Geopolítica: A la espera de los bárbaros
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Lo que se pensó como un cuento de Isaac Asimov es hoy una verdad a las puertas y que podría vaticinarnos no solo una transformación, sino una desaparición tal y como ahora mismo funcionamos. Ilustración tomada de Internet.
J.d. Vance acaba de dar un discurso en Europa en el cual se refiere entrelíneas a la posición que Occidente está llamado a tomar para las próximas décadas. En su propuesta no solo existe un cuestionamiento al estado de cosas liberal, sino que se impone una reflexión de esencia: ¿estamos ante un mundo postdemocrático? Entre las nociones que se están desmontando desde hace décadas, junto a la de Estado de Bienestar del primer mundo, se hallan las de democracia, representación, libertad de expresar ideas y de compartirlas. Esas conquistas, con sus limitaciones, que emanan de las revoluciones burguesas de la modernidad, han tenido un carácter clasista o sea se permitieron siempre que no pusieran en riesgo el tema de la propiedad y sus variables dentro del marco legal burgués. Pero en el actual momento, el centro capitalista de Occidente, o sea Estados Unidos, atraviesa por un proceso de desindustrialización que es la antesala de la desdolarización del mundo. Nada, por muy avanzado que sea, puede contradecir las transformaciones en el orden macroeconómico y las implicaciones sociales hacia el interior de los países occidentales. Por ende, las nociones legales ideológicas del liberalismo, comienzan a tambalearse.
A lo que se refiere el vicepresidente de los Estados Unidos ante el foro de las naciones europeas es a la crisis profunda de valores políticos que va aparejada a la caída del poder económico del centro clásico de Occidente. No solo insiste en que cuestiones como las tradiciones judío cristianas han visto un retroceso, sino la manera misma en que se entiende el consenso y se llega a normativas legales. Ello como resultado de la inmensa porosidad de las instituciones europeas ante medidas de corte globalista que por más de una década han llevado adelante un desmonte de casi todo. ¿Podrá Occidente sobrevivir a su propia decadencia? Uno de los elementos a tener en cuenta es la influencia de Rusia, que durante los últimos años se ha transformado en un punto neurálgico en materia de combustibles, mercado, tecnologías y seguridad militar. La OTAN con sus presupuestos deprimidos a nivel europeo y el ansia norteamericana de retirarse de la organización, no representa ya una hegemonía incontestable. Occidente ha perdido la guerra de Ucrania y ello sirve de núcleo de debate para las reflexiones vertidas por Vance. No es que el vice haya entrado en un trance de luz, en el cual de pronto se enteró de todo, sino que es momento para las élites políticas de los países occidentales enfrentar su propia imagen en el espejo.
Lo que referimos con crisis del liberalismo o postliberalismo es a que existe un retardo o una deficiencia en el funcionamiento de las sociedades identificadas tradicionalmente con el capitalismo de corte occidental. Eso trae consigo la urgencia de nuevos valores que se cristalicen en instituciones y que le den a la clase dominante la fuerza necesaria para seguir ejerciendo el poder. De lo contrario viene el caos. La ruptura de los consensos en países occidentales, como se está viendo en Reino Unido y Alemania con sucesivas crisis en el poder, no es un buen síntoma de estabilidad y ello repercute en la posibilidad de los actuales líderes del mundo para seguir o no en esa posición. Porque mientras Europa cae en picada y Estados Unidos entra en una inflación de deuda extendida; los polos emergentes aprovechan cada brecha y debilidad en la construcción de una nueva hegemonía.
Para el número dos de la Casa Blanca está en peligro la democracia o sea la noción anglonorteamericana de dicho modelo. Visiones como el parlamentarismo, la separación de poderes, la posibilidad del disenso, la diversidad de ideas o la necesidad de marcos públicos para ejercer la libertad de expresión se están viendo sesgadas por posturas ideológicas contrarias y de corte totalitario. Incluso reconoce que el origen de este fenómeno son los propios Estados Unidos, donde la facción dominante con Biden había impuesto un punto de vista globalista y multicultural, progre liberal, para ejercer el poder y ello se había infiltrado en los comandos sociales. No es que el vice venga a restaurar los valores primarios de los Padres Fundadores, pero con ese discurso ha quedado en evidencia la decadencia de un imperio que no ha sido capaz de defender culturalmente los estamentos de su liderazgo y que visiblemente está yendo en una decadencia cada vez mayor. Vance quiere, de esta manera, justificar lo que su proyecto político tiene pensado para Europa: rebajar la presencia militar de Estados Unidos en la OTAN y llegar a un acuerdo de paz con Rusia, a pesar de que Ucrania pierda territorios. En parte, reconocer que se está en un orden postliberal es dar a entender que los Estados Unidos ya no lideran el mundo. Eso dicho en el lenguaje de un líder conservador como Vance, quien se está por demás autopreservando como figura presidenciable de su partido para el año 2028.
Pero al orden postliberal no le interesa asumir la caída de los poderes europeos, de hecho, lo está propiciando desde que se dio la guerra de Ucrania. Esta confrontación, que se pensaba imposible hace unas décadas, ha llevado a dos superpotencias al borde del exterminio mutuo. En parte, la incapacidad de la diplomacia occidental de evitar este quiebre es una evidencia de que no cuenta ni con la fuerza ni con la vitalidad política para ejercer presión e imponer sus condiciones. El globalismo, que depende de la red de alianzas de los Estados Unidos, está cayendo y con él el viejo orden de Yalta. No existe en este punto un choque de sistemas opuestos como en la Guerra Fría, sino una competencia por los mercados internacionales. Estados Unidos quiere la paz con Rusia para centrarse en su rivalidad con China, con quien sostiene un enfrentamiento de tipo híbrido en el cual se mezclan las tensiones militares con la tecnología y la cultura, los espacios comerciales y los aranceles. Una guerra de cuarta generación que los norteamericanos creen que pueden manejar, ya que la que existe con Rusia es tangible y Moscú dispone de una ventaja atómica imparable. Pero la guerra en el siglo XXI es conceptual y no puede darse de otra manera y las bombas no destruyen los elementos del espíritu que se están dando curso en este instante.
Por ende, el mundo postliberal es el que tiene por un lado a los Estados Unidos diciendo que Europa se debe defender sola de los rusos y que no gastará lo mismo en la OTAN, pero por otro a un Elon Musk chupando millones para un proceso de reconversión de la sociedad hacia un cambio antropológico que le dé a Occidente una victoria estratégica más allá de las armas convencionales. Hablamos aquí de la cuarta revolución industrial y el transhumanismo con las llamadas tecnologías convergentes. La batalla con China tiene a la Inteligencia Artificial como campo fundamental, ya que allí se está redefiniendo la manera en que se ejerce el poder y por ende el poder geopolítico hacia las próximas décadas. Es como cuando se estaba dirimiendo la posesión y el desarrollo de las armas atómicas durante el siglo pasado.
Si se tiene en cuenta que hoy por hoy el dólar sigue siendo la moneda corriente en el mundo y que esa ventaja estratégica constituye la base del poder de los Estados Unidos, es casi imposible pensar en eso y no caer en cuenta de que se trata de una cualidad postliberal de la estructura económica geopolítica. Mientras que los norteamericanos detentaban el mayor PIB global con diferencia con respecto a las demás naciones y desplazaron a Inglaterra luego de la segunda guerra mundial, no había discusión en torno a la moneda corriente, pero ahora mismo se trata de un universo financiero que no posee un respaldo real y que se tambalea mediante un delicado equilibrio en el cual a la propia China, no le conviene que se conmueva. Pero Estados Unidos apuesta por un caos creativo en el cual de alguna manera se den condiciones para su sostén como superpotencia. Se habla aquí de que, quizás si la Inteligencia Artificial se decanta del lado occidental y Elon Musk coloniza Marte, la diferencia con respecto a los rivales asiáticos será sustancial e insalvable y puede surgir un sistema de alianzas favorables a Washington en una nueva Pax Americana. En todo caso, nada del viejo orden liberal beneficia al proyecto norteamericano que debe demoler las estructuras de Yalta para repensar su dominio, aunque para eso sacrifique a sus aliados.
Lo que sí conserva el postliberalismo es la razón máxima de la burguesía en su desarrollo histórico, que es el crecimiento exponencial de la renta o ganancia en detrimento del desarrollo humano como tal y el carácter instrumental de la técnica. Es por eso que la Inteligencia Artificial tendría que disponer de regulaciones que vayan más allá de la lógica de mercado, si se quiere un siglo diferente. La economía basada en la cooperación y no en la competencia puede evitar que la técnica arrase el planeta y que se den las peores consideraciones distópicas en torno al propio ser humano. Pero es que el post liberalismo tal como se le refiere en el propio discurso de Vance se deshace de los estamentos de participación de la gente y cancela la limitada democracia burguesa, ya no para preservar solo a la clase política, sino porque el cambio antropológico requiere de un nuevo tipo de ser humano.
La unidad entre la tecnología y el hombre tiene como reto que habrá una porción que prevalecerá, amén de los equilibrios y de los pactos, pero se trata de una nueva guerra en la cual nos enfrentamos a lo desconocido e incluso a formas de vida posthumanas creadas a partir de entidades inteligentes artificiales. Lo que se pensó como un cuento de Isaac Asimov es hoy una verdad a las puertas y que podría vaticinarnos no solo una transformación, sino una desaparición tal y como ahora mismo funcionamos. ¿Es posible la inmortalidad?, ¿y de ser así a qué tipo de vida y de ética estamos abocados? En el debate del mundo postliberal se piensa no ya en el humano, sino en el posthumano y allí hay maneras de asumir la política que ya no pasan por los consensos necesarios en el caso de los seres de carne y hueso con materia pensante.
Todo esto, aunque no fuera dicho, estaba en el tapete en el discurso de Vance sobre las limitaciones liberales del presente en el mundo occidental. Ello explica que el mismo país que en los años 80s del siglo pasado legalizó a millones de emigrantes, ahora abogue por eliminar incluso la naturalización por derecho de nacimiento. Hay un recorte en el entendimiento liberal de las leyes que sale de la visión política de reducción del espacio y de las ganancias y de la optimización de dichos recursos para poder sostener el status quo. No hay para todos, y es evidente en este instante. El proceso es el decrecimiento que se intentó por los globalistas a nivel planetario, pero que los de la facción nacionalista industrial llevan adelante mediante la contención del tercer mundo mediante las fronteras y la imposición de aranceles y deportaciones. JM Coetzee lo dijo en su famosa novela “Esperando por los bárbaros”, que los bolsones de desarrollo se iban a cerrar y estarían como fortalezas temerosas en medio de la nada miserable, siempre a punto de caer bajo la oleada de los invasores más pobres.
Si la metáfora del orden postliberal es la distopia de Coetzee entonces habrá que estar listos para un mundo semejante al de la premodernidad con ciudades estados desarrolladas e inaccesibles y zonas de miseria extendida en las cuales se muere de pandemias, de ingobernabilidad y de falta de recursos para la vida. De alguna forma, la imposición de una agenda reductiva del nivel de los pueblos viene siendo una realidad desde las últimas décadas y los sitios de experimentos en ocasiones han sido los propios países del tercer mundo a los cuales se les impide la industrialización hipócritamente para que “no contaminen”.
El mundo postliberal, sin democracia burguesa, con crecimiento y propiedad para unos pocos y con un cambio antropológico en la condición humana a partir de la Inteligencia Artificial, parece algo distante, propio de películas, pero es el proyecto que se avizora en las frases e intenciones de una élite que desde que asomó la cabeza en el nuevo siglo dejó claras sus intenciones de preservación de privilegios. No estamos en 1945 ni en 1991, el mundo se dirige hacia un capitalismo postindustrial en el cual se lucha por las mismas estructuras de dominación y de control directo, aunque ello suponga sacrificios del tejido humano a gran escala. Se trata de una barbarie que en su imposición y confirmación tendrá que establecer los valladares que vemos en la novela de Coetzee y que mantenían a las oleadas de vasallos lejos de las riquezas. Es, también, un mundo donde el dominador se siente intimidado constantemente y en el cual el uso de la violencia estará más frecuente dadas las inexistentes poleas de consenso. Lo preocupante del postliberalismo o postglobalismo reside por tanto en la resolución al conflicto entre civilización y barbarie y en las implicaciones que ello posee hacia el interior de la especie.
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