ARCHIVOS PARLANCHINES: El Taíno Tatuado

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ARCHIVOS PARLANCHINES: El Taíno Tatuado
Fecha de publicación: 
1 Diciembre 2017
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Imagen principal: 

 

Marcelo Ricardo Chacón Justiniano tiene dibujos en casi todo el cuerpo, incluyendo lugares tan poco comunes como el pene, los dedos de los pies o la lengua. Además, y por fortuna, no esconde sus rarezas y deseos de bautizar al prójimo: se le ve andar por la capital con una bohemia tumbadora colgada al hombro, unas laticas llenas de municiones amarradas en los pies como maracas y una filarmónica. Estos instrumentos le permiten cantar, bailar y hacer su show, muy atractivo para chicos y turistas, sin descartar al ciudadano común, quien termina riéndole sus chistes.

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El sujeto nace el 16 de junio de 1929, en el municipio matancero de Ceiba Mocha y, años más tarde, pasa a residir en Casablanca, a un pie de la bahía habanera, donde se desempeña como marino de guerra del Distrito Naval. Sin embargo, a fines de la década del cincuenta, lo encarcelan luego de descubrirle los tatuajes y, al final, lo expulsan de este cuerpo armado, por lo que pone un sillón de limpiabotas a un paso del bar-bodega El Chalet, casi enfrente del cuarto donde vive en la calle Artes número143, entre San Ambrosio y Tiscornia. En los sesenta vuelve a caer preso, y tras reformarse, trabaja en la Dirección de Servicios Comunales (Áreas Verdes) del Poder Popular de Guanabacoa.
 

Mulato perfecto y brioso, Chacón, o el Taíno Tatuado, como lo llaman a gritos, se parece a uno de esos aborígenes inmortalizados por los poetas siboneyistas que encabeza el bayamés José Fornaris: cara y cabeza afilada, nariz aguileña, piel color cartucho. Guillermo de Jesús (Tingue), veterano fotógrafo, quien lo conoce durante años, me contó en el 2007, cuando lo fui a visitar en Casablanca:
 

«Empezó a tatuarse en su época de marinero, como era frecuente. Para grabarse la piel, se inspiraba en sucesos del vecindario, conmemoraciones religiosas, nombres, lugares donde estuvo… La mayoría de los tatuajes se los hizo Salaíto, un “ambientoso” de Regla; el mejor en esto y gran jugador de billar. Estaba pelón y en la cabeza tenía un pulpo cuyos tentáculos bajaban por el rostro y el cuello. Como complemento, abajo de la mollera mostraba un moñito, al cual le adicionaba guisasos y plumas. No faltaban tampoco las argollas en la nariz y las orejas. En el pecho podía verse el dibujo de un tiburón y una niña, en memoria de un hecho real sucedido en Cojímar; en las piernas mostraba a los jimaguas; en el labio estaba el nombre de la madre y en las nalgas jugaban un gato y un ratón. Sin dudas, estaba entre los tres hombres más tatuados del mundo. En el cuello y los pies lleva manojos de collares y pintaba en sus ropas imágenes de indios y cosas que estuvieran en el bombo. ¡Ah!... en la película Tránsito, filmada casi toda en este pueblo, hay una escena en la cual él baja por la calle Artés con su tumbadora…»

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Tumbadora y laticas llenas de municiones

 

Este gitano es un almacén de memorias. Después de pasarse el día bajo el sol cortando las malas hierbas del sustento, se baña, se viste… y a recorrer las calles. Se le ve en Casablanca, Cojímar, Regla (en la zona de la iglesia), el Malecón habanero y la Catedral de La Habana. Con su orquesta ambulante de brazos y piernas le pone música a un estribillo obligado: «En el tiempo de la colonia / tiempo de senseribó / tiempo en que los negros congos / repiqueteaban tambó». Además, revive a Celeste Mendoza, a Merceditas Valdés y al Joseíto Fernández de La Guantanamera. Nunca canta el tema completo para no aburrir y atraer a todo el que pasa cerca.
 

Pedro Cosme Baños, historiador de Regla y director del Museo Municipal «Eduardo Gómez Luaces», de esa localidad, no duda en sumarse a esta investigación cuando le pedí una entrevista, también en 2007:
 

«El Taíno Tatuado iba tempranito a trabajar en Comunales y era muy puntual y eficiente en sus labores. Podíamos tener un buen intercambio con él; era respetuoso, coherente al hablar y conocedor. Tenía, incluso, cierta cultura musical, parece que había leído… Tomaba un poco de ron por la tardecita y, fíjate, no agredía a nadie. Se montaba en el ómnibus o en la lancha, tranquilo, y hacía sus payasadas. Los niños le gritaban: “¡Chacón!... ¡Chacón!” Entonces, él se daba muy fuerte en la cabeza haciéndola sonar. Los adultos, al ver eso, nos preguntábamos: “¿A ese no le duelen los golpes?”. Llegó a ser de interés para el turismo y los nacionales. Nuestro museo guarda parte de sus pertenencias; un día estarán en el lugar apropiado»...

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Chacón vive la mayor parte de su vida en la referida habitación de la calle Artes, en la misma empinada lomita que ve crecer a Changuito, el laureado baterista de Los Van Van. En la fachada del mísero inmueble cuelga un cartel gigantesco donde se lee: El Taíno Tatuado. Natividad Ariosa (Tica), su vecina, amiga y paño de lágrimas, lo retrata con un innegable favoritismo, cuando fui a verla acompañado por Tingue, mi guía durante todo mi recorrido por Casablanca.
 

«Era muy humano, muy sensible, me ayudaba. Cuando necesitaba dinero, me decía: “Tómalo”. Tenía en su casita fotos de toda mi familia, en particular, de mis hijos pequeños, a los cuales quiso y casi adoptó. Mis chiquillos, más grandes, lo cogían para el trajín y el relajo; a ellos siempre les daba comida, dinero o algún trago de ron. Yo, por mi parte, le resolvía hasta el agua fría. No se casó ni tuvo una verdadera familia. Logró reunir como tres mil y pico de pesos y no puso un negocito ni nada. Al final, parece que donó este dinero a un Círculo Infantil de aquí».

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Chacón en casa de Tica

 

En 1999, a Chacón se le parte el corazón cuando vende premoniciones con su música en las cercanías de la Catedral capitalina. Dicen que su fantasma sigue rondando por ahí, protegiendo a los que, un día, lo soportaron y hasta lo aplaudieron. En definitiva, los seres libertinos como él siempre tienen un asunto pendiente y se fugan a menudo del cementerio.

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