la imagen, dos cursos atrás.

Foto: Agustin Borrego.

Desde hace varios cursos labora en el Instituto Preuniversitario Urbano (IPU) Gerardo Abréu Fontán, ubicado en el municipio capitalino de Centro Habana, en pleno corazón de La Habana.

Cualquiera pudiera imaginar que a esa edad los alumnos no la respetan o que sus clases no tienen calidad. ¡Nada de eso! Nadie como ella para comprender a los educandos, a quienes trasmite conocimientos y valores a partir de su ejemplo personal.   

Rina reside en el municipio de San Miguel del Padrón, se levanta muy temprano, toma un transporte y llega muchas veces antes que los demás.

Antes del triunfo de la Revolución cursó estudios en la Escuela Normal para Maestros y enseñó en una escuelita rural en Los Palos, actual provincia de Mayabeque. Así se inició, fue maestra sustituta (cubría plazas donde hiciera falta), trabajó en multigrados, y ya antes del triunfo de la Revolución obtuvo en la Universidad de La Habana el título de Doctora en Pedagogía.

Cuando la gran epopeya de la Campaña de Alfabetización fue ubicada en un lugar llamado Corral Nuevo, en el valle de Yumurí, en la provincia de Matanzas, donde se desempeñó como asesora de los brigadistas Conrado Benítez y también de los alfabetizadores populares (docentes que habían dado el paso al frente).

Mas su trayectoria trasciende las fronteras de la Pedagogía. Era la más pequeña entre nueve hermanos y eso no fue limitante para que se incorporara a cuanta tarea se impulsara, como la constitución de los CDR, la FMC, el Partido. Cuando el “triunfo de 1959 mi mamá nos dijo: ‘ya ustedes dejaron de ser mis hijos, ahora son de la Revolución’: Y así ha sido.

“El aula continúa siendo una necesidad, un bálsamo para mí. La gente me pregunta cuándo me voy a jubilar para que descanse, y yo digo para qué si aún no me siento cansada”.

Una médico veterinaria dedicada a la enseñanza

Cuando ya han transcurrido cuatro décadas en un solo centro laboral, pudiera decirse que Telma Chávez Espinosa encontró, definitivamente, en el acto de ser maestra una de las satisfacciones más grandes de su vida.

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Cuarenta años en un solo colectivo laboral. En el Instituto Politécnico Agropecuario (IPA)

Rubén Martínez Villena, Telma, una profesora querida y apreciada por sus estudiantes y

compañeros de trabajo. Foto: Alina M. Lotti

Graduada en 1978 como médica veterinaria, a partir de 1979  integró el claustro de la unidad docente Revolución (para la enseñanza de Veterinaria en el nivel de técnico medio), que un tiempo después se unió con Villena (dedicada a la Zootecnia); hoy Instituto Politécnico Agropecuario (IPA) Rubén Martínez Villena, situado en el municipio de Boyeros, en la periferia de la ciudad.

Allí, con los sueños de una joven, se incorporó sin formación alguna a las aulas como docente, pero con muchos deseos de hacer y cumplir con la Revolución. Así que poco a poco fue venciendo los obstáculos, desde las incomprensiones de sus compañeros, pues ya en aquella época tenía dos hijos pequeños, hasta los avatares propios de una mujer adentrada en una especialidad, en aquel entonces considerada de hombres.

Nada fue fácil y ahora, al repasar los años y la trayectoria de trabajo, a Telma le parece increíble que tanto tiempo haya pasado. En estos momentos, en el propio IPA, labora en una unidad pedagógica, donde se forman los profesores para la Educación Técnica, tarea a la cual le da tremenda importancia.

A sus alumnos les aconseja “que la preparación es lo fundamental, es la base del respeto”, y esa es la máxima que ella, precisamente, ha seguido por lo que es una maestra y dirigente sindical querida y apreciada por sus compañeros y estudiantes.

Telma no piensa en el retiro. En Villena está su otra casa, el hogar a donde llegó cuarenta años atrás y no ha podido abandonar. ¿Por qué? —le pregunto— y ella con esa sencillez y modestia que la caracterizan respondió: “Aquí estaré hasta que las fuerzas me lo permitan. Cuando una se siente bien, es acogida y comprendida, eso hace que ames la escuela y que esta forme parte de tu vida. No encuentro otra explicación”.

     
 

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