Realismo latinoamericano
especiales
No se necesita ser científico para asumir las evidencias acerca de que la historia humana es una sucesión de formaciones sociales cada una más avanzada que la anterior. A escala global y en grandes períodos de tiempo, la tendencia general hacía el progreso no ha sido nunca desmentida.
No obstante, durante la mayor parte de la existencia humana, el pensamiento social marchó a la zaga como una especie de reflejo de la realidad que se limitaba a registrar los hechos y los cambios de mayor significación en la vida social, creando anales históricos, reflexionando sobre los acontecimientos, extrayendo conclusiones y sobre todo acumulando sabiduría.
A partir del siglo XVIII la acumulación de conocimientos y capacidades conque la especie humana se dotó a sí misma dio lugar a un cambio extraordinario cuando con la ilustración, el liberalismo, el marxismo se invirtió la ecuación y las ideas políticas y económicas comenzaron a preceder los procesos civilizatorios, a orientarlos y a conducirlos. Desde entonces, los hombres y las mujeres, sobre todo en las sociedades más avanzadas estuvieron en condiciones de elegir cómo querían vivir y diseñar su entorno social.
La idea de la democracia precedió a las instituciones y las prácticas democráticas y la aspiración de libertad ciudadana al Estado del Derecho. Como parte de un proceso dialéctico excepcionalmente complejo, el liberalismo creó al capitalismo y el marxismo aportó las bases del socialismo. “La historia diría — Marx — comenzó a escribirse con arreglo a pautas situadas fuera de ellas”.
Aquel trascendental ajuste cultural comparable con el movimiento de las placas tectónicas que forman la tierra, provocó enormes cambios no solo epistemológicos sino también políticos, sociales e ideológicos, como resultado de los cuales en los últimos 200 años aparecieron las ciencias sociales, que a partir de criterios científicos, no solo intentaron explicar el pasado sino que anticipaban el porvenir dando lugar a planteamientos tan atrevidos como el de aspirar a construir una nueva sociedad.
En la historia, el socialismo fue primero un conjunto de nobles aspiraciones expuestas de un modo utópico que luego, conceptualizadas con criterios científicos dieron lugar a desarrollos teóricos entre los cuales figura el marxismo, que abrazado por la intelectualidad avanzada y el movimiento obrero del siglo XIX europeo, sirvió de inspiración y sostén teórico a algunas de las grandes corrientes políticas de la contemporaneidad.
A mediados del siglo XIX al liberalismo que había servido de base a las revoluciones de Norteamérica y Francia, se sumaron el marxismo, que a partir del llamado Materialismo Histórico realizó una crítica del capitalismo salvaje que dio lugar al comunismo y a la socialdemocracia; por su parte, la democracia cristiana se inspiró en el humanismo cristiano y en la Doctrina Social de la Iglesia.
Esas fueron las grandes corrientes políticas que junto al liberalismo matizaron los últimos cien años y se expresaron en tres grandes procesos históricos: la evolución de los Estados Unidos, la Revolución Bolchevique y la formación y desarrollo de la Unión Soviética y el campo socialista, que en conjunto formaron un vasto proyecto político y por último, en el occidente de Europa, a la socialdemocracia y sus proyectos de reformas, el más avanzado constituido por los llamados estados de bienestar.
Aunque por razones distintas, las ideas que alumbraron esas corrientes políticas y los modelos sociales edificados a partir de ellas han perdido vigencia y capacidad de convocatoria y en muchos sentidos han dejado de ser viables como instrumentos de consenso social. Por primera vez en tres siglos las vanguardias políticas y las fuerzas sociales avanzadas se encuentran sin paradigmas ideológicos y sin referentes teóricos.
La buena noticia es que en América Latina donde debido a las prácticas coloniales, al imperialismo y las oligarquías nativas las tareas del desarrollo económico y el progreso general se retrasaron considerablemente, las vanguardias políticas de hoy operan con criterios sociales más que con arreglo a preceptos doctrinarios que en lugar de favorecerlas, les estorban.
Según Ignacio Ramonet, eminente politólogo ligado al desarrollo de los movimientos sociales, los gobiernos de la izquierda latinoamericana de hoy, sin proclamarlo, desempeñan el papel que en los años cincuenta cumplieron los viejos partidos socialdemócratas en Europa, donde inspirados por una mezcla de liberalismo, democracias, marxismo y presencia estatal, edificaron los estados de bienestar.
Se trata, a mi juicio de un realismo pertinente que entre otras cosas omite los compromisos doctrinarios en función de una práctica social capaz de servir de base a nuevos consensos. Entre las más relevantes figuras del momento latinoamericano hay exguerrilleros, exmilitares, un obispo católico que colgó los hábitos, una universitaria contestataria, en El Salvador gobierna un periodista comprometido con los exguerrilleros y el de Guatemala un ex militar, acusado de represor; todos tienen en común el haber sido electos en las urnas.
En la América Latina de hoy se despliega un proceso político socialmente revolucionario de cara al cual declararse marxista o liberal es irrelevante y en cualquier caso no ofrece garantía alguna.
Tal vez las aguas retornen a su nivel y desde la cultura y la práctica, se actualizaran las antiguas o surjan nuevas doctrinas o quizás se prescinda de ellas en beneficio de otras realizaciones culturales más avanzadas, pero por ahora lo importante es el compromiso con las mayorías, la capacidad para promover el progreso, principalmente el bienestar económico y las transformaciones sociales que sean capaces de realizar las vanguardias a la cuales: “Por sus obras juzgarán”. Allá nos vemos.
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