¿Niños crueles o madres tóxicas?
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De las colas en Cuba, a veces, no te llevas el producto que querías comprar, pero si se te sube el sociólogo curioso que casi todos llevamos dentro y te pones para el chisme, por lo menos alguna enseñanza sí te llevas, seguro.
«Niña, esta cola no está fácil, y yo que al mediodía tengo que recoger al niño en la escuela», escuché mientras esperaba por mis sacrosantos perritos calientes. El tono activó inconscientemente a la socióloga que les dije.
«Pero mi'ja, ¿tú no lo tienes en el seminternado? Sigue malcriándolo, que te va a salir pajarito como el tío». Apenas unos segundos y ya tuve que admitir el buen olfato de mi chismosa, es decir, de mi socióloga interior. La cosa pintaba pa' ponerse buena.
«Oye, pero mira que tú hablas barato. Tu marido iba a almorzar a la casa todos los días y le gustan las mujeres, ¿no? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?» Golpe bajo, pero merecido, pensé, y rápidamente me puse a favor de la rubia del pulóver blanco que iba detrás de la trigueñita con gorra roja, las cuales, ahora mismo, protagonizaban una escena de telenovela.
«Bueno, yo solo te alerto, mira el chiquito de los bajos la que está pasando, él está en el aula con la hembra mía y yo la dejo que anden juntos porque al final ella es una niña, pero en cuanto crezcan un poco, tumbo eso, porque las lenguas no son fáciles. También me da lástima con el muchachito, porque a los machos del grupo no los dejan ni que lo miren. Imagínate, es una plumita el niño. Desde el círculo infantil se le nota, pero bueno, ¿qué le podemos pedir?, si el padre es un artista medio loco que cualquiera sabe en cuántos bandos juega y la madre tiene tremenda fama de Camacho».
«¿Camacho?», la interrumpe la rubia que, por cierto, iba detrás de la que me dio el último a mí: «Sí, mi'ja, que le da lo mismo las hembras que los machos», explica, y echa una risita burlona que no encuentra ninguna simpatía en su interlocutora. «Oye, es que ya te digo: de carroza es el chiquito. Todo esto que yo te estoy comentando a ti ahora se lo dicen a él, se ponen a imitarlo y yo me parto de la risa cuando los veo... Los niños son crueles».
«Mira, Fulanita, se me quitaron las ganas de comer perrito. Nos vemos por el edificio, pero te voy a decir una cosa: los niños no son crueles, son niños y están en pleno aprendizaje. Son esponjitas nuevas que absorben lo que ven alrededor. Ten cuidado, porque generalmente uno recoge lo que siembra». Si yo andaba en modo investigadora social, la rubia de la cola se puso a mitad de camino entre el modo psicóloga y otro sin título universitario, una onda «no estoy pa' tu toxicidad», así que ahí mismo se acabó la conversación.
Casualmente, también se acabaron los perritos. Por primera vez en la vida me alegró no haber alcanzado algo en una cola, porque se hizo justicia: la homofóbica, prejuiciosa de la gorra roja, que sacó de paso a la rubiecita canta claro del pulóver blanco tampoco pudo coger su salchicha; a lo mejor hasta llegó a su casa y no le quedó de otra que comerse un pan con tortilla. En la vida todo genera un karma.
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Carlos de New York City
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