Foto de la insensibilidad
especiales
La mujer, de más de 60 años, iba caminando unos 50 metros delante de mí llevando un cartón de huevos –esos ausentes por estos días- y de pronto, cuando volví a mirar, estaba tirada en medio de la acera entre yemas y claras que casi se cocinaban al calor del medio día.
A solo un metro de la accidentada, un par de muchachones accionaban las cámaras de sus celulares intentando apresar, posiblemente para compartir con sus amistades en Facebook otra red social, lo que les parecía comiquísimo. Porque, además, estaban revolcados de la risa.
Corrí para socorrer a la señora y cuando entré en el campo visual de los fotógrafos, empezaron a gritarme que me apartara, que les estaba echando a perder las imágenes.
Después del punto y aparte anterior a estas líneas, he demorado buen rato en continuar tecleando. Y no porque falte qué decir, sino porque, entre la indignación y el estupor, todavía ando buscando palabras para calificar y reflexionar sobre el hecho.
En otras latitudes, sucesos semejantes se repiten a menudo. Basta ver algunos de los llamados tablazos u otros cortos semejantes para constatar cómo un niño rodando loma abajo únicamente promueve risas entre quienes graban. Cuando menos, se escucha alguna exclamación de “Oh, my God”, pero se ve en el vídeo cómo aguardan a que termine solito la caída, tropezando contra piedras mientras desciende.
Personas de las más diversas edades golpeándose al punto de quedar sin sentido, cayendo desde alturas, estrellándose contra columpios o ventanas, chocando en un auto, pateadas por caballos, heridas en el rostro al lanzarse contra un cristal que no veían... es bien larga la relación de accidentes grabados por Internautas y subidos a la red bajo el rótulo “Humor”.
Luego, hay quienes se dedican a compilar tales grabaciones; “las más cómicas” corregiría alguien. Pero, ¿cuál es el criterio de comicidad en estos casos?
Lo peor es que hubo testigos y no fueron de inmediato a ayudar al accidentado; y también que luego, alguna gente desde sus casas frente al televisor, en la PC, el tablet o en lo que sea, se “desencuaderne” a carcajadas contemplando esas escenas.
Hasta ahora no había conocido de casos semejantes en Cuba, y presenciar el hecho que da inicio a este texto me estremeció.
¿Qué antes no pasaba porque no existían Internet ni Facebook ni celulares? No creo que la culpa sea de las nuevas tecnologías.
Recuérdese el muy polémico premio Pulitzer de Fotografía de 1994. El fotógrafo Kevin Carter había retratado, con un equipo analógico -de aquellos de rollo de película que había que rebobinar y luego revelar en un laboratorio-, a un niño sudanés moribundo a punto de ser devorado por un buitre. El New York Times le publicó la foto catapultándolo a la fama.
Pero fueron tantas las críticas a la pasividad del premiado fotorreportero -quien, en vez de rescatar al niño aguardó tranquila y desalmadamente a que el pájaro rapaz se le encimara cada vez más-, que en julio de aquel mismo año decidió quitarse la vida.
La anécdota viene al caso porque evidencia cómo conductas similares han tenido lugar antes y después de la informatización y de la era de Internet. El ansia de atraer audiencias o aplausos, a veces a toda costa, no es privativa de las nuevas tecnologías.
De todas formas, lo grave, gravísimo, es que fueron dos jóvenes cubanos quienes protagonizaron lo que cuento. ¿Habrá más? ¿Cuántos, dónde, por qué? Levantar su ética, su sensibilidad humana, será más difícil de lo que fue levantar a aquella señora de la acera.
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