Revísate y ahorra
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Antes, pero, no hace tanto tiempo, con pila abierta, después del desayuno, el almuerzo o la comida, mientras se enjuagaban, se enjabonaban y finalmente, se volvían a enjuagar los platos, la pila, no era grifo, era un diluvio, porque caía agua y más agua y no se cerraba la llave.
Del mismo modo pasaba el sábado, buen día para limpiar y lavar. En lo que se daba la vuelta, el cubo se llenaba y desbordaba y el agua limpia, rodaba y rodaba. Igual si se estaba restregando lo sucio de alguna prenda, y sonaba el teléfono, quizás se olvidaba de nuevo cerrar la pila.
Y el agua hirviendo en el fogón, a tanta espera y si se descuidaba de aquello, suele pasar, o coincidía con el horario nocturno de la novela, el nivel del agua bajaba y bajaba, y la llama del gas seguía encendida. ¡Se le consumió la mitad del jarro de agua hirviendo!
“La llamita del fondo a la derecha, esa, sí, esa es la que no se puede apagar, porque no tengo fósforos, me entendiste, ¿verdad?”. En cuántos hogares ese “encendedor” pasa jornadas enteras prendido, bajito, pero prendido, para con un papelito no tener que usar nuevas cerillas.
“Déjame hacer una llamadita a prima, vecina”. Minutos, y minutos, y labia con la prima que vive en otra provincia. Charlas entre amigas de la secundaria, primero entre Carla y Yumilka, una hora, y después, esta última con Susana conversaba sobre cualquier tema, así que dos horas más.
Y si está activada la opción de llamada tripartita, ahí sí se podía entre Carla, Yumilka y Susana, hacer el recuento entero del muchacho nuevo del barrio, reseñas, comentarios y críticas. “Carlita, mi vida, llevan dos horas tratando de comunicarse conmigo y no te has despegado de ese dichoso teléfono”.
Ahora, la luz. ¿Apagón? No, qué va, fue el transformador que puso el grito en el cielo porque ya no da más. Si es que, en esa casa, la luz del baño se quedó encendida, ella salió muy fresquita y ni se fijó en apagar el bombillo, porque estaba loquita por entrar al aire. ¡Y no había cerrado bien la ventana!
Uno, dos, tres y hasta cuatro lámparas encendidas al mismo tiempo. La computadora también porque no se le puede ir el hilo de la novela turca. Más el aire, y con la ventana media abierta, y de paso, aprovecha para alistarse para mañana, así que secadora y plancha modo On.
Si viviera sola, pero son siete y cada uno anda en lo suyo. La radio, ventiladores, televisores, la cajita descodificadora, la olla reina, la arrocera, el microondas, el calentador eléctrico, el equipo de música de fiesta para todos los vecinos. Ese metro contador anda acelerado, se le adelantó a la cumbancha.
Susana ya no puede hacer el dime, qué te diré, por el fijo con Carlita, ni con Yumilka, como si estuvieran en clase. Tampoco puede pretender que la hornilla cumpla además con la función de encendedor. Ya no se le ocurre dejar el cuarto, la cocina y el baño encendidos, ni hacer el karaoke cuando se baña.
A la mamá de Susana, ya le vinieron las cuentas, y fue así, que entendió, a la fuerza, el mensaje de los spots de bien público que ponen en la televisión cubana. No es solo cuestión de sumas, que bastante generan agobio, es sentido de racionalidad, así que, “Revísate”, o mejor, revisémonos todos.
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Comentarios
Erick E.
yelena leyva matos
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