El caso del perro: EE. UU. se burla una vez más de la ONU
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La misión de Naciones Unidas que investiga si se utilizaron armas químicas en Siria, finalizó sus primeras pesquisas al respecto, y regresará nuevamente a proseguir su trabajo, en aras, dice, de una mayor precisión. El gobierno de Damasco le había entregado pruebas de que mercenarios recibieron de Arabia Saudita pertrechos al respecto, subrayó que nunca las utilizaría contra su propio pueblo y destacó lo absurdo de emplearlas cerca de la capital, en un territorio donde los opositores ya habían sido expulsados.
Previamente, el presidente Barack Obama había anunciado su decisión de realizar un ataque “limitado” contra Siria, por la supuesta posesión del arma, y ante la investigación de Naciones Unidas dijo que Estados Unidos llegaría por sí solo a una conclusión y estaría dispuesto a actuar en solitario, ante la reticencia de algunos de sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
La situación es tan peligrosa que legisladores rusos viajaron a Washington para discutir con sus pares norteamericanos el peligro que entrañaría la injustificada agresión.
En lo que atañe a la ONU, ello constituiría una burla más protagonizada por Estados Unidos, aparte del resultado de las eventuales decisiones del organismo internacional, imparciales o no (se puede esperar cualquier cosa) de sus entidades investigadoras, y al veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad para impedir el eventual ataque a la pequeña nación árabe. Así, trata de valer su papel de primera potencia militar del planeta, sin importarle que ponga al mundo al borde de la destrucción completa.
Ciertamente, los caprichos imperialistas han sido tratados de llevar a cabo con o sin permiso de la ONU, independientemente de que la haya utilizado en agresiones directas, como en Corea, y para apuntalar al Estado de Israel, entre otras muchas fechorías. Y la ha ignorado durante años, cuando el organismo vota regular y masivamente contra el injusto y criminal bloqueo que ha impuesto a Cuba.
VIENE DE ATRÁS
En la primera mitad del siglo XX los dirigentes estadounidenses proyectaron por dos veces ambiciosas instituciones de seguridad colectiva para resolver los conflictos internacionales. Pero tan pronto como quedaron concluidos, ambos proyectos se vieron saboteados, o transformados, desde dentro del propio Estados Unidos:
La propuesta de Wilson de una Sociedad de Naciones se fue a pique por la oposición republicana en el Senado, y la idea que tenía Roosevelt de las Naciones Unidas, creada en 1945, fue abortada por el gobierno demócrata de su sucesor. La Administración de Truman (quien ordenó los bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki), bajo la dirección de Dean Acheson, planteó un marco político totalmente diferente para gestionar la política mundial en la década de 1950.
Ellos sin retirarse de la ONU ni desmantelarla, porque la institución mundial y sus distintas agencias cumplían funciones demasiado útiles para que EE.UU. optara por una decisión tan radical. Quedó relegada a un papel secundario, como instrumento auxiliar de la diplomacia estadounidense.
Durante la década de 1960 la ONU era considerada en Washington como un instrumento no sólo secundario, sino incómodo, desde el momento en que las antiguas colonias europeas y otros Estados se organizaron en el Movimiento de Países No Alineados y utilizaron la Asamblea General como plataforma para airear posiciones muy distintas a las del Departamento de Estado, lo que llevó a Acheson a declarar públicamente que “las votaciones en las Naciones Unidas significan menos que nada”.
OLVIDO
La conferencia que aprobó la Carta fundacional de la ONU y la estructura de la propia organización ha quedado en gran medida olvidada en el mundo anglo-estadounidense. Si el gran triunfo de Austria en la posguerra ha sido convencer al mundo de que Hitler. era alemán y Beethoven austriaco, los conservadores estadounidenses han alcanzado un éxito similar persuadiendo a muchos de sus conciudadanos de que la ONU había sido el producto de una conspiración extranjera, pero el libro Act of Creation, de Stephen Schlesinger, recuerda con vívidos detalles que la ONU fue tan estadounidense en cuanto a su concepción y construcción como el propio San Francisco.
Al mismo tiempo, la declaración del principio de igualdad soberana de todos los Estados y su apertura a la potencial incorporación de todas las naciones, contenía el atractivo mensaje de que algún día podría incluir a representantes de los pueblos del mundo entero.
Nunca se habló por aquel entonces de la posibilidad de un gobierno mundial; la Administración de Roosevelt siempre se opuso vigorosamente a cuantos insinuaron siquiera un embrión de tal cosa. Pero su amplitud étnica ha dado siempre a la ONU una aureola de autoridad, por nebulosa que sea, que a su vez ha reforzado su papel como instrumento diplomático en zonas de conflicto armado, incipiente o desarrollado, en casi cualquier rincón del planeta.
Los protagonistas de un lado u otro han procurado siempre utilizar a la ONU como plataforma para obtener apoyo a su causa, del mismo modo que Estados Unidos ha tratado siempre la ha considerado un peón sobre el que descargar la responsabilidad de la gestión o contención de conflictos en los que no detectaba un interés estratégico inmediato. Es decir, le hace el “caso del perro”, cuando se le puede interponer en sus planes de dominación mundial.
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