MI BIBLIOTECA: El tábano (+ Libro)
especiales
Fotografía de la autora
Recientemente, escribí sobre la biblioteca de mi vida, la que tengo en este momento, dispersa por doquier, amontonada y polvorosa, y la que quisiera tener, según el proyecto dibujado en varios sitios: amplia, iluminada, repleta de estantes, libros, revistas, adornos que tengo guardados para cada rincón, la losa blanca y azul que, por si acaso se me nubla la mente por un ictus, me indicará desde la pared principal que estaré allí.
Es un sueño postergado, pero solo en pausa. Escribir de ello me dio la idea de contar también sobre los libros de mi vida, los que he leído y me han obsesionado, los que tengo en cola para leer, los que me ha costado encontrar, los que me robaron, extraviaron o no devolvieron.
En este instante leo otros, pero me parecía traición a mí misma empezar esta serie de textos con título distinto. El tábano llegó a mi vida hace 23 años, cuando me inicié en el mundo laboral y pude disponer, mes a mes, de un salario solo para mí. Podía comprarme cualquier antojo porque a los 17 años se tienen muchos de ellos, y pocos compromisos, pero elegí hacerme de mi propia biblioteca porque solo tenía los de mi infancia regalados por mis padres y los que me prestaba mi tío Humberto. De los infantiles ya me sabía de memoria hasta las ilustraciones, y de los otros, pues no permanecían conmigo, y a mí siempre me gustó poseer.
Empecé a buscar qué podía ser valioso. Los autores clásicos, poco a poco, aparecieron a precios estrafalarios, pero no me importaba porque me daban placer, más que las pizzas y las croquetas del camino.
Recuerdo que lo encontré en la sección de segunda mano en una librería en Santiago de las Vegas, en la periferia de La Habana. Era de la Colección Huracán, de la editorial Arte y Literatura, de uso y maltratado, carcomidos los bordes como por ratones y la carátula desbaratada, le faltaba toda la contraportada y de la portada solo tenía un trozo rasgado. Por eso costó muy poco, pero me lo recomendó el vendedor, que parecía apasionado de la literatura.
Me lo llevé a casa junto a otras reliquias más rimbombantes, al menos para una lectora incipiente como yo. Aquello estaba difícil de manipular, pero en aquel tiempo mi novio Ramón, que era bastante bicho y se codeaba con muchas personas, se lo llevó y a través de alguien en una imprenta en pocos días me lo devolvió como nuevo. Estaba irreconocible, totalmente encuadernado. Por supuesto, mantenía sus hojas amarillas y delicadas, pero tenía cubierta dura de color verde oscuro, de un material parecido al vinil, y en letras doradas a relieve se leía el título.
Quedé en blanco, no lo podía creer. Y lo mejor, le habían recortado todo el borde, imagino que con una súper guillotina muy filosa que lo dejó más pequeño, y no le quedaba ni una mordidita de roedor. Todo eso sin afectar la escritura, pues tenía bastante margen. Yo estaba encantada, realmente era un volumen nuevo de una calidad superior. Así sí daba gusto leer.
Desde entonces, El tábano me acompaña. Ha sido mi preferido de cabecera; el de viajar a Granma, a la playa o a otro país; el que recomiendo con ojos cerrados; al que acudo como si fuera un amigo querido que nunca me fallará cuando quiero despejar y no tengo ánimo para enredarme con dramas que no sé si me serán suficientes. Ha sido mi aliado en asignaturas como Guion.
El tábano me hizo soñar con los ojos azules de su protagonista, Arthur Burton, y llorar, porque es un libro dramático. También me explicó lo que son los valores, los sentimientos de padre y la traición, mientras sus personajes se debaten entre el deber ser y el sentir. Me habló de ideales políticos porque esta novela es tanto de amor como de revolución.
La historia se desarrolla en la Italia revoltosa de la década de 1840. Trata de desilusión, desconfianza, resentimiento, heroísmo, persecución, y de lealtad a personas y convicciones. De igual forma, es de conspiración, sacrificio, venganza, rebeldía, y emplea un discurso anticlerical que raya la paranoia y el odio ciego a toda forma de religión y sus representantes.
Con esta lectura sentí por primera vez dolor por un personaje como si fuera un ser querido, cercano. Sufrí con cada pasaje de su historia; me sentí engañada, iracunda; pasé por cada una de las fases emocionales de Arthur Burton como si lo viviera en carne propia. Con su inminente muerte me agobié; me pareció tan injusto su fusilamiento, que lloré como una chiquilla no solo a los 17 años, sino mucho tiempo después también, y cada vez que lo leo, aunque ya sin la sorpresa, porque conozco el final.
Su autora, Ethel Lilian Voynich, irlandesa, fue una mujer precursora que dejó su entorno familiar para dedicarse a su profesión. Recordemos que estamos hablando del siglo XIX, cuando no era común tal comportamiento de libertad.
Fue publicado por primera vez hace 126 años, sin embargo, su estructura es tan clara y orgánica, que pudiera decirse que es actual. Ha sido tanto censurado como traducido a muchísimos idiomas, y sus ventas millonarias demuestran la aceptación de los lectores. Pero todo eso lo supe después, cuando quedé impactada por la narración, por la descripción de los paisajes de los Alpes italianos, y del ambiente de antaño.
El tábano nos ofrece un discurso lineal, sencillo, y en muchas reseñas lo catalogan con un dejo de nimiedad por no ser la octava maravilla, por ser un libro fácil; no obstante, ¿para qué comparar? El gusto es subjetivo, y es cierto que su escritura hace avanzar con rapidez y muestra una trama —que llaman— repetida de sensaciones. Para mí, más de dos décadas después, sigue siendo una obra importante a la que le tengo cariño; la considero bien escrita porque las emociones consiguen atrapar y obligan a no dejarlo, a leerlo caminando, comiendo, en clases y hasta con sueño.
Mover el piso de un lector no es fácil.
Aunque me reconozco cautivada por el momento de mi vida cuando obtuve este ejemplar, y los paralelismos que en él advertí, aún me satisface en lo más profundo, a pesar de ser una lectora ahora con muchas más millas. Me sé de memoria la carta final de su protagonista y siempre la leo con un nudo en la garganta. Recuerdo con pesar cuando escribe «Me matan porque me temen y ¿qué más puede desear el corazón de cualquier hombre?»; o peor, cuando un poco antes Arthur Burton le confirma su identidad a su amada con un simple «Dear Jim»; o luego, con la siguiente confesión, «te lo diré únicamente por el placer de escribir las palabras. Yo te amaba, Gemma, cuando eras una fea muchachita con tu vestido color guinda, tu camisola rayada y tu trenza colgando sobre la espalda; y te amo todavía».
El tábano es una novela romántica, no cursi que empalague. De hecho, su historia pasa por los sentimientos de manera magistral porque su real sentido es otro, adentrarse en la lucha por los ideales, cualesquiera que sean.
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Juan Cuba Labaut
yaima
Marta
yaima
Félix González Varela
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