Una fosforera y otra chispa
especiales
Foto: Reuters (imagen ilustrativa)
En ediciones pasadas comentaba sobre esos módulos que a veces nos vemos precisados a comprar, aun sin necesitar todos los productos que contienen, pero por «raras» disposiciones, así tiene que ser.
En realidad, son cubanos, de negocios públicos o privados, intentando dar salida a las mercancías de más lento movimiento.
Y la experiencia que a continuación comento es también otra amarga evidencia de cómo el afán de ganar más dinero mueve a poner traspiés a los coterráneos, a veces lanzando por la borda cualquier escrúpulo.
Fui testigo de cómo una anciana entregaba su fosforera para que se la rellenaran y el joven dedicado a esa ocupación le respondió, luego de echarle una ojeada al encendedor, que era imposible volver a llenarlo con gas y, si quería resolver para encender la cocina, debía comprar uno de los que él tenía a 160 pesos.
Aquella fosforera era idéntica a la mía, y sí que se podía volver a cargar. Impidiendo que fuera engañada, acompañé a la mujer tres cuadras más adelante, donde ambas, sin ninguna complicación, pudimos volver a rellenar nuestras fosforeras.
Pero una chispa, y no del encendedor, quedó prendida en quien redacta estas líneas: la de la rabia y también de la tristeza al constatar, una y otra, y otra vez, en esta cotidianidad trascendente, según alguien la llamara, cómo se desmoronan valores que nos identificaban y distinguían.
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