Carlos Díaz: «Al teatro hay que cuidarlo, aunque no gane ni un centavo»
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Fotos y video: Elizabeth Carvajal y Racso Pérez Morejón
Cuba ha tenido grades exponentes de esta expresión artística. ¿De cuál de esas maneras de hacer siente usted que ha bebido más como creador?
«Cada época tiene lo suyo, su miel y su acíbar. Yo aparezco oficialmente en este mundo en los ´90, cuando se hacía poco teatro. Era el ya eterno período especial y reinaba ese concepto del hasta cuándo durará, pero yo creo que en ese entonces hice lo mejor de mi carrera, como La niñita querida, una puesta de Virgilio Piñera con la que me gané el cariño de muchos.
«Ese éxito y el posterior se los agradezco a Roberto Blanco y su compañía Irrumpe. Tuve la oportunidad de ser su asistente tras culminar mis estudios de Teatrología y Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte. Allí hice todo: diseñar vestuario, escenografía; hacer planes de ensayo y producción… Aprendí lo que se debía hacer y lo que no. Les estoy muy agradecido porque me dieron el entrenamiento para entrarle al teatro».
Usted ha sido de los más amados y, a la vez, criticados por el atrevimiento de sus puestas en escena. ¿Cree que le hace falta ese atrevimiento al teatro cubano de estos tiempos?
«Yo creo que el atrevimiento existe y hay que practicarlo. Si no pasamos por ahí, es como si no respiráramos bien. Cuando, en materia de arte, uno se atreve, puede ver hasta dónde llega, hasta dónde puede decir y si el receptor es feliz viendo tu propuesta.
«Ya hay personas que vienen al teatro y, antes de preguntar quién es el autor o los actores, preguntan si hay desnudo. Es lo mismo que ir a Coppelia y preguntar si tienen almendra y les responden: No».
¿Cuál considera que sea el camino por el cual deba transitar esta disciplina y sus protagonistas en lo que sigue?
«Luchen ustedes, los jóvenes, por la tecnología. Es importante que cada día haya más redes sociales, más máquinas, puentes para llegar a la luna y hacer camping ahí, que la gente tenga vacaciones en Marte… Pero con el teatro no hay quien acabe, pese a su vejez y artesanía.
«Hay que estar al lado de Chéjov cuando dice que hay que trabajar todos los días».
Ese teatro tan antiguo pudiera estar en crisis, sienten algunos. ¿Qué pasa que ya la gente no llena las salas?
«Al teatro hay que cuidarlo. Es un lujo trabajar en él, pertenece a elegidos. Se siente como estar en el Vesubio, aunque no gane ni un centavo. Uno es muy feliz.
«No todas las salas tienen problemas con el público. Cada compañía debe cuidar lo que hace para mantener su público y su sala llena, no solo en temporada de Festival.
«Hoy las personas prefieren quedarse frente a la pantalla de un celular o una computadora. Pero eso no se puede hacer con el teatro: no te puedes llevar a todo el equipo de trabajo para tu casa para que hagan la representación de una obra.
«Recientemente estuvimos en Nueva York, en el evento “Bajo el radar”, con Antigonón, un contingente épico, y un amigo, Armando Correa, actual editor de la revista People en español, les regaló a cuatro de nuestros actores jóvenes entradas a Broadway para ver La chica francesa, protagonizada por Uma Thurman. Tener a semejante actriz en el escenario, en frente tuyo, es un lujo que solo tienes en el teatro; de lo contrario, debes buscar una película de ella en el paquete.
«Por otra parte, tener un teatro como el nuestro es un privilegio, porque en el mundo desarrollado es más complicada la existencia de tantos grupos, lleva muchos recursos. Nuestra economía no está en condiciones de sostener esta utopía por demasiado tiempo, pero disfrutémosla mientras dure».
Hablaba de la tecnología. ¿La considera, junto a los nuevos medios (Internet), enemiga del teatro?
«No, nada tan nuevo y joven que luche por la imagen en la visualidad puede ser enemigo. Enemiga es la intención de destinar dinero para lograr algo que no sea sano, pero las redes sociales ayudan mucho. Ya hay una generación que no pudiera vivir sin Facebook, Twitter, Instagram… y a ellos también debemos llegar.
«Yo soy un director que ama la visualidad. Creo más en el poder de una imagen que en un texto. Una frase puede mentir, una imagen no. Por eso empleo elementos audiovisuales, por ejemplo, en Antigonón… La mezcla de las especialidades artísticas deviene nuevos lenguajes en la práctica de lo que hagas».
¿Cuáles son sus expectativas con Teatro El Público, especialmente cuando ya no sea usted quien dirija?
«Me quedan algunos proyectos. Tengo que hacer aún el Orlando, de Virginia Woolf, pero El Público siempre va a existir. ¡Ya apareceré y pondré truenos si no me gusta lo que está pasando!»
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