La ambición desangra a Sudán
especiales
Vehículos militares yacen destrozados el jueves 20 de abril de 2023, en el sur de Jartum, Sudán. (AP Foto/Marwan Ali)
La toma del cuartel general del ejército de Sudán en Jartum, la capital, por fuerzas paramilitares hizo pensar que el conflicto armado iniciado en abril pasado estaba llegando a su fin, pero nada de eso ha pasado, y los combates con armas de todo tipo, incluida la aviación, ya han causado más de 5 000 muertos, la amplia destrucción de la infraestructura civil y el éxodo de centenares de miles de personas que huyen de la guerra.
Toda gira en torno a las luchas internas entre dos grupos rivales: el ejército sudanés y un grupo paramilitar conocido como RSF, o Rapid Support Forces.
La lucha representa la más reciente crisis en la nación del norte de África, que se ha enfrentado a numerosos golpes de estado y períodos de conflictos civiles desde que se independizó en 1956.
Desde un golpe de Estado en el país en el 2021, que puso fin a un gobierno de transición establecido después de la caída de Omar al-Bashir dos años antes, Sudán ha sido dirigido por el ejército, con el líder del golpe, el general Abdel-Fattah Burhan, como gobernante de facto.
Las RSF, dirigidas por el general Mohammed Hamdan Dagalo, generalmente conocido por el nombre de Hemedti, han trabajado junto con el ejército sudanés para ayudar a mantener a las fuerzas armadas en el poder.
Tras el derrocamiento de Bashir, se suponía que la transición política daría lugar a elecciones a finales del 2023, con Burhan prometiendo una transición a un gobierno civil, pero ni éste ni Dagalo tienen intención de renunciar al poder, cuya lucha se tornó violenta el 15 de abril último, recuerda el medio norteamericano The Conversation.
¿QUÉ CÓMO FUE?
El trasfondo reciente de la violencia fue un desacuerdo sobre cómo los paramilitares de las RSF deberían incorporarse al ejército sudanés. Las tensiones estallaron después de que las RSF comenzaran a desplegar miembros por todo el país y en Jartum sin el permiso expreso del ejército.
Pero en realidad, indica EFE, la violencia se ha estado gestando durante un tiempo en Sudán, con la preocupación de que las RSF busquen controlar más activos económicos del país, en particular sus minas de oro.
Dagalo llegó al poder dentro de las RSF a principios de la década del 2000, cuando estaba al frente de la milicia conocida como Janjaweed, un grupo que se afirma responsable de atrocidades contra los derechos humanos en la región de Darfur.
Si bien el entonces presidente sudanés Bashir fue el rostro de la violencia contra las personas en Darfur, y luego fue acusado de crímenes contra la humanidad por la Corte Penal Internacional, la CPI también responsabiliza a los Janjaweed por supuestos actos de genocidio. Mientras lo hacían, Dagalo subía de rango.
Como líder de RSF, Dagalo ha enfrentado acusaciones de supervisar la sangrienta represión a demostraciones de la oposición, incluida la masacre de 120 manifestantes en el 2019.
Las acciones de Burhan, de manera similar, han visto al líder militar fuertemente criticado por grupos de derechos humanos. Como jefe del ejército en el poder y de gobierno de facto del país durante los últimos dos años, supervisó la represión de las manifestaciones opositoras.
Esto no se puede enmarcar como una cuestión de izquierda contra derecha, o sobre partidos políticos en guerra. Tampoco se trata de un conflicto georreligioso, que enfrenta a un norte mayoritariamente musulmán contra un sur cristiano. Y no es violencia racializada de la misma manera que lo fue el conflicto de Darfur, con los autoidentificados árabes Janajaweed matando a los negros”, detalla.
Hasta ahora parece una batalla entre dos hombres que están desesperados por no ser expulsados de los pasillos del poder mediante una transición a un gobierno electo.
NADA INUSUAL
Ciertamente, uno puede interpretar a ambos hombres como obstáculos para cualquier posibilidad de que Sudán haga la transición a la democracia civil, a pesar de sus deficiencias. Pero esto es ante todo una lucha de poder personal.
Sudán ha tenido más golpes que cualquier otra nación africana. Desde que se independizó del Reino Unido en 1956, ha habido golpes de estado en 1958, 1969, 1985, 1989, 2019 y 2021.
El golpe de Estado de 1989 llevó a Bashir al poder durante tres décadas durante las cuales el pueblo sudanés sufrió los típicos excesos del gobierno autocrático: policía secreta, represión de la oposición, corrupción.
Cuando Bashir fue depuesto en el 2019, se pensó que se llegaría a un gobierno civil y con cierta democracia.
Pero cualquier esperanza de que el fin de Bashir significara un gobierno democrático fue efímera. Dos años después de su derrocamiento, cuando se debían celebrar elecciones, el ejército decidió tomar el poder por sí mismo, alegando que intervenía para evitar una guerra civil.
No estamos hablando de dos hombres, o facciones, con diferencias ideológicas sobre el rumbo futuro del país. Y es que, como expresa un proverbio africano: “Cuando los elefantes pelean, es la hierba la que es pisoteada”.
SIN SOLUCIÓN A LA VISTA
No parece haber una ruta fácil hacia una solución a corto plazo, y lo que lo hace más difícil es que son dos hombres poderosos, ambos con un ejército a su disposición, luchando entre sí por el poder que ninguno parece estar dispuesto a ceder.
La preocupación es que los combates puedan escalar y desestabilizar la región, poniendo en peligro las relaciones de Sudán con sus vecinos.
Chad, que limita con Sudán al oeste, ya ha cerrado su frontera con Sudán. Mientras tanto, un par de soldados egipcios fueron capturados en el norte de Sudán mientras se producía violencia en Jartum. Etiopía, el vecino del este de Sudán, todavía se está recuperando de una guerra de dos años en la región de Tigray. Y la propagación de los disturbios en Sudán será una preocupación para quienes observan un complicado acuerdo de paz en Sudán del Sur, que se independizó de Sudán en el 2011 y desde entonces se ha visto acosado por luchas étnicas.
Añadir nuevo comentario