JOVEN Y ARTISTA: Un cisne diferente

JOVEN Y ARTISTA: Un cisne diferente
Fecha de publicación: 
14 Abril 2017
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Un teatro en silencio, mirándola debatirse entre el lirismo y el espasmo. Una ovación soberana, lágrimas en muchos ojos. Todo eso sucedió el día en que Daniela Gómez, joven bailarina del Ballet Nacional de Cuba, estrenó Cygne, una singular versión de La muerte del cisne, coreografiada por el argentino Daniel Proietto.

Fue en el más reciente Festival Internacional de Ballet de La Habana, en noviembre del pasado año. La coreografía ha significado un antes y un después en la carrera de la intérprete. Por ejemplo: la llevó a Rusia, a una gala de estrellas de las grandes compañías de ese país.

La entrevistamos, justo antes de un ensayo, en la sede de la compañía cubana.

—¿Te imaginaste alguna vez bailar un cisne así? Asumiste primero esta recreación antes que los mismos referentes…

—En realidad no lo había imaginado. Es que ni siquiera me había imaginado bailando el original. Sentía que para llegar a esas coreografías me faltaba mucho que aprender mucho, que tenía que superarme más. Para asumir esos roles se supone que una tenga que tener más experiencia, como persona y como artista. Nunca me imaginé que me fuera a llegar la oportunidad tan rápido.

«Ahora, la verdad es que si alguna vez lo concebí, siempre quise que fuera un cisne como el que bailé. En estos momentos me interesa mucho la danza contemporánea, la fusión de estilos. Quería hacer algo así porque me gusta mucho expresar con mi cuerpo. Es cuestión de sentir y hacer sentir, aunque sea con un movimiento mínimo.

«Es que quiero ser yo misma, no tener que imitar para ser comparada con otras. Quería sentirme única. Y esta coreografía me permitía ciertas libertades. No tiene nada que ver con las pautas más rígidas del ballet clásico. Aquí yo podía recrear muchas fantasías».

—De hecho, la coreografía plantea una metáfora de esa contraposición entre el ballet más clásico y las visiones más contemporáneas de la danza…

—Yo respeto mucho las pautas clásicas que tiene la coreografía. Doy lo mejor de mí: todo lo que he aprendido, lo que soy en esta compañía: una bailarina clásica. Pero llega el momento en que tengo que transformarme radicalmente. Alguien me dijo: ¿cómo puedes trabajar tan diferente tus piernas y tus brazos? Es que todo el tiempo está la paradoja sobre escena: brazos muy finos, muy estilizados, muy clásicos… pero las piernas comienzan a retorcerse, te exigen utilizar técnicas contemporáneas. Pero, francamente, yo lo disfruto mucho.

—¿Eso significa que has dejado de soñar con el cisne clásico?

—Yo diría que sigo soñando con él, pero ya lo asumo diferente. Si me toca alguna vez en mi vida, lo interpretaré de otra manera.

—¿Cómo fue bailar en Rusia, un lugar tan especial para el ballet?

—No te lo voy a negar: nunca imaginé estar ahí. Y no me lo creí hasta que estuve allí y me vi rodeada de bailarines tan importantes. Yo me preguntaba: ¿qué hago aquí? Me sentía fuera de lugar, un “objeto” anacrónico.

«De hecho, entre las piezas de la selección no había ninguna tan “contemporánea” como Cygne. La gente me miraba asombrada: “¿Cómo te atreves hacer eso aquí?” Yo era la única extranjera, la más joven. Todos los ojos estaban sobre mí.

«Lo mejor de todo fue ver a tanta gente llorando al final. Se me acercaban muy emocionados. Eso fue lo más lindo que me ha pasado en mucho tiempo. Para mí no hay nada mejor que emocionar a la gente cuando bailo».

—¿Por qué tú eres bailarina?

—Se supone que sea una respuesta que una deba tener preparada de toda la vida. Yo diría que primero fue un impulso de mi abuela. Pero en realidad estoy aquí porque un día me pude ver sobre la escena y sentí algo muy grande por dentro. Y me encantó.

—Algunas personas creen que los bailarines viven en una torre de marfil, ajenos de todo…

—Es como todo. Hay gente que vive así, sin ser bailarín. Y hay bailarines que están muy al tanto de lo que les rodea. No se puede generalizar.

 

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—¿Cómo lo vives tú?

—Yo no creo que viva en una burbuja. Sí, claro, a veces me aíslo un poco. Para hacer lo que hacemos necesitamos de vez en cuando tener nuestra nube particular. Pero esa nube no puede ser una torre de marfil. Al contrario, hay que aprender mucho de la gente, de sus reacciones.

—Tú apenas tienes 20 años. Estás comenzando. ¿A dónde crees que puedas llegar como bailarina? ¿A dónde quisieras llegar?

—La verdad es que nunca me he visto en un lugar muy alto, digamos: una primera bailarina. Me basta con superarme a mí misma. Yo sé que me convendría ser un poquito ambiciosa; pero no lo soy, al menos al hablar de jerarquías artísticas, de nombramientos.

«Yo me conformo que la gente reconozca mi trabajo… O mejor, que se emocione con mi trabajo. Más importante que una condición es disfrutar lo que uno hace».

—Además de bailar, ¿qué te gusta hacer a ti?

—Me gusta mucho la pintura.

—¿Ver pintura o pintar?

—¡Pintar! Es que me gustan mucho las manualidades. Y también me gusta mucho la fotografía. Pero esos son planes para el futuro.

—¿Cuándo has sido más infeliz sobre el escenario?

—Es difícil responder eso. Yo siempre he disfrutado el escenario.

—¿Y cuándo has sido más feliz?

—Cuando saludé después de bailar Cygne.

 

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