PENSANDO Y PENSANDO: Responsabilidad
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Cualquier precaución es poca. Ilustración: tomada de la cuenta de Instagram de Reynerio Tamayo.
Algunos se preocupan ante el incremento del número de casos confirmados de la COVID-19 en las últimas jornadas. Y, ciertamente, cualquier repunte activa las alertas, por más que esté claro que esos “retrocesos” no estuvieron nunca descartados.
Las razones pueden ser muchas y algunas escapan de previsiones y precauciones.
Pero no pocos de los eventos abiertos recientemente tienen causas perfectamente prevenibles: obedecen a incumplimientos evidentes de las medidas dictadas por las autoridades sanitarias.
La “lógica” es la de siempre: a mí no me va a tocar. Y algunos la llevan hasta extremos: organizar fiestas de gran convocatoria, eludir medios de protección, ¡asistir con síntomas!
La COVID-19 (parecería que no hace falta repetirlo) no es una gripe más. Es muy peligrosa. La baja letalidad en Cuba no debería originar excesos de confianza.
Obviamente, han sido (están siendo) meses difíciles. Mucha gente precisa de los abrazos, salir del aislamiento.
Y poco a poco se vislumbra cierta normalización.
Pero todavía no hay cura para la enfermedad, el nuevo coronavirus seguirá campeando un buen tiempo más. Podemos aspirar a controlar sus efectos, pero eliminarlo son palabras mayores.
Así que la relajación de las medidas para la contingencia tiene que estar bien fundamentada, tiene que ser fruto de una reflexión seria.
Sentido común.
Responsabilidad.
Las autoridades sanitarias podrán insistir en la necesidad de seguir protocolos, de tomar precauciones, de cumplir con lo establecido… pero no será suficiente si la ciudadanía no toma conciencia de sus deberes.
La policía podrá aplicar la ley, imponer multas, poner a disposición de las autoridades correspondientes… pero no hay un policía para cada ciudadano.
Abundan las campañas de bien público en los medios de comunicación, hay mucha información disponible, se trabaja arduamente en la socialización de los aspectos de interés general.
Nadie podrá alegar desconocimiento.
Y sin embargo se suceden indisciplinas, particularmente en la capital: personas que utilizan mal el nasobuco, aglomeraciones innecesarias.
Suficiente con la inevitable concentración en las colas para adquirir productos básicos, por más que se insista en la necesidad de mantener las distancias.
Es difícil lograr que las personas se mantengan a la distancia conveniente. Hay serios problemas de abastecimiento y uno no puede evitar impacientarse ante la lentitud (tantas veces injustificada) del servicio.
Suficiente con el riesgo que implica subir a un ómnibus o a un taxi: la gente tiene que moverse y esta es una ciudad grande.
Con esos desafíos hay que lidiar.
Pero otra cosa es exponerse en vano, por puro placer, por pura frivolidad.
De acuerdo, los niños necesitan ya tomar el fresco de la calle y pueden hacerlo con precauciones… eso no significa dejarlos por su cuenta. ¿Qué tiene que hacer un niño en una cola?
¿Y qué tiene que hacer un anciano si tiene en su familia o en su entorno a jóvenes que pueden (que deberían) ocuparse de los mandados?
Hay que buscar maneras seguras de entretenerse; existen. Hay que evitar en la medida de lo posible las aglomeraciones. Hay que aplazar celebraciones colectivas.
Pudiera parecer que la pesadilla se eterniza, pero saldremos de ella. Por el momento, hay que afincarse.
Preocuparse y ocuparse.
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