Violencias ¿invisibles?
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Cuando su esposo la empujó contra el refrigerador y le escupió tres veces la cara, ella “descubrió” que estaba siendo víctima de violencia machista. Esa noche, volvieron a su mente, como quien mira diapositivas en un proyector antiguo, tantos momentos que, solo ahora lo notaba, habían sido el preludio de que aquella escena.
Frases como “qué tienes tú que discutir de pelota con los machos”, “claro, como yo soy el que compra las cosas, tú no las cuidas” o “calladita te ves más bonita” regresaron con una nueva dimensión, ya no le daban risa por más jocoso que hubiera sido el tono en que se las dijo.
Aquella noche, le rompió todos los mecanismos que había usado para sentirse menos humillada, para salvarse de la autocompasión, para agarrarse como náufraga al matrimonio, al padre de los hijos, a la aprendida relación entre “la familia, la propiedad privada y el amor”.
La violencia, esa noche, se hizo visible. Esta mujer cubana, real, graduada con título de oro en la Universidad de La Habana, no quiere que se sepa su nombre, “no es lo importante”, me dice, pero sí su historia, “porque hay violencias invisibles que también nos están matando.”
El “deber de esposa”…
Lo peor de la cuarentena, me asegura, fue descubrir la “cara fea de mi marido”. Claro que en más de diez años de casados ella pensaba que ya le conocía todas las facetas, incluso las menos agradables y lo amaba así, tal cual. Pero tanto tiempo en casa 24x24, le subió la parada al matrimonio.
Para ella aumentó la presión por las labores domésticas, trabajar desde casa y tres niños pequeños, uno de ellos fruto del matrimonio anterior de su esposo, que pasó con ellos todo el aislamiento: “cuando caía en la cama ya no tenía fuerzas ni ganas para nada más y él me exigía tener sexo diariamente, no entendía que estuviera cansada, porque lo que yo hago no lo ve, entonces me decía que al día siguiente, cuando cogiera la puerta para ir a comprar pollo se iba a acostar con la primera que encontrara en la cola, que se iba a buscar otra porque yo no estaba cumpliendo mis deberes con él”, me cuenta.
¿Cómo lo resolvió? Lamentablemente no lo hizo, esperó con calma a que pasara la crisis, evitó discusiones, fingió deseos y también dolores de cabeza y vio los cielos abiertos cuando su ciudad inició el desconfinamiento. Al menos así lo vio al principio, pero pronto reconoció que seguía triste y sin fuerzas para otra cosa que dormir y con la autoestima dañada y la culpa robándole toda la paz.
Celos, malditos celos…
Por ahí comenzó todo: siempre fue “celoso y acaparador conmigo”, le escribió esta mujer al servicio de consejería de Centro Oscar Arnulfo Romero. Después de veinte años de relación con el padre de sus hijos había llegado al límite del agobio: “me culpa por lo más mínimo, me critica, me dice que no hago nada por este matrimonio… es buen padre, pero maltrata a los muchachos por cualquier cosa”, le cuenta y como en un suspiro leo el final del mensaje publicado en el Boletín Compartir: “Ya no soporto más, Esto no es vida. ¿Por qué no puedo entonces salir de esta situación?”
Una pregunta que, probablemente, nos hemos planteado muchas alguna vez, sobre nuestra propia realidad o mirando situaciones de amigas, conocidas o familiares. La respuesta de la Dra Ivon Ernard Thames. Especialista en psiquiatría, nos deja claro que no se trata simplemente de “falta de carácter”: o determinación personal: “Salir de una relación violenta y recuperarse de sus efectos es un proceso largo y difícil. No depende solo de la llamada “fortaleza personal”, de los conocimientos o la inteligencia, ni del modo de vida de la mujer”.
Tal y como les ha pasado a estas mujeres, en la mayoría de los casos la violencia no se manifiesta desde el principio de la relación: “tampoco empieza de repente, por lo que la mujer tarda en percibirla”, explica de Dra. Ivon y aconseja:
“Como primeros pasos para salir de una relación que nos oprime, nos limita y nos causa múltiples malestares, lo primero es percibir que se trata de una relación violenta, que no somos responsables de ellos y que solas es difícil lograrlo. Por tanto, buscar ayuda profesional y apoyo para hacerse acompañar en este proceso permitirá adquirir herramientas para manejar o resolver la problemática y facilitar nuevos aprendizajes para afrontar esta u otras situaciones qu8e lo requieran, con la consecuente mejoría de la salud emocional y física y el incremento de las capacidades para vivir una vida sin violencia”.
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