El español que hablamos
especiales

Si nos salimos de los medios, de la literatura y otros entornos afines que no quiero llamar eruditos, pero sí de necesario lenguaje cuidado, nos percatamos del progresivo deterioro de nuestro idioma. En la calle se habla un español menos que elemental, tan pobre y perezoso, que da pena.
Y, por supuesto, no podemos pretender que en su uso coloquial se usen palabras rimbombantes o que al furor de un desencuentro no se empleen otras soeces porque con la justificación de las emociones —dicen y discrepo— no hay maneras distintas de reaccionar y sostener una discusión.
Desde el laboratorio social que tengo montado en el portal de mi casa en Buena Vista, Playa, creo tener suficiente material y una muestra representativa de lo que luego, andando otros lugares, compruebo repetido.
El fenómeno trasciende barrios y se expande sobre generaciones de individuos a quienes no les interesa si pronuncian o conjugan mal un término, si utilizan uno desconociendo su significado, si inventan otros o repiten lo que está de “moda” aunque no tenga sentido, o si tienen el vocabulario tan escaso como el de un niño que aun no termina la enseñanza primaria.
El resultado es un discurso disparatado, y lo peor es que así se entienden los unos y los otros, y que esta distorsión del idioma encuentra soporte en contenidos que circulan de dispositivo en dispositivo y de boca en boca, como en la música —si puede llamarse así a lo que escucho en esas motos que a todo volumen gritan frases que me alarman y avergüenzan.
¿Por qué no se pone de moda hablar bonito y bien, aprender más palabras? ¿Qué iniciativas estarán tomando las autoridades y el sistema de educación ante este declive precipitado?
El idioma es instrucción más allá de civismo y buenos modales, tienen puntos donde se tocan, pero no necesariamente depende uno de los otros. Durante muchos años lo aprendemos y perfeccionamos. Lo enriquecemos en todas partes de nuestras vidas, al inicio más en la casa y en la escuela.
Son los maestros los principales responsables de nuestra formación lingüística. Sin embargo, en este sentido no puedo asegurar qué ocurre ni en qué momento de su desarrollo se tuerce el aprendizaje e inicia la involución porque responde a un proceso multifactorial. Ya sabemos que la prioridad en el aula es ejercitar lectura y escritura, pero lo común es que el habla se mantiene básico, más que bajo, macarrónico.
Lo vulgar gana espacio con mucha fuerza, predomina y se impone en todos los escenarios, y lo contrario es visto con recelo por unos, como si fuera una payasada expresarse correcto. Mientras que otros lo reciben con admiración, reconocen el buen léxico y no lo rechazan, pero no consiguen emularlo. No les interesa.
Claro que no podemos aspirar a que en la calle se escuchen peroratas académicas, eso más que anacrónico es imposible. Pero existen normas elementales que deberíamos aprender desde la primaria y que tienen que ver con crear, al menos, oraciones simples bien estructuradas para favorecer la comunicación.
La deformación del lenguaje es un asunto lento y progresivo que asocio con una educación deficiente desde niveles tempranos acompañada de una pujante tendencia cultural y popular. Considero que las primeras enseñanzas están fallando en su misión y que es, justo allí, donde es necesario imponer políticas para reforzar el estudio y el buen empleo del idioma español, de estimularlo desde iniciativas que sean atractivas y aguanten la atención a través del uso de los canales que más se acerquen a sus públicos.
En su uso social, la construcción del lenguaje se nutre del dinamismo contextual y sus interacciones, importa la necesidad de entendimiento, pero pesa mucho lo coloquial, la resignificación de términos que colonizan la comunicación, así como las expresiones hechas que a veces desde afuera no entendemos ni con el apoyo de códigos no lingüísticos como el extraverbal. Todo esto provoca fragmentaciones.
El español que se habla en Cuba es muy peculiar, y, además, se encuentra matizado por distintas realidades. Es evidente la merma de su riqueza, por eso, en el Día Internacional de nuestro idioma queremos recordar el valor del buen hablar, de hacerlo decente e inteligible.
De acuerdo con la Organización de Naciones Unidas (ONU) el español es la segunda lengua más utilizada en el mundo según el número de hablantes nativos, con aproximadamente 500 millones de personas. Además, es el tercer idioma más usado en Internet, el segundo en grandes plataformas digitales y el cuarto más estudiado. Es idioma oficial en más de 20 países de América, Europa y África, y se estima que para el año 2050 serán más de 700 millones los hispanohablantes.
Cada 23 de abril se celebra el Día Internacional del Idioma Español en honor al genio de las letras, Miguel de Cervantes Saavedra (España, 1547-1616).
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