La luminosa oscuridad de Mario García Portela (+ FOTOS)

La luminosa oscuridad de Mario García Portela (+ FOTOS)
Fecha de publicación: 
27 Diciembre 2012
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Juvenil capacidad de asombros tiene Mario García Portela a sus 70 años, maestro de maestros que en el paisaje cubano es una de las más autorizadas presencias en la actualidad del multifacético universo visual de Cuba.

   
Tierra oscura, su más reciente exposición personal, que permanecerá en exhibición todo el próximo mes de enero en la galería El reino de este mundo, de la Biblioteca Nacional José Martí,  es una prueba de su creatividad fresca y propositiva.

   
Parecía que después de Fidelio Ponce de León (1895-1949) nadie con una paleta tan sobria podía atreverse a lograr algo similar o superior, y García Portela, con un restringido repertorio de colores que apenas cubren el blanco titanio, ocres, sienas y terracotas ha sido capaz de sugerir todos los demás, incluidas las gamas intermedias.

   
Pero al artista no le bastó tal alarde de excelencias y  puso en bandolera otros muchos recursos, revolucionadores de una larga y rica trayectoria que le gana el respeto de colegas, críticos, especialistas y simples mortales amantes de lo bueno y lo bello.

   
Mario entró al bosque como a casa, renunció a follajes, horizontes y otros elementos que le hicieran fácil la perspectiva, la sensación de profundidad, y se centró en fragmentos de troncos, a modo de grandes close up, donde se las ingenió para que quien observa sienta las sensaciones de poder transitar entre sus árboles, oler las humedades umbrías, las resinas, tocar las rugosidades que el tiempo y los avatares imprimen en las cortezas.

   
Compuso nueve grandes obras, integradas por 23 piezas que pueden funcionar independientemente,  pero que en conjunto ofrecen una sólida unidad en la fragmentación y organizadas de manera poco usual.

   
No se decantó por las geometrías del cuadrado o el rectángulo a la hora de componer sus cuadros, sino que apeló a las asimetrías, en una especie de rompecabezas que estimula a reflexionar, a reconstruir, para, de algún modo simbólico, contribuir a restañar los daños que la humanidad hace a su entorno natural.
  

Todo ello en un ambiente de penumbras, en una oscuridad luminosa, que dice heredar de los grandes como Rembrandt (1606-1669) o los barrocos españoles, tamizados con su sensibilidad tropical.
   

En tal atmósfera, su sobria paleta destella y sugiere todos los demás colores en un lúdico ejercicio de interacción con quien mira, y esa agradable posibilidad de poder contribuir a crear que tanto agradece todo aquel que visita una galería.

   
Lo más asombroso es saber que Mario creó estas maravillas en el minúsculo espacio de su taller, en un apartamento de El Vedado, donde nunca tuvo la perspectiva de apreciar en toda su magnitud lo que estaba haciendo.

   
A eso súmese siete décadas de cansancio visual y la imposibilidad de subirse a andamios o escaleras para lograr sus propósitos.

   
Ni caballete in situ al aire libre para mirar en directo el panorama, ni espacio para apreciar la perspectiva, solo ese paisaje mental que ha ido construyendo a lo largo de su vida y que parecería puede crear con los ojos cerrados, activando su memoria prodigiosa.

 
Modesto, atildado y amable, pienso que Mario García Portela no está consciente de su más reciente proeza. Disfrutarla en el seno de su hermosa familia lo tiene más que merecido.

   
Los cubanos hemos de congratularnos por convivir con un hombre como este, dotado de la eterna juventud de una creación bullente y siempre tan sorprendente.

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