España: ¿Empezar de cero?
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Desacostumbrado a escribir sobre España, no puedo más que asombrarme con la decisión de un tribunal especializado en derechos humanos que prohíbe seguir con los desahucios en la nación ibérica, luego de los desalojos que han dejado en la calle a miles de personas, dependientes de la ayuda de otros familiares con más suerte y hasta de la caridad pública, como en cualquier país subdesarrollado del Tercer Mundo.
Esta es la España de hoy, nada diferente a la de ayer, o de antes de ayer, etcétera, que casi se remonta a la época de Francisco Franco, porque la desigualdad no ha dejado de reinar ni un instante, debido a que la ausencia de normas hace que una sociedad no pueda ir muy lejos, sin descomponerse o desplomarse socialmente.
La causa principal pudiera hallarse en que durante la dictadura franquista y tras una guerra fratricida, España fue sometida por la Iglesia en lo moral, así como en lo político y social, por unas cuantas familias amparadas por el dictador.
Este poder continúa en su conjunto, porque a los herederos de las grandes familias se les unieron otros grupos arribistas que progresaron rápida e inescrupulosamente.
Ello explica en parte que gobernante tras gobernante de la España postfranquista, denominada democrática, tampoco ha traído la tranquilidad al ciudadano medio y mucho menos al de la más baja esfera, que son esa mayoría, antes silenciosa, hoy con mucho ruido, más organización, pero no la suficiente.
Y es que el ciudadano español ha utilizado su voto en esa democracia representativa como fórmula de castigo, independientemente del bando en que milite.
Así, Aznar fue electo para castigar a Felipe González, en una sucesión que llega hasta nuestros días, en que Rajoy fue el premiado, luego de los desajustes de Zapatero.
Tan insana es la época franquista como la actual, en la que la libertad de expresión se llega a confundir con el «destape», en el que las bailarinas y actrices pueden llegar a enseñar todo, con pelos y señales.
Pero, además, el robo del erario público, su reconocimiento y el poco o ningún castigo de ello, es algo que trasciende como comidilla de una prensa nada libre, sino ceñida a lo que el o los dueños determinen, siempre en un engañador juego «objetivo».
Difícil digerir a una clase gobernante divorciada de la realidad circundante, incapaz de vivir la vida de un pueblo que cada día tiene que luchar para sobrevivir, trabajar en un ambiente adverso y llevar a sus hijos a escuelas públicas carentes de suficiente ayuda.
Decía el escritor español David García Martín que le gustaría que «el Presidente del Gobierno, y el de la oposición, tuvieran que tratarse, junto a su familia, en la sanidad pública, como cualquier otro ciudadano con sus largas listas de espera para operarse; sus camas en los pasillos, donde los catéteres van y vienen enchufados a los brazos en una danza constante; o la tristeza de la enfermedad contagiándose en las largas horas que se padecen en las salas de urgencia».
Nos duele esta España tan cercana anímicamente, en lo personal por un fútbol que se ha impuesto mundialmente, las simpatías desde la niñez por el Real Madrid; sus bellezas naturales, lo campechano de su gente; pero donde la invasión neoliberal ha exacerbado la deshonestidad e incultura, debido a que todo lo que pueda convertirse en dinero ha sido exprimido por bancos, cajas mal llamadas de ahorro, políticos oportunistas, empresarios, directivos y hasta colegas del periodismo siempre al acecho.
Por eso el grupo gobernante, derechista, por supuesto, tiene como máximo objetivo privatizarlo todo y obtener el máximo de beneficio particular.
«Las siguientes generaciones valorarán la realidad que vivimos ahora de un país en manos de pícaros, de marrulleros, de tramposos y ladrones...», afirma el investigador Jaime Richard, quien propone como solución que se elimine la actual Constitución y se haga una nueva, en la que los constituyentes se sitúen intelectualmente en el mismo instante en que se liquidó la dictadura, al morir Franco.
Es decir, empezar de cero.
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