Estados Unidos, una sociedad abigarrada entre escombros y caminos: notas para una interpretación teórica (I)
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La sociedad contemporánea, sumamente diversa y atravesada por numerosos conflictos que incluyen muy disímiles expresiones de la lucha de clases, junto a confrontaciones militares y crisis de todo tipo, reclama aproximaciones diversas en los esfuerzos analíticos por dar cuenta de tales procesos y visualizar las tendencias futuras. En el mundo actual, la globalización se desenvuelve entre conmociones y retrocesos, mostrando el neoliberalismo su capacidad mimética y resiliente, de adaptarse a los tiempos declinantes del capitalismo como sistema. El cambio climático impacta a diario en el equilibrio ecológico, poniendo en peligro la sobrevivencia misma de la humanidad. Las superpotencias se disputan la hegemonía geopolítica global y el fascismo reaparece en no pocas latitudes, exhibiendo Estados Unidos, una vez más en la historia, los alcances de su aparato de dominación doméstico e internacional, enfrascado en la reproducción de su estructura de poder mundial y control de los recursos naturales del planeta, a pesar del declive que viene experimentando desde hace cuatro décadas.
La experiencia acumulada en el terreno de los estudios sobre Estados Unidos desde la óptica de las ciencias sociales comprometidas con el pensamiento crítico, y especialmente de los realizados con enfoque marxista, recuerda constantemente la importancia de los referentes teóricos a la hora de entender los procesos mencionados. En anteriores artículos publicados por Cubasí se ha argumentado, en esa dirección, la vigencia de la teoría leninista del imperialismo y lo imprescindible de su conjugación dialéctica con contribuciones que le actualizan o complementan. Este imperativo se acrecienta cuando, como hoy, tiene lugar en ese país un proceso de elecciones presidenciales, de cuyos resultados están pendientes todos los medios de prensa, la intelectualidad y la opinión pública internacional, habida cuenta de las implicaciones internas y exteriores que se derivarán del nuevo gobierno.
Como se sabe, la contienda presidencial en Estados Unidos ha entrado en su última etapa, luego de que, en fechas muy recientes, las Convenciones Nacionales de los dos partidos electorales dejaron definidos los candidatos que rivalizarán en los comicios del próximo mes de noviembre. Como se esperaba, Donald Trump reafirmó su popularidad entre los sectores conservadores y de extrema derecha, como opción republicana, colocándose como figura que podría regresar a la Casa Blanca, si bien junto a ello se advierte un rechazo nada despreciable entre otros segmentos de la sociedad norteamericana. Por su parte, la tardía decisión del presidente Joseph Biden --de retirarse de la mencionada contienda y de que Kamala Harris le sustituyera como alternativa demócrata, apoyada con júbilo, según las encuestas, por amplias capas de la población, aunque a la vez recibiendo expresiones negativas por su condición mestiza y femenina--, completa un cuadro sociopolítico e ideológico complejo, contradictorio y cambiante, que dificulta un pronóstico objetivo. Desde que la figura de Trump apareció en la vida política norteamericana, en la campaña electoral de 2016, se ha convertido en un asunto que polariza profundamente criterios y posiciones a favor o en contra. Su discurso y su quehacer han puesto entre interrogantes al destino histórico de la nación, en los términos con los que se le conocía: la Tierra Prometida, el país del Sueño Americano. La evolución del reto que representa la competencia con una mujer no blanca, con un lenguaje y una agenda contrapuesta, será un buen indicador para evaluar y diagnosticar sobre bases factuales el derrotero de esa sociedad.
Lo más inquietante, empero, al mirar la actualidad de Estados Unidos es el visible clima conservador que desde hace varias décadas ha ido saturando el imaginario, la vida espiritual, la cultura nacional, apreciándose que las tendencias racistas y xenofóbicas permanecen, trascendiendo circunstancias de crisis o coyunturales eleccionarias. Pareciera que, con ello, la antigua tradición política liberal, encarnada en los valores fundacionales de la nación en torno a la democracia, la libertad y los derechos humanos, ha abandonado gradualmente la escena interna, cediendo espacios a concepciones y prácticas en las que el autoritarismo, la discriminación y la violencia, llegaron para quedarse. La cosecha del llamado “trumpismo” es notoria. Lo que comenzó con la llegada de Trump a la presidencia, persiste ocho años después, más allá de su manifestación cimera con el asalto al Capitolio en enero de 2021. Diversas interpretaciones difunden a diario la prensa y los estudios académicos. Algunos han hablado del “desmoronamiento” cultural de Estados Unidos, y otros, de que está en ciernes una nueva guerra civil. Así, se ha retomado una vieja frase de Abraham Lincoln, al referirse en su momento al alcance de las contradicciones internas, entre Norte y Sur, en torno al desarrollo del capitalismo industrial y la eliminación de la esclavitud. Decía: “una casa dividida, no puede sobrevivir”. Salvando distancias, la nación vive una polarización tan intensa, por su significación política, como la que llevó a la Guerra de Secesión. Es obvia la quiebra del consenso nacional que le ha sostenido desde hace casi un siglo, articulado en los años de 1930 con el Nuevo Trato (New Deal), a partir del entrelazamiento de intereses entre sectores que conformaban una gran coalición: el partido demócrata, el movimiento negro, los inmigrantes latinoamericanos, las mujeres, los jóvenes, la intelectualidad, el sindicalismo organizado.
Para explicar esta situación resulta útil, desde un punto de vista teórico-interpretativo, acudir al filósofo y crítico literario de afiliación marxista y postura antifascista alemán, Walter Benjamin, quien proponía una mirada que viene al caso, al examinar esa dinámica. Cuando analizaba las tendencias contrapuestas de su época, en el marco de la crisis europea y de despliegue de la Segunda Guerra Mundial, Benjamin hablaba del carácter destructivo de los fenómenos sociales, en tanto recurso explicativo de una relación dialéctica entre lo nuevo y lo viejo. Así, concebiría la antinomia entre escombros y caminos. Para este autor, la sociedad humana llevaba consigo cierto carácter destructivo; nada era duradero, y por eso mismo --decía--, se abrían caminos por todas partes, “haciendo escombros de lo existente, y no por los escombros mismos, sino por el camino que pasa a través de ellos”.
De cierta manera, Estados Unidos vive hoy una dialéctica similar. La sociedad se halla entre escombros y caminos. La nación ha dejado de ser lo que fue. Por eso, la visión mítica que le presentaba como modelo de la democracia liberal burguesa representativa dejó de funcionar. Las denominaciones que le catalogaban metafóricamente como la nación indispensable, la ciudad en la colina, simbolizada en la Estatua de la Libertad, son parte del pasado. En el presente, la sociedad norteamericana es el emblema de un conservadurismo con ribetes fascistas. Su arraigo se nutre o se beneficia de factores culturales que le aportan soporte o basamento, como la convicción de supremacía blanca, el nativismo y el populismo, que alientan percepciones de amenazas a la identidad nacional, generadoras de no poca reacción contestaria y de resistencia, aunque no alcanzan capacidad de convocatoria nacional.
Como es conocido, la ideología de las clases dominantes se impone a través de los poderosos aparatos ideológicos del Estado. Las expresiones liberales y de izquierda no provocan gran resonancia, por razones históricas, en Estados Unidos. La citada metáfora sugiere retener las contradicciones en curso, captando las transformaciones que derriban tradiciones y reorientan el rumbo por caminos y laberintos. El país está ante una encrucijada ideológica, y no queda clara la dirección que tomará en el largo plazo. Cabe preguntarse si la pauta iniciada por el “trumpismo” tendrá corta o larga vida, si continuará o cancelará en el próximo decenio, más allá de los resultados de las elecciones de 2024. ¿Podrá reconstituirse el liberalismo tradicional en Estados Unidos o se profundizará el giro conservador? De ahí que sea válido pensarlo mediante la concepción dialéctica de la historia de Benjamin, cuyas ideas estuvieron influenciadas por el pensamiento de los también intelectuales alemanes de orientación marxista, Ernst Bloch y Bertold Brecht.
Otra propuesta teórica que, en opinión del autor de estas notas, contribuye a interpelar la realidad empírica actual de Estados Unidos, cuando se focalizan sus contradicciones políticas, ideológicas y culturales en la tercera década del siglo XXI, se encuentra en el concepto de formación social abigarrada, construido por el sociólogo y político boliviano René Zavaleta Mercado, en cuya obra también se advierte la influencia marxista, tanto del mencionado Bloch como del pensador y luchador italiano comunista Antonio Gramsci.
Zavaleta propuso el concepto de sociedad abigarrada para explorar entornos complejos y contradictorios, signados por la convivencia de lo múltiple, lo diverso y lo heterogéneo, a través del desenvolvimiento del tiempo histórico. Esa noción enfatizaba la coexistencia, en la sobreposición desarticulada, en la concurrencia y en la simultaneidad, de modos de producción, temporalidades históricas, concepciones de mundo y formas de organización política diferentes. Así, según Zavaleta, en formaciones sociales abigarradas, la unidad es formal, aparente e incompleta. Lo que predomina es la desarticulación, la contradicción y la falta de organicidad. En este sentido, el entramado que muestra Estados Unidos, ayer y hoy, es el de una sociedad abigarrada.
Justamente, el contexto histórico en el que cristalizan las diferencias y conflictos derivados de la coexistencia entre el capitalismo industrial en ascenso en el norte del país y la economía de plantación algodonera prevaleciente en el sur durante el siglo XIX y en que se produce la Guerra Civil, reflejaba la concurrencia de elementos inherentes a las relaciones sociales del modo de producción capitalista, del esclavista y del feudal. La aparición y extensión del trabajo asalariado simultaneaba entonces su presencia en la sociedad estadounidense con la esclavitud y el régimen de vasallaje y servidumbre consustancial a la explotación feudal. El contrapunto y la consiguiente crisis no podía ser mayor. La citada Guerra Civil, entre 1861 y 1865, sería el resultado de tales contradicciones. El desarrollo ágil del capitalismo, mediante la Revolución Industrial y el período conocido como de Reconstrucción, propiciarían el paso de la etapa de libre competencia o pre monopolista a la imperialista, durante las postrimerías de ese siglo e inicios del XX. Entre escombros y caminos, aquella sociedad abigarrada emergía con dinamismo, articulándose nuevas estructuras y nuevos procesos, no menos diversos y conflictuales. Esa dinámica será objeto de un próximo artículo, que ampliará y concluirá el presente análisis.
*Investigador y profesor universitario.
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