Un día, un nombre: Mijaín “el imprescindible”
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Cualquier medalla podía faltar en la delegación cubana que compite en Toronto. Cualquier título previsto puede caerse por la naturaleza imprevista del deporte. Cualquiera resbala y cae, diría el refrán. Cualquiera que no sea el luchador Mijaín López, “el imprescindible” de Cuba en citas multideportivas desde hace varios años, el cuatro veces campeón panamericano desde este 16 de julio.
En cada salida al colchón su confianza en la victoria aplasta al rival, sea venezolano, estadounidense o chileno, a la postre lo mejor del continente en este momento detrás, pero muy detrás del pinareño. Y ahí está la diferencia, Mijaín es un súper dotado para esta disciplina no solo por su corpulencia, sino también por una impecable técnica que traducida al común aficionado puede significar: “nadie se le resiste, a todos los voltea”.
Sin embargo, esta vez su triunfo volvía a tener la particularidad de ser un compromiso con la bandera que recibió en Cuba y portó con una mano —cual fuerza total—, en el estadio Rogers Centre el día inaugural. Así viene ocurriendo desde los Juegos Olímpicos del 2008 y nunca, nunca ha fallado, como si fuera la ecuación perfecta: abanderado es igual a monarca seguro.
Otra vez cuando bajó con su oro los reporteros salieron corriendo a preguntarle por ese cuarto oro, que lo iguala a dos compañeros suyos en las memorias de estos certámenes: Héctor Milián y Juan Luis Marén, también del estilo grecorromano y ejemplos para el que, sin discusión, es el mejor luchador de Cuba y de América en el siglo XXI, sin entrar en comparaciones con épocas pasadas.
“No me gusta abusar de mi forma de luchar”, expresó con la caballerosidad que pocas veces se escucha en el deporte, y menos en estos tiempos. Pero Mijaín es también eso, un ganador que no humilla, un campeón que apenas suda, un luchador que sonríe siempre; un cubano anclado a su terruño pinareño y a esa familia humilde que sigue trabajando en el campo y aportó también años atrás un boxeador bronce olímpico.
El papel en blanco exige ahora más descripción o narración de lo ocurrido en sus tres peleas en Toronto, pero el cronista prefiere volver a la esencia, a lo invisible de una corona, a la oportunidad inmensa de contar con deportistas que impresionan por su humildad, sencillez y autenticidad, tanto o más que por su palmarés de medallas mundiales, olímpicas, continentales o regionales.
Hace solo unos años, cuando pensó en retirarse y se fue Pinar del Río adentro, a su Taco Taco natal, Mijaín confesó que volvía allí, con sus padres, hermanos, vecinos y amigos, porque era una parte imprescindible de la felicidad que no le podía faltar para vivir. ¿Cuánto de imprescindible ha sido él también para la felicidad de un pueblo, de un país, amante del deporte y de sus ídolos?
Queda poco más de un año para verlo regresar a Río de Janeiro —allí obtuvo su segundo oro panamericano— en busca de la tercera diadema olímpica, algo mítico para cualquier ser humano. Mijaín ni siquiera anda preocupado. Está consciente de que estar cerca nuevamente del Olimpo es solo la posibilidad de formar parte de una historia escrita siempre para recordar con alegría y emoción.
La crónica acaba y muchos pensarán que exagero por volver al inicio. Cualquier medalla podía faltar en la delegación de Toronto, cualquier título previsto era posible que se cayera. Cualquier que no sea el del luchador Mijaín López, “el imprescindible” de Cuba.
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