Olores de Cuba
especiales
«…el perfume dibuja el jazmín…»
Julio Cortázar
A casi todos nos acompaña el recuerdo de un perfume que dejó, para bien o para mal, una huella indeleble en la memoria.
Pero el origen de esa marca se asocia no solo a una persona o acontecimiento. Habría que olfatear muy, muy profundo, para caer en la cuenta de que la génesis de ese y de todos los aromas perfumados se remonta al período Neolítico.
Se han encontrado tablas de arcilla correspondientes a civilizaciones mesopotámicas, asentadas hace unos 3 500 años a.n.e. en territorio de lo que es el actual Iraq, donde se describen métodos primitivos para extraer y destilar sustancias aromáticas, y también fórmulas asociadas a la perfumería.
Así lo asegura el estudioso cubano Leonel Amador en su libro de reciente aparición Perfumistas y perfumes. Este investigador, uno de los más duchos en la historia y presente de las esencias aromáticas, recuerda también cómo en la isla de Chipre se descubrieron instalaciones para la elaboración de perfumes, cuya data es de unos dos mil años a.n.e.
Jarras para guardar aceite perfumado, embudos, ánforas de arcilla cocida, así como un destilador de ese material, dan cuenta de la importancia que concedían griegos y fenicios a los buenos olores, entendidos también como alimento para el alma.
En el Valle de los Reyes, Egipto, en la tumba de Nakht —sacerdote, escriba y astrólogo al servicio del faraón Tutmosis IV—, esta pintura de unos 1400 a.n.e. muestra a nobles egipcias perfumándose.
«Te ponemos el perfume del Este para hacer perfecto tu olor y poder seguir el olfato de Dios. Te traemos los líquidos que vienen de Ra para hacer perfecto tu olor en la Sala del Juicio Final». Así indicaba el sacerdote durante el ritual de embalsamamiento que pretendía asegurar el pase del faraón a la vida eterna, más de mil años a.n.e.
Aroma de lirios
El mundo oriental y la gran mayoría de las civilizaciones que poblaron este planeta han reverenciado los buenos olores. También ha sido así en la encrucijada caribeña ocupada por esta isla.
Aquí, la industria del perfume comenzó a andar con buen paso durante la segunda mitad del siglo XIX con los hermanos Sabatés Costa y, casi en paralelo, también con los hermanos Crusellas Vidal, quienes, en 1917, constituían la Compañía Nacional de Perfumería.
Aquellos cubanos que hoy peinan abundantes canas tal vez puedan recordar el Agua de violetas rusas, que llegó a convertirse en casi obligado regalo para recién nacidos, y era elaborada en la pequeña, pero exitosa industria de Agustín Reyes García. La fórmula de esta y otras aguas de colonia que hicieron época por los años 40, dicen que la había comprado fuera del país y la guardaba celosamente.
La Compañía Nacional de Perfumería, al promocionar en 1955 esta agua de colonia, de Crusellas, subrayaba que era una «industria totalmente cubana».
Los aplausos ganados por este mercado nacional atrajeron subsidiarias norteamericanas a Cuba, donde se instalaron Avon, Revlon, Max Factor, Mennen y Helen Curtis, entre otras reconocidas marcas. Con esto, resultó casi aplastado el desarrollo de la perfumería nativa.
Cuando amaneció el año 1959, el sector de la perfumería y jabonería en la Isla sumaba 76 fábricas, que fueron paulatinamente intervenidas por el gobierno revolucionario. Para 1965, se creaba la Empresa Consolidada de Jabonería y Perfumería, que fuera el embrión Suchel-Fragancia.
El primer perfume nacido de esa industria nacional con fórmula propia fue Profecía, que empezó a perfumar pieles femeninas en 1966. El primer premio conferido a un perfume cubano lo ganó el nombrado Fantasía, que fuera galardonado con medalla de oro en la Feria de Plovdiv, Bulgaria.
En este presente, deben ser pocos los cubanos que no se hayan perfumado, al menos una vez, con las fragancias facturadas por Suchel. El nombre de esta industria es debido a las voces Súchel o Súcheli, que según el sabio Juan Tomás Roig, se emplean para llamar a las especies del género Plumieria, a los lirios.
El nombre de la actualmente más importante productora de perfumes cubana se debe a los lirios, a los cuales se les llamaba Súchel o Súcheli, según el sabio Juan Tomás Roig.
Alquimias
Es probable que antes de llegar a este renglón, más de un lector haya evocado la magnífica película Perfume: The Story of a Murderer, dirigida por Tom Tykwer. Pero el personaje de Jean-Baptiste Grenouille —quien en la Francia del siglo XVIII busca a costa de muchas muertes conseguir la fragancia más hermosa y de mayor poder— poco tiene que ver con el real arte que entraña la concepción y elaboración de los perfumes.
Es un trabajo paciente, de muchos ensayos y meses en busca de los componentes y las proporciones deseadas. «Es como si se tejiera un encaje —reflexiona el ingeniero y perfumista Leonel Amador en su texto—; mientras permanezca una hebra suelta, la labor no está terminada». El experto detalla que en la composición de cada perfume se distinguen tres partes que conforman una pirámide olfativa y están determinadas por su olor y volatilidad: tope o salida, cuerpo o corazón y fondo o fijación.
El tope es el que se percibe al abrir el envase, «como la obertura de la obra musical». El cuerpo es el que contiene el mensaje principal, sus componentes son de volatilidad media y eminentemente florales o postre-frutales. El fondo es el de olores menos intensos, pero más tenaces; porta el mensaje más duradero.
Los fijadores de los perfumes no son retenedores de olor, sino los componentes menos volátiles. Pueden ser de origen vegetal, animal o sintético. Entre los primeros están las resinas y aceites esenciales como bálsamo del Perú, vetiver y sándalo. Los de origen animal son los fijadores más preciados, constituyeron el origen mismo de los perfumes, y entre ellos se cuentan el ámbar gris, el almizcle y la civeta.
Los fijadores sintéticos resultan los más empleados, debido a sus costos, y son una réplica lograda en laboratorio de las sustancias naturales. Un perfume con seis horas de permanencia sobre la piel se puede considerar bien fijado.
¿Secreto a voces?
Un buen perfume es algo así como un secreto bien guardado. Solo se le revela a quien deseamos: de cerca y en voz baja.
Ciertos perfumes resultan secretos a voces. Desde que la persona dobla la esquina, lo está anunciando. Sucede que tal vez piense que eso es lo mejor, que «así todo el mundo se entera de que yo tengo este perfume, que bien caro me costó».
Pero para gustos se han hecho colores… y olores.
La prestigiosa diseñadora de modas Coco Chanel recomendaba poner el perfume donde queremos que nos besen. Probablemente continúen siguiendo su consejo los representantes de la afamada firma francesa que lleva su nombre y que este mayo traerán a La Habana la colección Crucero.
Marilyn Monroe perfumándose con Chanel No. 5 en su habitación del Hotel Ambassador, NY. Fotografía del archivo de Michael Ochs, 1 de marzo de 1955.
De todas maneras, el aroma de los perfumes también se modifica por los olores corporales de quienes los llevan. Por eso los entendidos indican aplicarlos en las zonas más secas del cuerpo y con menor temperatura.
De ahí que los lóbulos de las orejas y las muñecas sean de los rincones del cuerpo más recomendados para perfumar, porque en ambos sitios se consigue «una mayor y más prolongada fidelidad de la nota del perfume», indica Amador.
El experto asimismo indica que si lo que se intenta es una mayor interacción con el entorno, los lugares donde aplicarlo serían los más expuestos al contacto interpersonal, como manos, muñecas, mejillas, y cabello, en el caso de las mujeres; y para los hombres, barbas y bigotes.
No es verdad que los perfumes manchen la piel, recuérdese que existen protectores solares perfumados. Pero en el caso de aquellos con carácter cítrico, que incluyen aceites esenciales como el de bergamota, por ejemplo, sí pueden manchar la epidermis al interactuar con la luz solar intensa.
En el Centro Histórico de La Habana, la Casa Cubana del Perfume puede elaborar esencias personalizadas.
Y, lo más importante —lo indica el autor del libro ya citado y seguramente lo suscriben todos aquellos que han sido víctimas de cierta fatal combinación: el perfume no es para ocultar malos olores corporales, sino para complementar la higiene y hacer más agradable nuestra existencia y la de quienes nos rodean.
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