INTERESANTE: Caupolicanes en La Habana
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Como esta es una ciudad de sortilegios, inédita en imágenes y conductas, sorprendente en sus angustias y felicidades, no es nada raro encontrarse por sus calles a un cubano con el televisor al hombro, o con el colchón a lomos de la bicicleta, como si fuera lo más normal del mundo.
Tan acostumbrados estamos a la singularidad, que nadie tuerce el cuello al ver pasar a tales Caupolicanes del siglo XXI, dándole el pecho a las adversidades con la misma entereza con que el valiente mapuche se enfrentó a los conquistadores españoles y sostuvo, según cuenta la leyenda, durante dos días y dos noches un pesado tronco sobre sus hombros para ser nombrado Toqui, máximo jefe militar.
Lo mismo un refrigerador sobre una carretilla, que una lata de macilla llevada entre dos mediante una pértiga, que un cake de quince haciendo malabarismos en el sillín de una bicicleta o en el asiento de un bicitaxi. No hay mejores cake que los cubanos; luego de sortear baches, curvas, pendientes y hasta lloviznas, llegan con sus merengues y muñequitos íntegros a la mesa del cumpleaños. Y qué injusticia, todos los aplausos y parabienes son para el protagonista de la fiesta; nadie da su aplauso al aguerrido pastel, que, para colmo, luego de tanta heroicidad y entereza, muere entre mordiscos.
Unos turistas hicieron detener el vehículo en que paseaban para observar con admiración al joven que trasladaba, abrazada contra su pecho, como a bebé, a una gigante pecera con pececitos y maticas incluidas. Los transeúntes se detuvieron a observar a los turistas tomando fotos, no al muchacho con su carga.
Tan inmersos estamos en el sortilegio que no lo percibimos, con todo lo de surrealista que pueda colorearlo, y también con lo hermoso que le adereza. Porque si peculiar resulta ver a un señor rodando un inmenso barril metálico calle abajo, igual lo es que se le sumen en la travesía desconocidos que quieren dar su ayuda corrigiendo el rumbo, ofreciendo creativas soluciones, para que el barril llegue a su destino y con él, la posibilidad de que una familia pueda contar con la garantía de agua almacenada.
Es la fuerza de Caupolicanes que, entre chistes, risas y exabruptos, se echan al hombro las adversidades y siguen levantando las sólidas vigas que soportan nuestras vidas, el cielo de esta Isla con sus ocasos y amaneceres.
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Sara
Marilu
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