La Isla sentada

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La Isla sentada
Fecha de publicación: 
28 Septiembre 2014
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Imagen principal: 

                                                                                                         Estaba un hombre sentado en un taburete,
                                                                                                               su espalda toda frente a mis ojos.

                                                                                                                        José Lezama Lima (Doble Noche)

Es más, hice la prueba y le pregunté a dos o tres cómo imaginaban a aquel ser “con la cabeza llena de ríos, de montañas y de hombres” en el momento de narrar sus historias, y todos, quizás por esas trampas que hacen las asociaciones, me contestaron que sentado en un taburete. Incluso alguien con la fantasía a la mano precisó que lo veía sentado al revés, como cabalgando sobre esa peculiar silla.

Sucede que Juan Candela es Cuba y el taburete también, con independencia de que hasta los faraones se sentaran en algo que también llamaban taburete. Pero aquel del antiguo Egipto era bien distinto al nuestro, tanto como el que usaron los franceses durante el siglo XVI llamándole tabouret, un vocablo formado por analogía a partir de tambour. Y ahí sí parece que coincidimos, por aquello de “chivo que rompe tambó´… ” ya saben.

Está clarísimo que quienes escribieron la definición de ese mueble en la Wikipedia nunca en su vida se han sentado en un taburete cubano porque dicen que no tiene brazos ni respaldo y resulta “el más humilde de los asientos que se conocen, el más incómodo…” Obviamente, están hablando de la banqueta. Por suerte, unos párrafos más abajo hacen la salvedad con respecto al nuestro precisando que su “objetivo es diametralmente contrario al taburete clásico”.

Pues para nosotros, el clásico taburete es el que tuvo espacio en los bohíos del campo cubano, probablemente desde el siglo XVII, y en el que han tomado asiento desde anónimos y muy diversos pobladores de esta Isla, hasta figuras como José Martí: “... a cada momento alzo la pluma, o dejo el taburete…”, escribía en carta fechada el 28 de abril de 1895, desde el campamento de Vuelta Corta.

 

altGuajiros, de Eduardo Abela

Y ahora, como las guayaberas, o más que ellas, están otra vez de moda. Se han multiplicado en ámbitos citadinos, sobre todo con la apertura de centros gastronómicos no estatales.

Pero en las serranías cubanas nunca han dejado de ser presencia, lo mismo para paladear el buchito de café recién colado en tetera y todavía con el golpeteo del pilón entreverado en el aroma, que para dejarse caer luego de una larga jornada luchando con el arria de mulos por malos trillos.

Tan presente sigue ese mueble que aun cuando fue hace unos años cuando conversé con Juan Prieto Paneque, apicultor y carpintero fabricante de taburetes, allá entre la neblina de Buey Arriba, sus revelaciones todavía me huelen a madera recién cortada. “Se hace sobre todo con cedro y hay que cortarlo en menguante, si no es así, se llena de bicho”.

 

Al cielo en un taburete

                                                                                                                              Décima es techo de guano,
                                                                                                                              es clave, guitarra y tres.
                                                                                                                              Es taburete en dos pies...

                                                                                                                                     Mirta Aguirre (Décima)

Recuerdo a Prieto Paneque alentando entre aquel lomerío y mirando limpio a los ojos al asegurar que “el taburete es de los muebles que más dura. Uno que usaba mi abuelo tiene más de ochenta años”.

Fabrica esos muebles desde que tenía 13 años y tenía 45 cuando dialogamos. Aprendió a hacerlos mirando a los otros carpinteros, “¡y de los 13 para acá cuántos taburetes no habré hecho!”.

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“El secreto está en su construcción. Se hacen sobre todo con cedro, que hay que cortar en menguante, si no se llena de bicho. Para que no se despegue la clave está en la cuña y en la cola que uno usa. Duran tanto porque las piezas son más dobles, más fuertes.

“El cuero se compra verde en el matadero y se curte. Lo usual es echarle ceniza de madera y ponerlo al sol. Sal no, esa es para curtir piel para zapatos y carteras.

“Tiene que estar al sol 3 o 4 días, cuidándolo mucho. Hago un cuadro de madera, lo pongo al sol y lo guardo por la noche, no le puede caer agua, lluvia ni sereno, y hay que echarle ceniza todos los días.

“Cuando llega el tercer día ya está tieso. Entonces empiezo a forrar. Lo pongo en el agua y lo corto a la medida del taburete. La piel de los añojos más nuevos es mejor, la de toro no sirve, tiene que ser de animales nuevos. Si es de un toro, debe tener por debajo de los 3 o 4 años, añojo de vaca o de toro. Mientras más viejo, más gruesa la piel y cuando empieza a secarse ya clavado en la madera, se lleva las tachuelas.

“Si no hay tachuelas, se hacen grampas de alambre para usarlas como puntilla. Y la cola se prepara del mismo cuero: se coge el retazo que sobra, se hierve y se le echa naranja agria. Queda como un turrón y cuando va a utilizarse, se derrite al baño de María. Eso sirve para pegar cualquier cosa.

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“Es en el acople, el ajuste, donde está el secreto del taburete, tiene que apretarse con un sargento. Al final, el acabado se le da con sinfín, con lija.

“De cientos de taburetes que uno hace, es posible que se despegue uno, eso le pasa al mejor. Pero usted puede estar segura de que no hay quien se caiga al piso de un taburete hecho por mí”.

Por eso los guajiros de Abela siguen sentados en sus taburetes, y con certeza subirán al cielo cómodamente reclinados en esos asientos. Quizás los haya fabricado un antecesor de Juan Prieto.

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Comentarios

Muy hermoso y cubano

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