No cuesta tanto ser feliz
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La felicidad no es solo un estado de ánimo, es una actitud ante la vida. La felicidad es algo que se elige. No existe una fórmula para ser feliz porque las ambiciones y anhelos de cada cual son diferentes.
Muchos creen que poseer objetos, propiedades, autos, joyas es sinónimo de felicidad. Pero si así fuera, por qué entonces leemos noticias sobre gente rica y hasta famosa en el mundo que se suicida, mueren victimas de sobredosis o no logran vivir en armonía con los demás.
No existe un librito con la receta instantánea de la felicidad.
Quizás lo primero sea tener conciencia de quiénes somos, saber lo que nos gusta y lo que nos molesta, lo que nos pone alegres, y sobre todo valorar lo que ya poseemos, para construir un entorno feliz y defenderlo por encima de cualquier carencia.
Soy afortunada, y lo soy porque quiero serlo. Tengo la mejor familia del mundo, conozco el amor, lo disfruto cada día, me siento orgullosa de mis amigos y ellos de mí. Eso me reconforta sobremanera. Tengo salud, una profesión y un buen trabajo. No tengo todas las cosas materiales que quisiera, pero agradezco cada día las que poseo y esto me hace sentir bien. Para mí todo esto son tesoros.
Hay quienes tienen mucho más y no son felices. Es como si se propusieran ir por el camino de la tristeza y la inconformidad. Una vez escuché decir “no compres objetos, compra experiencias”. Al cabo de los días leí lo siguiente en el muro de Facebook de alguien a quien quiero mucho: “Collect moments, not things”. Nunca he podido olvidar estas palabras. Desde que las escuché se han convertido en mi máxima.
Hacer viajes es parte de la felicidad, pero… ¿y el dinero?
Sin tener toda la logística, que a los cubanos nos gusta tomar por justificación, he hecho casi todo lo que he querido. Sin dinero me he bañado con delfines, subí el Pico Turquino, vi los amaneceres y atardeceres más bellos desde los dos extremos de mi isla de Cuba, la cual he recorrido casi completa. Buceé junto a cientos de peces justo en el momento en que estaban desovando, un fenómeno que ni siquiera los buzos profesionales pueden presenciar a menudo.
Conozco el rostro de las tortugas cuando están poniendo sus huevos. Dormí dos noches a la orilla del mar en Varadero, a pesar de que las autoridades decían que éramos posibles emigrantes y aun así logramos irnos sin una multa. Me bañé en las cascadas más increíbles y heladas de las montañas cubanas y cada vez que esos recuerdos vienen a mi mente el placer se multiplica como si lo estuviera viviendo nuevamente.
O sea que la cosa no es cuestión de dinero sino de actitud. Ninguno de esos sueños los hice realidad teniendo mucho dinero, muy por el contrario. De hecho casi todas esas experiencias las he vivido gracias a las amistades que he cultivado.
La cuestión es que el concepto de diversión es tan variable como número de personas en el mundo. Las justificaciones, sobre todo las relativas al dinero, no deben cerrarnos las puertas a lo novedoso, a la experimentación. La curiosidad y la imaginación muchas veces nos guían hacia la felicidad.
Lidiar con la vida, inteligencia emocional
La sicóloga Yoselín Caballero comenta a CubaSí sobre los aprietos en que nos pone la vida y que aun así no nos separan de nuestro estado de felicidad.
“Durante nuestra existencia pasamos por muchos momentos desagradables, pero eso no quiere decir que uno pierde la felicidad. En realidad, mientras afrontamos una determinada situación difícil, uno no se siente contento, es raro experimentar la alegría. Pero el hecho de saber reconocer las demás cosas que tenemos a favor puede ser muy productivo. El espíritu positivo de la gente es fundamental para salir adelante en estos casos, porque no se trata de ser conformistas sino de comprender y asimilar esa circunstancia.”
Por ejemplo, la pérdida (sea material o de un ser querido) supone siempre un cuestionamiento sobre la felicidad, explica la sicóloga. “Las pérdidas no se reponen con nada, no es que uno las olvide o dejen de doler con el tiempo, nosotros mismos podemos decidir hacia dónde (re)orientar la felicidad mientras establecemos nuestras propias prioridades.”
A veces sufrimos “malas rachas”, continúa Yoselín, y uno se pregunta “cómo es posible soportar tanto porque tal parece que todo viene junto, pero la inteligencia emocional es el salvavidas”.
En palabras simples la inteligencia emocional es el arte del ser humano para relacionarse con su medio, para convivir con otros individuos, para lograr metas, para existir en armonía. Esta habilidad es algo que se logra con el tiempo, con la madurez, pero también tiene mucho que ver con el carácter de cada cual.
Probablemente un niño no posea (ni necesite) saber de inteligencia emocional, pero a menudo conocemos adultos bien entrados en años que no saben de qué se trata y no consiguen lidiar con sus problemas.
Yoselín asegura que la inteligencia emocional no está reservada a matemáticos o intelectuales. No tiene que ver con el nivel de instrucción, cualquiera puede poseerla.
Ser conscientes de la felicidad
Hacer realidad los sueños, alcanzar metas en el trabajo y en la vida sentimental influye en ser feliz. Para ello hay que saber definir nuestros objetivos y tener empeño, proponernos las cosas. Los inteligentes saben aprovechar las coyunturas donde otros ven problemas. La suerte no tiene un origen divino sino que es la combinación de la oportunidad y la preparación de cada uno.
Cada etapa por la que transitamos supone distintos parámetros e intereses. “Siempre hay motivos para ser feliz”, me dice mi amiga Jesy, quien, hasta en los peores episodios de su vida se ha propuesto ser feliz y aun más, logra que a su lado, los demás también se sientan felices.
Para ella la conciencia de la felicidad tiene que ver con la inteligencia emocional, con conocernos a nosotros mismos y desmembrar nuestras emociones.
“Muchos sufren y no saben por qué. Por tanto se les hace difícil encontrar una solución ante los problemas y creen que se han alejado de un destino feliz. Para mí la felicidad la conforman los pequeños detalles. Cada cual tiene sus parámetros. Por ejemplo, despertarme cada día en un país libre, donde no hay guerras es para mí una tranquilidad. Hay quienes no lo ven de esa manera, pero yo sí lo considero importante. He ahí un motivo para ser feliz. Luego, observar a mi hijo durante el día, verlo sonreír o escuchar tres palabras nuevas que aprendió me llena de placer. Conversar con mis amigos, recibir una buena noticia, comer algo rico, esperar un atardecer…, todas esas pequeñas cosas sostienen mi felicidad”, comenta Jesy.
La rutina nos traga, por eso a veces uno es feliz y no se da cuenta porque ese algo bueno que hacemos todos los días se vuelve habitual y no lo reconocemos como “felicidad”. Sin embargo, cuando dejamos de hacerlo nos sentimos mal y nos damos cuenta de que fuimos felices y no lo sabíamos. Por eso es necesario tener conciencia de lo que nos satisface, de lo que nos hace bien y mejores personas.
“Los estados de depresión le llegan a todo el mundo, pero uno elige cuánto alargar o acortar esa tristeza”, señala Jesy. “La gente negativa siempre tendrá motivos para ser infeliz; se quejan aunque tengan de todo y se frustran fácilmente por cómo ellos creen que los ve la sociedad.”
El amor…
No existe un concepto universal de la felicidad. Wikipedia dice que el término viene del latín felicitas, a su vez de felix, "fértil, fecundo, vivo, animado", "colmado de suerte o fortuna").
La fortuna tiene el significado que nosotros queramos darle. Cada cual es dueño de su vida y la felicidad es responsabilidad nuestra no de nadie más, dejemos de echarle las culpas a alguien o a algo, a los jefes, a los vecinos, a la falta de dinero, a la pareja…
Para algunos la felicidad puede estar en amanecer cada día, en el perfume de las flores, en escuchar la música favorita, en estudiar, trabajar en lo que les gusta, leer, en descubrir y aprender cosas nuevas, en rodearse de amigos. Y aunque parezca increíble, para ciertos individuos la felicidad se refleja en la soledad, prefieren una vida ermitaña. Bueno, para gustos los colores.
Sí creo que debemos sentirnos felices con nosotros mismos, luego estaremos listos para compartir esa felicidad, aunque muchas personas aseguran haber llegado a ese punto máximo solo cuando han encontrado el amor ideal. Pero, ¿eso quiere decir que si ese amor se acaba por cualquier motivo, entonces dejaremos de ser felices? Buena pregunta para los sicólogos.
Yo creo que no podemos esperar por la “pareja ideal” para declararnos felices. Creo que amarnos sin narcisismo; darnos gustos sin egoísmos; aprender de nuestros errores y logros sin autosuficiencia nos hace ser más felices. Cuando esa persona ideal (pueden ser varias, una nunca sabe) llegue a nuestras vidas seremos una mejor esposa o esposo, más maduros, mejores seres humanos.
¿Nos alcanza el tiempo para ser felices?
La rutina, la vida doméstica, las ataduras… nos hacen posponer cosas. Claro que siempre quedará algo por hacer cuando dejamos esta vida, la perfección no existe, pero en nuestra imperfección podemos encontrar tanta belleza y sabiduría. Aprovechémosla.
Esos plazos traicioneros- como dice la canción- no hacen más que alejarnos de nuestros sueños. No esperemos a mañana. Hagamos hoy todo lo que se pueda, al día siguiente continuamos. El recorrido es también parte de la felicidad.
No supeditemos sentimientos a circunstancias. A menudo escuchamos: “Cuando me gradúe haré tal cosa”; “Cuando comience a trabajar y gane mi dinero haré tal otra cosa”; “Cuando tenga una casa propia podré lograr esto otro”; “Cuando me case y tenga hijos, entonces…”; “Cuando los niños crezcan por fin tendré tiempo de…”; “Cuando me jubile sí podré aprovechar el tiempo libre”… Y así, la lista de barreras la multiplicamos nosotros mismos, posponiendo sueños y momentos memorables, solo porque es más fácil decir “Ahora no puedo porque…”.
Pero el tiempo es implacable como dice Pablo Milanés, por eso, no pensemos en el momento adecuado siempre, no calculemos tanto, no busquemos las condiciones perfectas. Hagamos ya realidad nuestros sueños. Construyamos nuestra felicidad. No hace falta una fórmula para ello y tampoco cuesta tanto.
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