Una Giselle para siempre (+ FOTOS)
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El 2 de noviembre de 1943 nació uno de los grandes mitos de la danza del siglo XX: la Giselle de Alicia Alonso. Para muchos, la bailarina cubana encarnó el más depurado espíritu romántico. El Museo Nacional de la Danza recorre en una exposición el itinerario de Alonso en ese rol.
Años antes nadie lo hubiera soñado. Que una cubana encarnara con tanta gloria el más exquisito y famoso de los roles del ballet romántico parecía una quimera en la primera mitad del siglo XX. Pero Alicia Alonso era un misterio, un extrañamiento cósmico, una refutación danzante. En una isla marcada por ritmos de sensual tropicalismo, de raíces africanas e ibéricas, de mitos de un panteón en el nuevo mundo… no era muy probable que calara una leyenda centroeuropea. Claro que desde el XIX conocíamos Giselle, compañías llegadas desde Europa la bailaron en los teatros habaneros. Pero otra cosa es que la asumiéramos, que la hiciéramos nuestra. Es más, era poco viable que el ballet fuera por estos lares algo más que entretenimiento de señoritas ricas. Pero estaba Alicia.
No contaremos la odisea de los tres Alonso —Alberto, Fernando y su esposa Alicia— en pos de fundar un ballet nacional, de crear compañía y escuela. De eso se ha hablado mucho. Diremos solamente que en los Estados Unidos el sueño fue tomando cuerpo. En los salones de ensayo y los escenarios de ese país Alicia Alonso fue modelando su muy particular manera de bailar. Tenía un talento extraordinario, solo necesitaba pulir su técnica, incorporar repertorio, bailar… Bailar, bailar y bailar. En esos últimos años de los treinta y los primeros de los cuarenta, la bailarina cubana absorbía como una esponja, se nutría de sus maestros.
No fue fácil. El camino por momentos pareció lleno de espinas. Un accidente afectó la visión de Alicia. La recuperación fue ardua, penosa. Cuando se escribe de la grandeza de Alicia Alonso habrá que destacar sobre todo la fuerza extraordinaria de su voluntad. Los médicos recomendaban que no bailara más. Pero para Alicia el ballet era la vida, sin implicaciones de frase hecha. Bailaré, aunque quede ciega. La vida le pasó su cuenta, con los años: muchas veces debió subir al escenario guiada solo por tenues resplandores. Pero cómo no agradecer su atrevimiento, si hubiera sido la paciente temerosa es muy posible que la historia grande del ballet cubano hubiera quedado trunca. Ya en el American Ballet, Alicia soñaba con bailar Giselle. Tuvo una oportunidad de oro: Alicia Markova enfermó y por no cancelar la función preguntaron quién se atrevería a sustituirla. (Los conocedores de la historia del ballet saben el gran reto que significaba sustituir a Markova, una Giselle mítica). Solo Alicia dio el paso al frente. Se sabía el ballet completo, de verlo bailar desde las filas del cuerpo de baile.
Bastaron cinco ensayos con Anton Dolin para que estuviera lista. Toda una proeza, si se tiene en cuenta de que mientras lo montaba debía seguir bailando todo el repertorio de funciones que tenía comprometidas. Alicia trabajó tanto que se cuenta que sus pies terminaban ensangrentados. (Aprendices de bailarines que se quejan por un mero dolor, mírense en ese espejo). Llego el día, el 2 de noviembre de 1943. Hay que imaginar el contexto: el público esperaba a otra bailarina. Algo muy grande debió haber pasado en esa sala, los balletómanos se postraron ante la audaz interpretación de la joven cubana, muchos clamaron que había nacido una gran Giselle, una Giselle que le otorgaría al rol una dimensión nueva. Una Giselle para siempre.
Se trenzan muchas leyendas. Dicen que Alicia Markova le envió a Alicia una de sus coronas para el segundo acto. Úsala, me ha dado mucha suerte. Se ha querido ver allí la magnanimidad de una estrella consolidada frente a una promesa rutilante. Bueno, así suena más bonito. Aunque no pocos aseguran que esa corona más que suerte le trajo problemas a la Markova; Anton Dolin cuando lo supo le advirtió a Alicia que no la usara, porque el velo siempre se enredaba en el adorno. En los entretelones del ballet hay de todo, la historia no contada llenaría tremebundos tomos. Pero lo que importa, lo que nos importa ahora mismo, es la estela de Alicia Alonso en un rol que hizo suyo durante medio siglo.
Algunos creen que con ese debut se le abrieron las puertas de Giselle a Alicia y lo cierto es que tuvo que esperar para volver a bailarlo. Pero ya a finales de los años cuarenta, cuando era considerada una de las mejores bailarinas del mundo —primerísima bailarina del American Ballet— su interpretación de la joven aldeana entusiasmaba a públicos y críticos de América y Europa. Y era el comienzo. Alicia se volcó a desentrañar las más sutiles esencias del personaje, en un estudio minucioso de las particularidades técnicas de un estilo. Con los años nacería su propia versión coreográfica del ballet, que es la que ahora defiende —con éxito clamoroso— el Ballet Nacional de Cuba.
Alicia actualizó dramatúrgicamente la historia, sintetizó con maestría, cinceló personajes y motivaciones, limpió de impurezas y arcaísmos la línea de danza. Su reposición del clásico decimonónico es una de las mejores del mundo. Para no ir más lejos, el mismísimo Ballet de la Ópera de París, cuna de tradiciones, la incluyó en su repertorio.
Los que vieron bailar a Alicia Alonso su Giselle no pueden ser testigos imparciales. Casi todos quedaron prendados por la gracia, la diafanidad y corrección de su arte. Alicia era Giselle —aseguran. Con los años, uno ve esas grabaciones históricas y se asombra de la extraordinaria sensibilidad de la intérprete. Incluso en sus últimas apariciones, cuando ya era una bailarina madura, alcanza el milagro de la atemporalidad. Uno no ve a una bailarina veterana, uno ve a la jovencísima aldeana. Alicia era una verdad.
Si el tiempo se desdibujara y Alicia Alonso irrumpiera ahora bailando su Giselle como hacía en sus años de gloria, todo el mundo aplaudiría entusiasmado. Ojo: cuando uno aprecia bailarinas de esa época, casi siempre nota la marca superada de la técnica. Alicia bailaba como se baila hoy. Nos atreveríamos a asegurar: como se bailará siempre.
El Museo Nacional de la Danza (Línea y G, Vedado) recuerda los setenta años de ese debut escénico con una exposición que recorre el extraordinario itinerario creativo de Alicia Alonso en Giselle. Fotografías, vestuario, programas de mano, carteles, documentos, manuscritos, reseñas, grabaciones… intentan contar una historia que evidentemente trasciende esas paredes. Las piezas expuestas, pertenecientes a la colección del Museo, pueden ser asideros físicos. Pero el revuelo pirotécnico del hacer de Alicia-Giselle ya va más allá de los meros testimonios. Ya es materia soñada.
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