Crónica de otra cubana en el Paraninfo de la Universidad de Panamá

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Crónica de otra cubana en el Paraninfo de la Universidad de Panamá
Fecha de publicación: 
3 Octubre 2024
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Las butacas vacías del Paraninfo de la Universidad de Panamá, no tendrían nada de particular ni inspirador si una no fuera cubana y fidelista, si una pudiera evitar el estremecimiento desde el cartel de la entrada, la emoción de llegar al escenario donde el inmortal ganó una de sus mil batallas.

Han pasado 24 años desde el día que recuerda perfectamente mi amigo Adalberto, él no estaba en la sala, pero sí trabajaba ya en la Universidad y asegura que no solo se evitó un magnicidio, sino también un holocausto en el que perderían la vida miles de personas, entre ellos muchos jóvenes que se reunieron para recibir y escuchar a Fidel Castro, cuyo liderazgo va mucho más allá de las frontera de la isla insurrecta que él mismo puso en el mapa de los afectos y la admiración latinoamericana.

Fidel habló en esta sala durante horas, recibió aplausos y vivas, denunció el intento de acto terrorista que la seguridad cubana había logrado desarticular y cuyo artífice, el tristemente célebre Luis Posada Carriles, fue devuelto a casa (Estados Unidos), por la administración panameña del momento.

La X Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno pudo convertirse en un doloroso episodio de la historia de la región si los planes que ultimaba un tal Franco Rodríguez Mena, en realidad Luis Posada Carriles, desde la habitación 310 del hotel Coral Suites, de Ciudad Panamá se llevaban a cabo. 

Otra hermana panameña me confiesa ahora, desde la cuarta fila del mismo auditorio, mientras esperamos para disfrutar juntas la música de los dos países: “Si no hubiera descubierto a ese Franco, que en realidad era Posada, no te podría estar contando ahora lo que viví ese día, ni yo, ni mis compañeras que se quedaron por fuera dizque para ver a Fidel cuando saliera, yo te digo que con esa cantidad de explosivo iba a volar mucho más que el Paraninfo”.

Sin embargo, no ocurrió y ella puede contarme que lo escucho con entusiasmo casi hasta la medianoche, que gritó enardecida y dio vivas a la Revolución cubana como si fuera su propia patria, que nunca la impresionó tanto un hombre como el barbudo de 75 años que mantenía toda la lucidez.  Pudo pedirme, con lágrimas en los ojos: “No lo dejen morir, depende de ustedes los cubanos que Fidel siga vivo, y nos hace tanta falta”.

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