ESTRENOS DE CINE: Lucy
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La filmografía del director francés Luc Besson cuenta con cintas que gozan de la categoría de película de culto. Obras que oscilan entre el thriller, la ciencia ficción y la fantasía, como es el caso de El gran azul (1988), Nikita, dura de matar (1990), León, el profesional (1994), El quinto elemento (1997) y Arthur y los Minimoys (2005).
Lucy, su última realización, del año 2014, recupera el espíritu de heroína que tanto Luc Besson había explotado previamente para contarnos la historia de una atractiva joven que se ve obligada a trabajar de mula para un narcotraficante asiático. Cuando recibe un golpe en su abdomen, la bolsa con los estupefacientes que lleva en su vientre se rompe y su sistema los absorbe.
Estas drogas le otorgan una serie de poderes sobrehumanos tales como la telequinesia, la habilidad de absorber el conocimiento de forma instantánea y una velocidad espectacular; poderes que, inevitablemente, cambiarán su vida para siempre, convirtiendo a la joven Lucy (Scarlett Johansson) en una máquina de matar. Un fundamento un tanto cuestionable, pero que deviene premisa del filme.
Por suerte para el espectador, la actuación comprometida de Johansson, personaje que pasa –siempre en primeros planos- de una vulnerabilidad absoluta al control máximo, y la del grandísimo Morgan Freeman, que también participa en el filme, hacen que haya instantes en los que se olvide ese inverosímil planteamiento del relato.
En Lucy Luc Besson plantea con sutileza cierto fundamento lectivo, ciertas ansias de generar un diálogo postrero sobre la evolución humana intelectual (¿es casual que el ser más inteligente del Universo sea una mujer?). Coquetea con explicaciones filosóficas y paralelismos de magnitud antropológica.
Pero solo es coqueteo. Aunque pueda atribuírsele cierta perspectiva de género, y haya alegorías a la naturaleza y a su proceso evolutivo, Lucy no es una película con ínfulas intelectuales, sino una salvaje, donde los análisis eruditos sirven como punto de apoyo para acelerar la trama.
Y es que, pese los planos de la más genuina naturaleza que se contraponen –en interactiva edición- a la ficción que se narra, y las argumentaciones –en explícita conferencia- del personaje de Morgan Freeman, la forma de Lucy no es coherente con su contenido. En definitiva: un thriller de acción… que finge no serlo.
La película tiene dos momentos álgidos: El primero llega cuando la protagonista habla por teléfono con su madre mientras le hacen una bisección en el estómago. En primerísimo plano contemplamos al personaje de Scarlett Johansson en sus últimos (y emotivos) minutos como humana. Besson se recrea en su rostro, en su mirada perdida mientras ella detalla a su progenitora recuerdos de su más temprana infancia.
El siguiente gran cénit de Lucy es el encuentro -cara a cara- con un insospechado ancestro humano en una parada de un viaje en el tiempo y en el espacio, clímax absoluto de esta película que multiplica un buen número de referentes de ciencia ficción y al mismo tiempo se erige como un extraño mito fundacional que en última instancia nos habla de quiénes somos y, quizá, de adónde vamos.
Todos los ingredientes para hacer cine de referencia, pero Besson decide tirarlos por la borda; y cambiarlos por dilatadas persecuciones de autos por las calles de París y demás obviedades del género.
En resumen, que Lucy, la nueva cinta de Luc Besson, que con toda intención comparte nombre con esa primate que tanto ha estudiado la Antropología, es un thriller tan absurdo como veloz, de esos que apenas dejan pestañear al espectador, pero que no se deben tratar de meditar demasiado. Una cinta con sello propio que entra por la corteza cerebral como un haz de luz, y gestiona nuestras emociones durante unos frenéticos ochenta y siete minutos.
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