Los antojos alimentarios no son simples caprichos
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Es usual que los antojos alimentarios, esos impulsos repentinos y a veces intensos por consumir ciertos alimentos, se asocien a las mujeres durante su embarazo. Pero, en realidad, es algo que puede sentir cualquier persona, sin importar sexo, edad u otras variables.
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La explicación más común que se ha ofrecido sobre esos antojos es que se relacionan con carencias nutricionales subyacentes.
En consecuencia, si los antojos son de comida salada, puede ser que el cuerpo necesite minerales como el sodio. Si son por alimentos dulces, cabe la posibilidad de una demanda de carbohidratos o energía.
Se trata de un enfoque bastante simple y ya rebasado por investigaciones recientes porque si desde una perspectiva nutricional los antojos pueden ser evidencia de una dieta desequilibrada o de necesidades específicas del cuerpo, en realidad no siempre son predictores confiables de deficiencias nutricionales.
En realidad, dichos antojos pueden variar de acuerdo a las distintas culturas y también en dependencia de la disponibilidad de alimentos. Es así que en determinadas regiones los alimentos tradicionales o estacionales pueden ser particularmente objeto de antojos, lo mismo por la influencia cultural que por la exposición y familiaridad existente hacia sabores y texturas específicas.
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Más que caprichos
Las causas de los antojos son complejas y abarcan desde lo fisiológico hasta lo psicológico.
Porque además de las necesidades físicas, esas particulares urgencias alimentarias también pueden tener origen en lo psicológico. El estrés, la ansiedad y otras emociones pueden desencadenar antojos de "alimentos reconfortantes", que a menudo son ricos en azúcares, grasas y calorías.
Se trata en este aspecto de la búsqueda inconsciente de una forma de autocompensación o consuelo al malestar emocional.
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Ante una situación de estrés el cuerpo libera cortisol, conocido como la "hormona del estrés" con impacto directo en la relación con la comida, alterando así los hábitos alimentarios.
En consecuencia, el cortisol, como respuesta al estrés, puede provocar aumento del apetito y de deseos específicos por alimentos ricos en grasas y azúcares. Pero no es un simple capricho, sino la necesidad biológica de obtener rápidamente energía para hacer frente a la encrucijada estresante.
En ese panorama, el cerebro juega, como en casi todo, un papel crucial, especialmente la región identificada como núcleo accumbens, importante en la generación de sensaciones como satisfacción y gratificación que arriba se mencionaban como alternativas de alivio y consuelo.
Más allá de estas causas directas, otras conexiones igual revelan el origen de ciertos antojos.
Por ejemplo, un estudio publicado en la revista Nature descubrió una conexión nueva entre el intestino y el cerebro que impulsa el deseo de comer alimentos grasos.
El doctor Charles Zuker, miembro del Howard Hughes Medical Institute y profesor en los departamentos de Bioquímica y Biofísica, y de Neurociencia en la Universidad de Columbia, así como miembro de la National Academy of Sciences de Estados Unidos, asegura que "Nuestras investigaciones demuestran que la lengua le dice al cerebro lo que nos gusta, es decir, lo que sabe dulce, salado o graso. El intestino, sin embargo, le dice a nuestro cerebro lo que queremos, lo que necesitamos".
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Por su parte el doctor Adrian Meule, académico e investigador en el Hospital Universitario de la Universidad LMU de Munich, en su investigación sobre la psicología de los antojos de comida ratifica que el antojo por alimentos es una experiencia multidimensional que necesariamente no ha de asociarse a la sensación de hambre.
Explica el investigador que el hambre se refiere a la ausencia de saciedad y el deseo de comer se puede diferenciar de la sensación de hambre por su especificidad e intensidad. “Mientras que un antojo de comida normalmente sólo puede satisfacerse mediante el consumo de un alimento en particular, el hambre puede aliviarse mediante el consumo de cualquier tipo de alimento. Además, si bien el hambre y el ansia de comer a menudo pueden coexistir, tener hambre no es un requisito previo para experimentar un antojo de comida”.
Al abundar sobre el llamado antojo precisa que fisiológicamente, se asocia con varios procesos que preparan al cuerpo para la ingestión y motivan la búsqueda y el consumo de alimentos, como el aumento del flujo salival y la activación de áreas cerebrales relacionadas con la recompensa.
Circuito de recompensa. Imagen: tomada de researchgate.net
“También incluye componentes cognitivos (es decir, pensar en la comida) y emocionales (por ejemplo, deseo de comer o cambios de humor). Finalmente, a menudo también comprende un componente conductual de búsqueda y consumo de alimentos”, refiere el estudioso.
El muy admirado y ya desaparecido cantante cubano Polo Montañez, se declaraba en una de sus composiciones “Una víctima total de sus antojos”, que quizás no fueran precisamente alimentarios, pero igual “era capaz de subir al cielo para bajarle un montón de estrellas”.
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