OPINIÓN. Ponerse en los zapatos del otro
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Foto: EFE
Es difícil imaginar qué motivos pueden haber impulsado a alguien a pagar más de 30 millones de euros por unas zapatillas, aunque estás hayan sido usadas por Judy Garland, como es el caso.
Así ha ocurrido hace solo unos días y quien ganó en la subasta pidió preservar su identidad.
¿Irrefrenables ansias de un coleccionista?, ¿fetichismo?, no es posible aventurar las razones, pero sí que el comprador es un personaje con sus arcas bien repletas.
Tan desmedida es la suma abonada que algunos entendidos en esas lides aseguran que el suceso marcará un antes y un después en ese tipo de coleccionismo, mientras otros sentencian que el hecho convierte a esas zapatillas en el objeto más caro subastado en la historia del cine.
Una escena de "El Mago de Oz" con Judy Garland calzando las famosas zapatillas, que en 2005 había sido robadas. Foto: GTRES
Pero poco merecería ser comentado el asunto si se analizara de manera aislada, como si se llevaran orejeras que no dejan ver más allá del rutilante rojo de ese calzado –conocido como las zapatillas de rubíes, aunque en realidad están fabricadas con lentejuelas rojas- llevado por la famosa actriz al encarnar al persona de Dorothy en “El mago de Oz” (1939).
Sin embargo, bastaría intentar asomarse un poco más allá de esos rutilantes zapaticos para comprender, ¿ratificar?, lo loco que anda este mundo porque cuántas buenas causas, cuántos humanos necesitados, se hubieran visto beneficiados con esa suma.
Es innegable que cada quien tiene el derecho de hacer con su dinero lo que le plazca. Sin embargo, con solo intentar, parodiando la conocida frase, ponerse en los zapatos de esos tantos otros –que ni zapatos tienen-, quizás dudara, o simplemente se le empañaría el disfrute de su adquisición.
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Pero claro, y para cerrar con otro refrán: no hay peor ciego… aunque tenga zapatillas rojas.
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