Fórmula imperialista: Asesinatos quirúrgicos
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Poco antes de emprender viaje a Vietnam, el tercero de un presidente norteamericano a la indoblegable nación, Barack Obama no pudo ocultar su satisfacción, cuando le anunciaron la muerte del jefe del Talibán afgano mediante un drone -un avión sin piloto-, en territorio paquistaní, dejando así en un supuesto anonimato a los técnicos que manejaron la mortal operación, quienes compiten en estos menesteres con sus aliados israelíes.
No sé cuantas cuartillas habría que llenar con las operaciones quirúrgicas de Estados Unidos e Israel contra consecuentes líderes árabes, sin contar los habituales “daños colaterales”, que se han hecho común no solo en suelo afgano, sino también en Paquistán, donde sin pedir permiso y violando la soberanía nacional, Estados Unidos, como ahora, hace y deshace.
Descabezar movimientos que no les son adictos es una tarea del Imperio que ya ha sido emprendida desde hace décadas, y hoy toma una categoría aún mayor, si consideramos el asesinato de El Gadafi en Libia y el ahorcamiento de Hussein en Iraq, quienes, independientemente de sus trayectorias, conducían países que ostentaban la mayor calidad de vida en sus respectivas regiones. En otro contexto, se encuentra la muerte de Osama bin Laden, también Paquistán, realizada supuestamente por militares norteamericanos que burlaron la vigilancia de la seguridad local.
En el caso que nos ocupa forma parte del “castigo” que el Pentágono quiere dar a la acción terrorista que ayudó a engendrar en Paquistán. Allí, los servicios secretos norteamericano y local organizaron grupos que lograron la retirada militar soviética del vecino Afganistán, el encumbramiento del Talibán - luego denostado por Washington- , la ocupación por tropas estadounidenses y, posteriormente, de otras naciones aliadas, luego disminuidas, pero nunca ausentes, pese a anuncios de retirada. Por el contrario, como ahora, golpean frecuentemente territorio paquistaní, valiéndose de drones, tropas afganas y elementos mercenarios.
Y AHORA, ¿QUÉ?
Bueno, ya mataron al jefe del Talibán, movimiento dominado por el fundamentalismo religioso que ha soportado a capa y espada el acoso de la mayor potencia militar del mundo, la cual, para utilizar una palabra de moda, “maquilló” una retirada que iba a ser en gran escala en diciembre pasado, pero que sigue a cuentagotas.
Obama no habrá tenido la culpa personal de lo que pasó con la agresión al pueblo vietnamita y las bombas atómicas lanzadas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, pero sí con lo que les está ocurriendo a los pueblos afgano y paquistaní.
Y es que todavía el Imperio se revuelve y sufre porque no ha logrado aún su propósito de controlar totalmente las riquezas del subsuelo del país, muy lejos de la “pacificación”, aunque si ha tenido un esplendoroso negocio con las armas.
La propaganda estadounidense ha hecho corriente la justificación de los conflictos bélicos, producto de la cultura de la violencia que expande la nación más poderosa militarmente del planeta, que nunca es responsabilizada por el suministro de las armas a otros que también se encuentran inmersos en los horrores de la guerra.
A pesar de la indudable importancia de los factores étnico y religioso, tanto en la reconciliación entre los afganos como en la reconstrucción, estos son aspectos secundarios.
Las raíces del mismo hay que buscarlas en que las acciones del imperialismo norteamericano en Afganistán, como en Paquistán, son caldo de cultivo para el fortalecimiento y expansión de un terrorismo ciego.
La violencia imperial que hace unas horas ha cobrado la vida a otro jefe talibán será respondida seguramente con métodos drásticos, no deseables desde el punto de vista humano. Porque violencia engendra violencia.
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