Cuando pienso en Donald Trump pienso, en primer lugar, en dos de sus obsesiones: los migrantes y la economía. De su anterior mandato aprendimos que no por no resueltas dejaba de lado sus ideas fijas, que son, en definitiva, parte de su carta blanca a la presidencia de su país. Sí, porque desde el minuto cero prometió limpiar Estados Unidos de la gente indocumentada, cuyo saco es sin fondo, y hacer crecer la fortuna nacional.

Sin embargo, estamos hablando de una nación compuesta y sustentada, en gran medida y en ciertos sectores, por mano de obra extranjera porque es barata, porque el migrante irregular, hasta el regular recién llegado, necesita trabajar en lo que sea para sostener familias aunque eso signifique explotación: exceso de trabajo, maltrato, pocas garantías laborales y demás.

Entonces, vuelve Trump a prometer crecimiento y limpieza. Y no está mal. Tener productividad y riqueza le viene bien a todos, y controlar quién entra al territorio, pues también. No obstante, suena idílico y no lo es. Ya vimos cómo su postura se repetía de forma radical por todas partes. Proliferó la xenofobia. Y reiteramos, es una nación compuesta por migrantes, no desde ahora, desde hace siglos atrás cuando casi exterminaron a sus pueblos originarios.

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El mismo Trump tiene raíces foráneas —alemanas y británicas que recuerde— como es de suponer, pues mucho antecedente indígena no parece tener, al menos que pueda ser deducido por su físico. Entonces, no coincide su propia historia con su postura política, pero eso no importa porque hay migrantes buenos y migrantes malos, ¿verdad? y eso es cierto, por eso no se puede ser absoluto y que la guerra sea contra todos, que la selección no sea particularizada, y por tanto resulte injusta.

Ya no suena aquella idea del muro fronterizo con México que mucho revuelo causó en su momento. Ahora su plan es deportar masivamente a quienes considera enemigos. Pero hablamos de millones de personas que aún no cuentan con documentos legales para residir en Estados Unidos. Es cierto, eso es un problema. ¿No sería mejor regularizarlos? Claro, evaluando cada caso, no hacerlo a lo loco tampoco.

No, es más fácil amenazar y botar, incluso pasar por encima de estatus humanitarios que protegen de manera temporal a grupos de personas. Ese tampoco es el problema.

No hablemos de si es posible o no cumplir tal promesa y de lo caro que puede ser procesar a tantas personas. El asunto es el costo que tendría en la economía deshacerse de tal fuerza laboral aunque sean informales que realizan trabajos que otros no quieren hacer. Según estadísticas hay más cantidad de trabajadores extranjeros que los propios nacidos allí. Este sí sería el problema si su otra obsesión —no sé si la primera— es incrementar el capital.

Áreas como la construcción, la agricultura, la salud, incluso la ciencia y la tecnología, tienen alta presencia de migrantes documentados e indocumentados. Por tanto, de consumar su plan sin filtros, afectaría muy pronto a la banca, se quedarían con importante déficit de mano de obra y por tanto bajarían las producciones, incrementarían los precios. Es decir, dañaría directamente el Producto Interno Bruto anual estadounidense.

Su idea de declarar emergencia nacional parece desmedida salvo que actúen conscientemente, pero en realidad esta no es una palabra que se parezca a Donald Trump. Otro asunto puede ser que sí sepan el coste y hayan prometido mano dura sin mucho ánimo de cumplir. Esperemos y veamos qué acontecerá a partir de enero de 2025 cuando comience la persecución a los más de 11 millones de personas indocumentadas (estimado) que allí viven, según información divulgada por el Departamento de Seguridad Nacional.

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