LA BIBLIOTECA: El nombre de la rosa

LA BIBLIOTECA: El nombre de la rosa
Fecha de publicación: 
8 Agosto 2021
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Un escribano de la época...

¿Novela histórica, novela de misterio o novela policíaca? El nombre de la rosa, de Humberto Eco, cumple con creces todas esas expectativas. Se trata de un impresionante ejercicio literario, que opera en varios niveles de significación. Es un relato apasionante, pletórico de peripecias, y al mismo tiempo, una metáfora sobre el poder del conocimiento.

Pero la filosofía nunca ahoga al cuento. Ni el cuento limita la profundidad de la reflexión.

Esta fue la primera de las novelas de Eco, quien ya era un ensayista de primera línea. En edad madura el escritor comprendió que había asuntos que, más que una teorización en el mejor de los casos comprendida por pocos, ameritaban una narración que pudieran disfrutar muchos más.

La trama de la novela es fascinante y no tiene puntos muertos. Abundan los puntos de giro, los golpes de efecto. El lector tendrá la posibilidad de seguir la investigación de Guillermo de Baskerville para esclarecer los crímenes en una abadía benedictina. La recreación de la época es esplendorosa, y lo mejor es que no se queda en la superficie: aquí es posible vislumbrar una atmósfera, una manera de pensar y sentir. La opresión medieval del siglo XIV.

Algunos lectores se quedarán con la emoción de las peripecias (y ya es mucho), pero otros comprenderán el vuelo de la alegoría.

PRIMERA PÁGINA

Primer día

PRIMA

Donde se llega al pie de la abadía y Guillermo da pruebas de gran agudeza.

  Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A oscuras, en seguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las montañas.

  Mientras trepábamos por la abrupta vereda que serpenteaba alrededor del monte, vi la abadía. No me impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que había visto en todo el mundo cristiano, sino la mole de lo que después supe que era el Edificio. Se trataba de una construcción octogonal que de lejos parecía un tetrágono (figura perfectísima que expresa la solidez e invulnerabilidad de la Ciudad de Dios), cuyos lados meridionales se erguían sobre la meseta de la abadía, mientras que los septentrionales parecían surgir de las mismas faldas de la montaña, arraigando en ellas y alzándose como un despeñadero. Quiero decir que en algunas partes, mirando desde abajo, la roca parecía prolongarse hacia el cielo, sin cambio de color ni de materia, y convertirse, a cierta altura, en burche y torreón (obra de gigantes habituados a tratar tanto con la tierra como con el cielo).

 

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